QUITO 22 DE AGOSTO DEL 2013. Rueda de Prensa de Ivonne Bak agradeciendo a sus colaboradores en la iniciativa del Yazini ITTi. FOTOS API / JUAN CEVALLOS.

Ivonne, la actriz que no aprendió a llorar

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Ivonne Baki es la viuda de América. Al salón Amazonas del hotel Marriot, donde está por empezar la ceremonia de tributo póstumo a la Iniciativa Yasuní ITT, llega encorvada y doliente, diríase abrumada por una carga metafísica. La preceden borrascosos y negros nubarrones que parecen cuajar tormentas sobre su cabeza. En la puerta se detiene a saludar con Christian Espinoza, de la Cámara de Comercio Ecuatoriana Norteamericana. Ambos intercambian un abrazo que él quiere casual y discreto pero ella, con la pausa adecuada y la presión correcta, transforma en luctuoso y solemne. Luego sigue su camino hacia la tribuna que le tienen preparada, saludando aquí y allá con un mohín de melancolía, repartiendo porciones de crema facial entre las mejillas del prójimo, estrechando brazos y apretando las muelas, paseando sus ojos nublados y lánguidos de una tristeza innombrable. Funcionarios de su despacho ya venían preparando el ánimo de los invitados con frases del tipo “Qué pena volvernos a ver en estas circunstancias”, que tomaban a todos por sorpresa. Un empresario de edad madura reconoce entre el gentío el rostro amigo de una asistente del fideicomiso y le dedica un “Qué bueno verla”, acompañado de su sonrisa más radiante. La respuesta, articulada con voz oscura y cara de velorio, lo deja helado: “Tuvimos la suerte de vernos en mejores días”, dice ella, y retribuye el abrazo con distancia y un suspiro. Snif.

La verdad es que, a pesar de estos esfuerzos, aquí nadie da muestras de estar triste. Los invitados, un medio centenar de asociados y amigos de la Iniciativa Yasuní, ya habían previsto con antelación este momento (de lo contrario serían muy malos empresarios) y no han venido para llorar sobre la leche derramada. Un universo de posibilidades de lucrativos negocios se despliega ante sus ojos y ellos aprovechan los minutos previos a la llegada de Ivonne Baki para ponerse al corriente de las novedades. Aquí y allá, el aire del salón Amazonas lleva expresiones cargadas de satisfacción y buenos augurios: “En cinco años más se van a completar las inversiones”. “Ellos ya tienen hasta el lobby hecho”. “La idea es extender la inversión hasta 240 millones”. “Sí, claro, chinos, ¿qué más?”.

La llegada de la presidenta de la Iniciativa impone el silencio entre los corrillos de empresarios y todos los rostros se vuelven hacia la puerta. Ella se abre paso hasta la tribuna que parece diseñada ex profeso para acentuar el dramatismo de su personaje: sobre el nivel del piso, dos gradas que la funcionaria sortea con la dificultad que le imponen los tacones altos; y, encima de esa plataforma, una gran mesa rectangular con una silla sola: la suya. El salón de recargado estilo neoclásico, con muros revestidos de madera acanalada y falsos zócalos, lámparas de araña, cuadros de supermercado con paisajes de campiña inglesa y pesados cortinajes de largas cenefas y orlados alzapaños, constituye el ambiente de aristocrática decadencia ideal para que Ivonne Baki despliegue su performance mediático. En la primera fila de asientos hay una silla puesta de revés y un funcionario que se encarga de informar a cuantos se acercan a ella: “lo siento, este espacio está reservado para la ministra del Ambiente”. Pero la ministra no ha llegado y Baki se resigna a comenzar sin ella. Más adelante, mientras se encuentre en uso de la palabra, Freddy Ehlers entrará tan discretamente como puede hacerlo un personaje público y tomará ese puesto. Él y la vicepresidenta de la Asamblea Marcela Aguiñaga serán los únicos funcionarios correístas dispuestos a acompañar a Baki en esta, la ceremonia fúnebre particular que preparó para su propio lucimiento.

Impecablemente vestida con el verde perico que eligió como distintivo gráfico de la Iniciativa Yasuní, portando el collar de semillas amazónicas que la acompaña desde el día en que descubrió el poder y la sabiduría cósmica del shamanismo, Ivonne Baki saca su discurso –tres páginas apenas– y lee trabajosamente: “Hoy, como ecuatoriana y como ciudadana del mundo, tengo que expresar mi profunda tristeza, que es compartida por los 14 millones de ecuatorianos y por el mundo entero que apoyó esta propuesta revolucionaria, pionera y única”.

Ha dicho estas palabras con voz quebradiza y frágil y, por un momento, se ha detenido ante la inmensidad de un abismo de silencio. La oradora ha perdido la voz. Carraspea. Se le hace un nudo en la garganta. Irreprimibles torrentes conformados por fluidos y secreciones interiores convergen secretamente justo detrás de su bóveda palatina, pugnan tormentosamente en busca de una salida y se expresan, al fin, en forma de pucheros. Dos. Gulp, gulp. El auditorio, acaso en un esfuerzo por reprimir su incredulidad o negociando consigo mismo cuáles reglas del montaje escénico que tiene por delante está dispuesto a reconocer, redistribuye nerviosamente el peso de su cuerpo sobre los asientos con un vago rumor que se aplaca de inmediato. “Pero también me siento orgullosa”, retoma al cabo de un buen rato la palabra Baki y continua de esta laya hasta completar las tres interminables páginas. Los silencios, los carraspeos y los pucheros se repetirán una y otra vez. En alguna ocasión, la oradora hará el esfuerzo de concentrar toda la energía de su cuerpo en un punto indeterminado entre los ojos. Visibles flujos eléctricos recorrerán los músculos de su cuello en sentido ascendente, en un intento no disimulado por llorar. Pero este es, al parecer, el único capítulo del método de Stanislavski que la funcionaria no domina. Y cuando se lleve los dedos con delicadeza hasta la comisura de los párpados, será para limpiar lágrimas que nadie alcanzó a ver brotadas.

En su discurso, Ivonne Baki saca por fin las cuentas de sus viajes por el mundo (a 7,3 millones de dólares ascendió su presupuesto de los últimos tres años) y, contra todo pronóstico, canta victoria: “Logramos concientizar a cientos de millones de personas en el mundo. Por primera vez, el Ecuador entró en la mente y en el corazón de los pueblos. Si a esto no lo podemos catalogar cómo un éxito, ¿qué podemos llamar existoso?”. Luego agradece a Ban Ki-moon, a la comunidad científica, a los premios Nobel, a los CEO de las empresas más importantes del mundo, en fin, a la crema y nata del planeta con la que acostumbra ella a codearse en los vestíbulos de los hoteles de lujo que tan bien conoce; llama hasta el estrado a una niña que donó el chanchito de sus ahorros para salvar el Yasuní, la estruja contra el pecho, la malmodea, la come a besos, y reafirma su voluntad de seguir luchando hasta el último aliento de su vida para defender la reserva. Para terminar con proactiva floritura, lanza una propuesta: construir una ciudad del bioconocimiento para aprovechar de mejor manera las enormes e inexploradas riquezas de la selva que el Presidente se comprometió a mantener intacta. “Porque creo en el Ecuador y, cuando uno ama lo que cree, nunca lo abandona”. Fin.

Ya se aleja Ivonne Baki de los micrófonos para abrazar a su nietecita, que se la pasó revoloteando graciosamente entre la tribuna y las sillas mientras duró su discurso; ya posa frente a las cámaras de prensa con emotiva compañía infantil; ya desciende las trabajosas gradas que la separan del nivel del piso y se dispone a alejarse cuando un inoportuno periodista lanza una pregunta fuerte y clara, para que todo el mundo lo escuche: “Oiga, disculpe, ¿no va a contestarnos unas preguntas? Es que verá, a nosotros nos llamaron a una rueda de prensa”. Por un instante el tiempo parece congelarse en un nudo de suspenso; los invitados se miran expectantes y nerviosos; los periodistas preparan los micrófonos; los asistentes de Ivonne Baki estiran las manos hacia su jefa con el ademán de quien trata de evitar una caída… Finalmente, la funcionaria responde con un puchero por delante: gulp, disculpen, gulp, no voy a poder hablar, cof cof, no puedo, snif. Punto. Y sale, volátil y aérea en sus paños verdes, por la puerta del fondo.

A falta de alguien más a quien entrevistar, los periodistas se resignaron a Freddy Ehlers y Marcela Aguiñaga, que volvió a repetir la misma dosis de otras veces: “O sea que si los no contactados van al Coca, ¿tenemos que evacuar el Coca?”.

Publicado el 25 de agosto de 2013 en diario Hoy

5 Comments

  1. Qué lastima que a nadie se le ocurrio ver cuanto gano la” Baki de oro “con el cuento del Yasuni,en viajes a repeticion asu pais el Libano, al rededor del mundo, en viaticos, hoteles, comisiones, salariois, como representante personal del Iluminado Correa y como ministro de Estado. Sin olvidar los millones que hizo desaparecer con el cuento de Miss Universo. Pobre Ecuador!

  2. Roberto Aguilar es el mejor cronista del Ecuador contemporáneo. Nadie, -y nadie es nadie-, iguala su hondura, perspicacia y capacidad de ver más allá del acá. Leer sus anteriores y primeras crónicas, como ésta, es un lujo: leerlo en voz alta a varias personas, es decirle al mundo, o por lo menos a América: esta pluma es lo mejor que este paisito tiene. Pero pierde escribiendo junto a otros. Él solo, con su blog, es el mejor periodista de opinión de todo un país. La prueba está en el escrito que suscribe a 6 manos con los otros periodistas: no sabe a ironía, no sabe a insurgir montalvino, no sabe a Roberto Aguilar. No es lo mismo. Y aunque también se ponga su nombre, aunque uno sepa que determinado párrafo sabe a su estilo que el mundo periodístico continental debiera reconocer por su agudeza y profundidad, nada que ver con sus celebradas crónicas. Mientras más pase el tiempo, más se extrañará un periodismo de opinión de su calado. Enhorabuena: él solito salva este blog.

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