Querido amigo
¿Cuál es la diferencia entre un artista y un soldado? Hace 32 años tú tenías una respuesta muy clara a esta pregunta. ¿Recuerdas el año 84? En enero Promesas Temporales había ofrecido sus primeros conciertos en el teatro Prometeo; a principios de agosto, el grupo fue excluido del gran festival de la Nueva Canción Latinoamericana que llenó el coliseo Julio César Hidalgo por cinco noches consecutivas. Parece que, para participar en ese festival, había un requisito implícito que la gente de Pueblo Nuevo, cercana a la organización, se encargaba de verificar: tener una probada militancia en la izquierda y un repertorio de canciones comprometidas con las luchas sociales. Ser soldados de la revolución en ciernes. No hace falta decir que Promesas Temporales no calificaba.
Pueblo Nuevo. Sonaban horriblemente, lo sabes, pero eran soldados de la causa y eso les granjeaba las simpatías de una masa de militantes que, más que exigir calidad musical a los músicos, esperaba que fueran capaces de propiciar una catarsis colectiva de identificación política. Hoy han sido erigidos por el gobierno de Rafael Correa como emblemas culturales y continúan haciendo el mismo tipo de canciones. ¿Recuerdas lo que decía de ellos nuestro amigo Alexéi Páez? “Ocho emponchados torturando a un cadáver de armadillo y cantando derrotas”. Los Promesas Temporales, en cambio, proponían una fusión completamente nueva y atrevida. Estaban abriendo el camino por el que transitaría lo mejor de la canción popular ecuatoriana hasta la fecha. Y tenían un principio muy claro: su música no estaba, no podía estar, al servicio de ninguna bandera. Álex, Napo, Dany, Chelo, David y tú eran artistas, no soldados. Hoy damos esas cosas por sentadas pero en ese entonces no era así, estábamos en guerra fría. Esa ruptura fue, quizá sin querer, tu primera definición pública de trascendencia política. Una definición en favor de la imaginación y de la libertad artística y en contra de los recetarios ideológicos, los credos, las consignas… Una ruptura que hizo escuela.
¿A dónde, Hugo, fueron a parar esos principios? Hoy te proclamas “comprometido soldado del proceso revolucionario”, te paras en las tribunas del gobierno para proclamar credos y repartir consignas y no sólo pones tu creatividad a sus órdenes sino que entregas tu enorme talento y tu exquisita sensibilidad al servicio de la propaganda. Ya era penoso escuchar tu voz en el repertorio de las sabatinas: tu música convertida en banda sonora de un guión sensiblero con fines de adoctrinamiento. “Más de mil razones, más de mil motivos…”. Ahora nos enteramos por tu propia voz de que la letra de esa canción, sobre la que hay claras evidencias de plagio, te fue entregada por una agencia de publicidad con el encargo de musicalizarla para el gobierno. La misma canción que cantas en las tribunas de los actos oficiales donde no esperan de ti otra cosa que no hayan esperado antes de Pueblo Nuevo. No es delito, desde luego, estás en tu derecho de hacerlo. Pero para quienes te hemos admirado a lo largo de tantos años resulta doloroso ver a un artista de tu tamaño rebajarse con tanta convicción y orgullo al cachuelismo de la música por encargo, de la propaganda ideológica pura y dura. Como Pueblo Nuevo.
Estos reproches no tienen por objeto contribuir al cargamontón que las redes sociales ya han perpetrado contra ti de la peor manera. Se trata de abrir el espacio, ojalá, para un debate de interés público que el Ecuador se está debiendo desde hace algunos años: el debate sobre el papel político de los intelectuales. Y de los artistas, que trabajan también con el evanescente material de las ideas. ¿Qué papel es ése? Parece claro que no puede ser otro que la crítica. Aun cuando el intelectual y el artista se sientan compelidos a tomar partido, lo cual no sólo es su derecho sino su obligación, no pueden renunciar a su función crítica sin traicionarse a sí mismos. Por eso decía Pasolini que su misión era convertirse en la mala conciencia del poder. Y nada hay más distante de la crítica que la propaganda. Demasiados artistas del país han transitado en estos nueve años por esos derroteros.
Querido Hugo: es penoso comprobar que no hay una sombra de sentido crítico en tus intervenciones públicas. “Soy borrego y no lo niego” es toda una declaración de principios. Tu versión del Ecuador, que describiste en tu muro de Facebook como “un pueblo feliz, tranquilo, floreciente en su economía e iniciativas, una nación luminosa, próspera y en paz”, coincide punto por punto con la versión del poder. La aceptas como te la dan y no te haces preguntas. Ni siquiera te paras a pensar por qué las esferas política y económica del país están en ebullición. Te has convertido en un fiel reproductor del discurso oficial hasta en sus peores rasgos: la descalificación del otro, la superioridad moral.
Una de las características de ese discurso correísta consiste en su afición por cambiar la biografía de las personas. Tú has comenzado por cambiar la tuya propia. Hoy alientas la versión de que los Promesas Temporales fueron unos apóstoles de la resistencia antifebrescorderista. Hermano: a veces la amistad entraña la obligación de decir cosas incómodas. Quizás ningún otro periodista ha escrito más artículos sobre ustedes, les ha hecho más entrevistas, ha compartido más tiempo con ustedes (al menos contigo y con Napolitano) que este humilde pelagato. ¿Cuántas veces me narraron de principio a fin toda su historia, por no mencionar la gran parte de la que fui testigo? En ninguno de esos relatos (aún conservo cientos de horas de grabación), nunca, el desdichado episodio del secuestro de Álex Alvear perpetrado por los gorilas de Febres Cordero fue un capítulo tan protagónico de su historia como pretendes demostrar ahora. Y a partir de tu nueva versión de los hechos ya hay quien sostiene que Febres Cordero disolvió Promesas Temporales. ¿Será? Hugo, yo asistí en el año 95 o 96 al nacimiento de la canción Gringa loca en el garaje de El Taxo, el hostal que administrabas con Rocío. Era pura joda. Babeábamos de la risa. ¿Y ahora resulta que tiene no sé qué contenido ideológico antimperialista, como sugeriste en tu entrevista con El Comercio? No. Esa leyenda que tratas de tejer ahora convencerá a los periodistas veinteañeros de la televisión del gobierno, pero no a quien te conoce. Más allá de tu efervescente naturaleza anarquista, que en Guápulo compartíamos todos (Recuerda a Lennon), nunca fuiste un animal político. Nunca hasta hoy.
Deben ser momentos difíciles para ti. Cientos de personas te han tratado pésimo en el Twitter. Has sido víctima de aquello que los expertos en redes sociales llaman Shitstorm. Y es doloroso. Pero no has sabido manejarlo. No has sabido interpretar el mensaje de la gente. Mensaje enturbiado por insultos y agravios de todo tipo, es cierto, pero así son las redes: ni mejores ni peores que la sociedad. Lo importante es que, detrás de los insultos, hay una preocupación pública legítima. Hugo, la gente percibe que en tu salario (el tercero más alto del ministerio de Cultura, muy por encima de tu rango) hay una desproporción que alguien tiene que explicar. Y tiene derecho a indignarse porque estamos hablando de plata pública. Eso, así como tu doble papel de funcionario y artista tarimero del gobierno son temas que conciernen a la sociedad. Y no basta con indignarse, descalificar a los críticos, tratarlos de “don nadie”, de “gente que ha perdido el control” y está “dominada por la mediocridad, el odio y la envida”. No basta con acudir a todo el repertorio de negaciones aprendidas del presidente de la República. No basta con refugiarse en el falso sentimiento de superioridad que te lleva a afirmar que los don nadie “envidian a las personalidades fuertes”. No. Los temas que molestan a la gente son legítimos y al cabo de tu indignación siguen ahí. Son reales, por más que te empeñes en negarlos y proclames que “el mundo real” es tu vida privada. No, amigo: esta es la realidad. Esta es la esfera pública, en la que has decidido actuar por libre voluntad, lo cual siempre acarrea consecuencias que hay que estar dispuestos a afrontar. La esfera pública, donde la gente, inevitablemente, piensa diferente que uno. Donde todas las vidas confluyen. Donde ni siquiera los líderes iluminados ni “las personalidades fuertes” tienen el monopolio de la verdad. Nadie lo tiene, recuerda: “al fin y al cabo, las historias humanas sólo están hechas de retazos de futuro y promesas temporales”.
Con el cariño de siempre
Bien cantado Roberto…
Por lo menos Idrovo y sabe cual es su precio.. un peso menos…
Por la plata baila el mono………………………y al parecer también cantan…
alguien dijo harto de leer wevadas. Mientras la patria se va por el agujero negro de la recesión.
Que gaver me importa que el lacayo aborregado dizque cantante gane esos verdes por ser esbirro y que xuxa me importa que RA, le saque los cueros al sol a su pana de webadas de antaño. Importa la patria que está en la damier, por este inepto del cuentero mayor.
alguien dijo harto de leer wevadas. Mientras la patria se va por el agujero negro de la recesión.
Que gaver me importa que el lacayo aborregado dizque cantanhte gane esos verdes por ser esbirro y que xuxa me importa que RA, le saque los cueros al sol a su pana de webadas de antaño. Importa la patria que está en la damier, por este inepto del cuentero mayor.
Será que todos tenemos un precio? Hugo tuvo el suyo? Y está contento?….espero que no .
De “levanta el brazo y rompe cada atadura”, que al parecer fue en realidad una “promesa temporal”, a la confesión de “soy borrego y no lo niego” hay un camino hacia la claudicación; algunos artistas, intelectuales y políticos lo han transitado. Por fortuna, otros han sabido ser consecuentes con los principios de libertad y solidaridad y han mantenido sus voces irreverentes y dignas, son los que trascenderán.
Orlando Furioso:
el amigo verdadero
Por Mustapha Ourrad
(Chrl Hbd, desde el infierno)
No habría querido escribir de esto, pero ya es el colmo. Escribir de esto, pero ya es demás, les digo. ¿O debería apuntar?: “soy un metiche porque todos estamos en el mismo saco y debo”. Que me toca, repito, necios, somos una cofradía. Legión: somos muchísimos más.
Orlando Pérez: “ya es de más”, habrás querido decir. De más tú: no sabía que te habías convertido en pensador de la amistad, Montaigne oculto en las sombras tras el pasamontañas. Nos hemos visto al espejo, absortos entre calderos del infierno y poco más que chamuscados con tus loas. Olemos a chicharrón ya, “ya”, como gustas decir de Kafka, el “ya” célebre Franz. Juntamos las palmas, Orlando, ante tus dotes de prestidigitador.
¿Atacaste primero? ¿Finalmente, te atreviste? Aquí vienes, acompañado de Franz, y pretendes salir bien librado en tu suerte hacia la posteridad maldita a favor de Hugo Idrovo. Maldita, y en medio del fuego nos preguntamos sobre tus porqués. “Esprit de corps”. ¡Te las traes, Orlando! Pero no estés tan furioso si la ironía no te va y solo te han salido coscorrones mal cocidos. Te hace falta algo de pluma, pero valga tu intento para la posteridad maldita. Ahí quedarás, furioso y chamuscado.
“Desde”. “La pluma”. “¡Aplaudida!”, escribes y no pareces escribir. “Brod traicionó un deseo sensato de Kafka”, se te ocurre, y no piensas en Canetti o Piero Citati, o en los mismos Brod y Kafka, quienes podrían haberte revelado un par de secretos para espantar tu idea. Pero qué va: pasa la primera liana, Kafka, “¡Compararé el asunto con Kafka!”, y “¡oaoaoaoaoaoaoa!” Este es un país de imbéciles, está comprobado hasta la saciedad. Nadie caerá en cuenta.
Te encuentras (me encuentro) listo (estoy listo) para comenzar la bochornosa carta sobre la bochornosa carta: extiendo un kilo de Hugo Idrovo en la mesa, pleno de integridad, moral política, artística y cultural, Idrovo, entero y exacto a la manera del arte comprometido, y lo amaso. Eludiré el desafío central del comentarista osado (“sesudo, sesudo es el adjetivo”), la responsabilidad del arte y el intelectual en la sociedad, me escabulliré por la puerta trasera diseñada con la probidad del señor cantante, sin hablar de vanidad, necesidad o arrugas que puedan comprometerme y comprometerlo.
“¿Tuvimos que pedir permiso para entrar y hablar de tú a tú con su esposa y pasar un buen rato con sus hijos?”, caray, buena idea: evidenciaré que Hugo es gran anfitrión, no hay mejor cinta para un varón probo.
Pero, detente, Orlando: ¿por qué diantres deberían pedir permiso dos periodistas para entrevistar a un cantante desafinado? ¿Es eso ser generoso, Orlandhugo, abrir la puerta? Queda empuñar la idea, como lo haces, de que El Desafinado es profundo como un pozo kafkiano (¿onettiano?) porque los invitó —a Orlando Furioso y Aguilar— a tomar una bebida en compañía de su esposa. Vaya escuela de torcedura del pescuezo a la razón que cursaste. Con licencia de honor.
Solo resta la descalificación del comentarista osado: a ver, a ver, la Embajada de los Estados Unidos de América nunca nos viene mal, bancos y banqueros jamás han venido mal y la coherencia inmutable de los principios de periodistas e intelectuales que reclamamos desde el banquillo de nuestras izquierdas: Aguilar sí cambió pero Idrovo nunca, él sigue siendo el mismo, no se enjuaga ni enjuagará dos veces en el mismo río. “Y no será un alabador como sí son quienes ahora financian”, alabador, aldabador, baldor, Hugo: nunca aprendí la escritura de la palabra “adulador”, qué diablos. No me importa si este mundo, como así sucede, está plagado de libertarios. Libertarios en todo lugar, les digo y repito.
Para cerrar la faena, que un pasodoble atornille mi idea amistosa. Abajo el traidor desarmado en su moral intelectual, en sus cuentas bancarias y en la lealtad con los amigos. Todo un perro conocido a quien hay que empujar a la hoguera y cantar a gritos —desafinados para ser consecuentes— con don Orlando Furioso y sus Players, mi orquesta:
Ni se compra ni se vende
el cariño verdadero
ni se compra ni se vende
no hay en el mundo dinero
para comprar los quereres.
La patria me quiso marinero
y yo le di sincero
la flor de mi querer.
Chamuscado, ahí queda.
¡Y olé!