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2. La verdad oficial desmontada con voz de mujer

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alexiévich, guerra

1985: Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer, Editorial Debate, Bogotá, 2015, 365páginas.

 

Svetlana Alexiévich sabe que la mejor y más humana forma de desmontar las verdades oficiales, que casi siempre son ficciones que sirven para legitimar el poder, es la experiencia vital del ser humano. Mucho más eficiente para desmitificar las versiones del poder que exhibir cifras, argumentos o interpretaciones, resulta exponer la vida misma de las personas a través de sus testimonios y recuerdos.

Este es el corazón de “La guerra no tiene rostro de mujer”, el libro de Alexiévich que culminó en 1983 pero que tuvo que esperar hasta 1985, cuando llegó la Perestroika con Gorbatchov, para  ser publicado. En el libro, Alexiévich, recoge los testimonios de casi 200 mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial.  Poco le interesa, sin embargo, la historia de las batallas o los detalles bélicos de la época. La autora busca recoger de entre todos los testimonios, aquellos que reconstruyan lo que aquellas mujeres vivieron. La desolación, el fanatismo patriótico, el amor, la femineidad en las trincheras, el frío o el calor, esos son los elementos que Alexiévich busca en las transcripciones que hace de las entrevistas.

“Atenta escucho el dolor… El dolor como prueba de la vida pasada. No existe otras pruebas, desconfío de las demás pruebas. Son demasiados los casos en que las palabras nos alejaron de la verdad”, explica la autora en la primera parte del libro.

Alexiévich utiliza, como en sus otros libros, la técnica del collage. Va colocando uno tras otro los testimonio y el lector va saltando de la versión de una enfermera, una piloto, una soldado a la de una técnica en transmisiones radiales. Ese collage le sirve para ir armando un escenario que retrata lo que ocurrió durante una época crucial para la consolidación del comunismo soviético. Alexiévich es algo así como un Dostoievski de la no ficción.

Con testimonios que permiten al lector intimar con la cotidianidad o la rutina de miles de mujeres que combatieron en la guerra, Alexiévich reconstruye una historia que se aleja de la versión que el estalinismo dibujó de la guerra para justificar su despótico, monolítico y criminal poder. Si no fuera por Alexiévich, difícilmente podríamos conocer el otro lado de aquella guerra y su victoria que sirvió a Stalin para erigirse como un santo intocable por toda la izquierda mundial, a pesar de sus monstruosos crímenes que tanto lo asemejaron a su enemigo Hitler. Es con estos testimonios que el lector puede conocer cómo el aparato estalinista asesinaba o enviaba a Siberia a los rusos que habían sido prisioneros de los alemanes, por ejemplo, o cómo hacía lo mismo con aquellos soldados que habían sido salvados de la muerte en las gélidas aguas de Finlandia por aceptar la mano de un finlandés.

Hay otra premisa que es importante señalar cuando se habla de este libro: que hay alejarse de la voz masculina para hablar de un fenómeno, la guerra,  históricamente visto como algo masculino. Alexiévich logra esto entrevistando exclusivamente a mujeres, a aquellas que nunca hablaron y que, poco tiempo luego de regresar del frente, fueron olvidadas por al aparato de propaganda soviético. Muchas han confesado, en este texto, por primera vez en su vida, lo que vieron o lo que hicieron durante la contienda. Otras han recordado momentos enterrados en lo profundo de su espíritu.

Alexiévich estructura la novela en capítulos, que a su vez son colecciones de testimonios, que cuentan con un punto de partida común: cómo se enrolan las mujeres en el ejército, los méritos en el campo de batalla, la idea de la feminidad aun a pesar de la guerra, los heridos, la camaradería, las tareas a priori secundarias que no incluyen empuñar un fusil, el amor… “Todo lo que sabemos de la guerra lo sabemos por la ‘voz masculina’. todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones masculinas”, dice en la introducción.

Alexiévich no está interesada en hablar de la guerra, pero sus mujeres la recuerdan. No le interesa el combate; sí la idea que subyace del mismo. Los rusos ganaron gracias en parte al papel de las mujeres. Mujeres que luego fueron lanzadas al olvido por el aparato oficial que prefirió la versión cinematógrafica de la guerra para efectos propagandísticos.

El tono del libro no es para nada el de un texto de una activista política. Su visión del comunismo como un sistema opresor y sórdido solo se revela en los recuerdos y las visiones de las mujeres que entrevistó.

Svetlana Alexiévich, la documentalista del terror

La vida después de punto final, por Roberto Aguilar

Biografía de la ruindad humana, por José Hernández

 

1 Comment

  1. Una corrección, revelar las crueldades de un sistema opresor y sórdido recurriendo a publicar SOLO las memorias de sus víctimas es hacer activismo político.
    Soterrado, indirecto y sutil, pero es el tipo de activismo al que se recurre cuando hay el riesgo que tu gobierno te margine, deporte o desaparezca si lo haces mas abiertamente.

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