Correa durante la ceremonia en Parcayacu. Foto Presidencia
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La batalla sospechosa de Correa contra los militares

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Dos visiones: Rafael Correa resumió así las contradicciones que tiene con las Fuerzas Armadas. Por supuesto, no lo dijo de esa manera. Endosó las diferencias a Luis Garzón Narváez, antiguo jefe del Comando Conjunto. Lo nombró por el apellido. Explayó esas diferencias y hasta se comprometió a emitir decretos para paliar lo que son, a sus ojos, privilegios de los oficiales. Sus salarios, sus cesantías, sus clubes, su vajilla… Pero también sus concepciones. Por ejemplo, creerse la columna vertebral de la nación.

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Rafael Correa ayer durante la ceremonia de Parcayacu. Fotos de la Presidencia de la República.

Correa nombró al antiguo jefe del Comando Conjunto. Pero es obvio que su discurso arropa la doctrina, las concepciones y las prácticas de la institución militar. Basta cruzar los discursos del comandante saliente y del entrante, Oswaldo Zambrano Cueva, para comprobarlo. Un poco más explícito el primero; más diplomático el segundo, pero en el fondo lo mismo. Los dos mostraron que las Fuerzas Armadas vienen históricamente de lejos y trascienden los liderazgos políticos pasajeros. Los dos hablaron de los mismos valores y principios. Los dos señalaron a aquellos que, en sus palabras, buscan socavar la unidad militar, atacan la institución en forma injustificada y atentan contra su prestigio. Los dos insistieron en que las Fuerzas Armadas vienen del pueblo, defienden al pueblo y se deben a él. Los dos repitieron que la institución defiende, como dice la Constitución, los derechos, las libertades y las garantías de los ciudadanos… Los dos dijeron, en fin, que la institución militar es, entre las instituciones, la que goza de mayor popularidad y credibilidad en el país.

El Presidente habló de dos visiones. E incluso relacionó aquella que critica con lo que llama “viejo país”. Es evidente que aquello que dice (él lo atribuye a un hipotético “nuevo país”) no choca con lo que piensa el antiguo jefe del Comando Conjunto: choca con las Fuerzas Armadas. Y esto reaviva un debate político que el Presidente emprende solo y a deshoras con una institución militar que hace oficio de convidada de piedra. De víctima propiciatoria.

La institución militar, como la sociedad en su conjunto, requiere transformaciones. Ese debate se inició, en ciertos sectores académicos, políticos, periodísticos y militares, hace 15 años. Debate incipiente pero que buscaba abrir la sociedad militar a la sociedad civil. Debate en el cual se habló de modernización de la institución militar, de sus eventuales privilegios, de sus empresas, de la necesidad por parte de los civiles de conocer lo que ocurría puertas adentro en los cuarteles y elevar la política de defensa al nivel político que debe tener. El correísmo no avanzó un ápice en esta dirección y, por el contrario, ignoró los trabajos que se hicieron entonces.

Nueve años de gobierno después, Correa parece descubrir la sociedad militar. Nueve años en los cuales ni siquiera sabía que el presupuesto para el rancho de los soldados es de tres dólares diarios. Eso vuelve sospechosa la vía que escoge para supuestamente cambiar la institución militar. Es evidente que hay cambios que hacer en Fuerzas Armadas. Es evidente que su gobierno no los ha hecho. Por ejemplo, él mismo ya reconoció que hay empresas militares que en vez de haber sido privatizadas fueron entregadas al Issfa. La política de homologación salarial, de la cual ahora se queja, fue aceptada y ejecutada por su gobierno; incluso adelantada un año.

Lo reprochable no es que el Presidente señale la necesidad de hacer ajustes en Fuerzas Armadas. El primer problema es la forma como los quiere hacer: planteando a la patada un mano a mano político a los militares en el cual tiene todas las de ganar. Y el segundo es la motivación: sacar partido proselitista usando su esquema (que requiere un ring y un contendor) en un momento particularmente álgido para él. Usar a las Fuerzas Armadas para salvar los muebles electorales de Alianza País es la mejor prueba de que Correa no corre tras una reforma institucional para las Fuerzas Armadas. Eso es lo que dice. Pero igual dijo cuando atacó al periodismo bajo el supuesto falaz de modernizarlo y profesionalizarlo: lo destruyó casi por entero.

El gesto de Correa, que sus fans saludan como una actitud histórica, se puede anunciar como una guerra perdida que hace con una institución que es de doble filo, en el campo político, para el poder. Correa ya no tiene el tiempo político para desmontar el imaginario que ancla la relación de la sociedad con los militares. No por nada esa institución sigue siendo la mejor valorada por la opinión que, en momentos de crisis, la ha visto más como una aliada de sus derechos e intereses que como un enemigo. Querer granjearse el apoyo de los soldados contra los oficiales se antoja una empresa compleja en una institución que tiene, como característica mayor, la jerarquización. Y, por último, entre otras cosas, la operación del Presidente luce más como un gesto político desesperado que como una decisión sosegada y madura para introducir cambios en una institución que, precisamente, huye de la improvisación y el caos.

La batalla que dice querer dar esta vez se antoja sospechosa y a deshoras.

38 Comments

  1. Sin caer en favoritismos y siendo practico considero que la institución militar es necesaria claro por las condiciones arraigadas de criterio de las que padecemos, en otras condiciones cabría espacios de reconsideración, su trabajo esta presente en fronteras, espacios institucionales por nombrar algo no entiendo por que ensañarnos con sus miembros que lo único que decidieron es ser militares de carrera como cualquier individuo que decide ser profesional en cualquier otro ámbito.

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