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El caudillo que habló un año sin parar

lectura de 9 minutos

A Rafael Correa no hay quien lo haga callar. Ya sea porque le gusta el sonido de su propia voz o porque está persuadido de la profundidad y la importancia de todo lo que dice, el presidente de la República pertenece a esa estirpe de caudillos tropicales que son capaces de hablar por horas sin detenerse: todo un clásico. Su última sabatina, la que animó el 5 de marzo en Vilcabamba, tuvo una duración de 4 horas y media: media hora por encima del promedio de los últimos seis meses. Y tiende a subir. Dos días después, el lunes 7 de marzo, viajó a la provincia de Sucumbíos, donde asistió a la inauguración del Hospital del Día del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, tomó la palabra y habló durante una hora y 7 minutos; presidió la apertura de la Unidad Educativa del Milenio Camilo Gallegos y pronunció un discurso de 56 minutos; inauguró un nuevo puente sobre el río Aguarico y estuvo a cargo del micrófono (descontando los cuatro minutos que le tomó despachar la canción “Saber que se puede”, de Diego Torres) durante 46 minutos; por último, para demostrar que sólo se ocupa de las cosas importantes, solemnizó con su presencia la inauguración de una nueva gasolinera de Petroecuador, ceremonia histórica donde las hay, y garló 19 minutos extras. Todo en un solo día. En total, en un lapso menor a 16 horas, el presidente de la República habló durante 3 horas y 8 minutos.

Si continua a ese ritmo, antes de que llegue el sábado Rafael Correa habrá gastado 15 horas con 40 minutos en dar discursos. Añádanse tres horas de conversatorios y otras declaraciones y 4 horas y media clavadas de monólogo sabatino y se obtendrá un gran total de 23 horas con 20 minutos semanales. Redondeando: un día de cada siete. Sin parar. Si se consideran jornadas laborales de ocho horas, son tres días de nueve de la mañana a cinco de la tarde. Como si el presidente se dedicara a hablar de lunes a miércoles y se pusiera a trabajar recién el jueves. No se considera en este cómputo todo lo que dirá Rafael Correa durante las comidas, que debe ser mucho. Sean cenas de mantel blanco y con invitados especiales en Carondelet o almuerzos populares de camisa arremangada y mano a la presa en cualquier mercado de la patria, el que lleva la voz cantante en esas ocasiones, el que cuenta las anécdotas y desgrana los chistes, el que pondera la comida, el que pontifica sobre cuestiones importantes, el que dirige el bullying, en fin, el que habla y habla y habla sólo puede ser uno: el macho alfa.

23 horas con 20 minutos de discursos, entrevistas y declaraciones por semana es mucho tiempo. Pero hay que ser realistas: no todos los días se puede alcanzar los mismos niveles de elocuencia. Para determinar un promedio más aproximado a la realidad, tomemos una semana completa. La semana anterior, por ejemplo, entre el domingo 28 de febrero y el sábado 5 de marzo.

La semana arrancó con el viaje del presidente de la República a la provincia de El Oro y con una entrevista que, ni bien llegado a Machala, concedió a varios medios de comunicación, incluido el canal gobiernista. A Correa le encantan estos espacios en los que los periodistas le preguntan exactamente lo que él quiere. Así cualquiera se explaya. Duración total: 1 hora 42 minutos. Esto ocurrió el domingo 28 de febrero por la noche.

El lunes 29 vemos a Correa entregado a su fiebre constructora, que a la hora de hablar es el tema que más le gusta. Ese día recorrió los terrenos donde se levantará el Hospital General de Machala, recién en sus fases iniciales de construcción. Mala cosa: significa que no alcanzará a inaugurarlo. Mejor aprovechar para discursear ahorita. Duración: 40 minutos. A la hora del almuerzo, nada mejor que tener a mano un mercado para inaugurar, en este caso el de la Asociación de Comerciantes Minoristas, al sur de Machala. El discurso respectivo duró 38 minutos. Inmediatamente se trasladó a Salatí para inaugurar la carretera que, pasando por ahí, conecta Portovelo con Ambocas. Nunca había estado el presidente por esos pagos. Y como nada le emociona más que conocer rincones nuevos de la patria llevó un discurso escrito de 33 páginas (eso en telepronter se mide en metros) cuya lectura le tomó 54 minutos interminables.

El martes primero de marzo Correa viajó a Guayaquil, donde nuevamente protagonizó una entrevista de esas que le gustan con la Asociación Ecuatoriana de Radiodifusión. Casi dos horas duró el show. Exactamente, una hora 58 minutos. Luego visitó y dio por inauguradas las instalaciones del mejor laboratorio de criminalística y ciencias forenses de América Latina, tan bueno pero tan bueno que hasta los peritos argentinos se mueren por trabajar ahí. 38 minutos habló el presidente en ese sitio.

El miércoles 2 de marzo tuvo un día relajado, al menos en lo que a discursos respecta. Sólo uno, por la noche, en la ceremonia de entrega del premio anual a la excelencia Rita Lecumberri: 61 minutos.

El jueves 3 se desplazó a Zamora Chinchipe, donde habló hasta enronquecer. Lo hizo en la carpa explicativa del proyecto Mirador (17 minutos), en el nuevo centro judicial de la provincia (41 minutos), en el proyecto minero Fruta del Norte (20 minutos) y, finalmente, en un conversatorio con los medios de comunicación (1 hora 11 minutos), donde algún periodista mercantilista le preguntó sobre la sobrevivencia de los enfermos de cáncer: un tema mucho menos interesante y trascendente que una gasolinera, al que finalmente el presidente, contra su voluntad, terminó concediendo 76 segundos de atención.

El viernes 4 hubo nueva inauguración de carretera (44 minutos de discurso) y nueva apertura de centro de salud (51 minutos). Y el sábado, como ya se ha dicho, 4 horas y media de monólogo. Sumadas todas estas intervenciones el total de la semana, minutos más, minutos menos, es de 16 horas. En 52 semanas son 832 horas anuales, equivalentes a 34,6 días.

Impactante: en un año calendario el presidente de la República dedica un mes, cuatro días, 14 horas y 24 minutos a hablar. Cuando cumpla diez años de gobierno Rafael Correa habrá hablado 11 meses, 15 días, 23 horas y 12 minutos. Sumando los maratónicos informes a la nación, los discursos del aniversario de la revolución ciudadana, las conferencias magistrales de cuando recibe sus honoris causa, las arengas desde el balcón de Carondelet y tantas otras cosas –que oportunidades para hablar nunca le faltan– digamos que antes de terminar su mandato Rafael Correa habrá hablado un año entero. ¡Un año! Un año sin comer, sin dormir, sin ir al baño, sólo hablando y hablando 24 horas al día y 7 días a la semana. Es inimaginable.

Trasladado a horas hábiles es no menos delirante: si el presidente de la República se dedicara a hablar todos los días de 9 de la mañana a 6 de la tarde (con un intermedio de una hora para el almuerzo), le tomaría tres años enteros repetir todo lo que ha dicho. Cuatro, si descontamos sábados y domingos. Imaginémoslo por un momento: el presidente asume el mando el 15 de enero de 2007, se instala en Carondelet o en la tarima que sea, le pasan un micrófono y empieza a hablar. Y todos los días, de lunes a viernes, de 9h00 a 13h00 y de 14h00 a 18h00, no hace otra cosa que eso: hablar y hablar. Día, tras día. Año tras año. Así hasta 2011. De pronto, un día, se calla y empieza a gobernar. Y de 2011 a 2016, es decir, un periodo presidencial completo (uno solo), gobierna con la boca cerrada. ¿No estaríamos mucho mejor?

Ilustración: Crudo Ecuador

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