En su ensayo filosófico Sobre la libertad (1859) el gran economista y politólogo John Stuart Mill veía alzarse un nuevo peligro para la sociedad: la tiranía de la opinión. Explicaba el autor que no es solamente la tiranía del gobierno una amenaza real para los ciudadanos. Así, Stuart Mill hablaba de la opresión que la opinión predominante en una sociedad puede ejercer sobre la minoría.
Hace pocos días, cuando algunos ecuatorianos se inquietaron y preguntaron por qué los medios dejan que ex correistas escriban en sus plataformas, la incoherencia cultural fue clara y tenaz. Por un lado, está el sector que acusa al Gobierno de frenar la libertad de expresión. Por otro, era el mismo sector el que exigía explicaciones de por qué permitieron que otro grupo se pronuncie libremente.
Esa intolerancia con las ideas del prójimo es recurrente en la sociedad ecuatoriana. Es un diagnóstico triste decir que culturalmente los ciudadanos no son embajadores de las libertades sino soldados de sus propias libertades. Si una persona quiere expresarse, y dice que es bueno que los demás lo hagan, lo mantendrá siempre y cuando los demás sostengan y defiendan lo mismo que ella.
Esto habla de un entorno que no sabe argumentar, que no sabe avanzar.
Para traer estos conceptos al contexto actual, se puede decir, por ejemplo, que hoy sería difícil para una persona en Ecuador escribir abiertamente en contra del aborto sin que ciertos sectores de la sociedad la acusen de fanatismo religioso o de ser ‘curuchupa’. La opresión en las ideas es un sutil –pero grave– castigo para todos. Es un desafío ver que otros pueden pensar distinto y no encasillarlos en un molde negativo –curuchupa, por ejemplo– para deslegitimar sus argumentos. Es más fácil responder a las propuestas de otros –propuestas que no cuadran con lo que es aceptado– anulando al interlocutor. En ese caso, se ataca a la persona no al argumento, cuando debería ser al revés. Resulta complicado expresar libremente una opinión personal cuando la sociedad ya ha sentenciado cuáles son las posturas adecuadas, políticamente correctas y populares.
Tanto la tiranía del gobierno y la coerción del aparato estatal, como la tiranía de la opinión, tienen como sujeto ejecutor a las mayorías. En el primer caso, porque es la mayoría la que elige a un gobernante que tiene legitimidad de origen. En el segundo caso, porque es la visión predominante la que oprime al disidente. Hay sociedades que se salvan de la tiranía del gobierno o se libran de la tiranía de la opinión porque han aprendido a debatir con respeto y buscar coincidencias; entendiendo que es allí donde hay certezas.
Los ecuatorianos están condenados a las dos. Por un lado, la aplastante y abusiva administración de Rafael Correa, legitimada además por su origen. Por otro, la intolerancia hacia las ideas, la conciencia y las elecciones de los demás. Parecería que el discurso agresivo y fulminante del Presidente se ha esparcido a todos los niveles, a las casas, las aulas, las reuniones, las redes sociales. La sociedad ecuatoriana ha aprendido a insultar, ha aprendido a menospreciar. Y en ese aprendizaje está perdida y sin saber cómo hablar de los temas importantes.
Aunque la mentalidad parezca haber evolucionado y aparentemente los ciudadanos sean más abiertos, los hechos demuestran lo contrario. Una cosa es que lo que es aceptado cambie a lo largo del tiempo en una cultura. Lo que antes parecía inaceptable, tal vez hoy sea una práctica común. Pero es insignificante el hecho de que una práctica pase de moda o se vuelva moda. Lo que es alarmante es que siempre habrá una tiranía de la cosmovisión de turno.
¿Qué les queda a los ecuatorianos en este ambiente incoherente, virulento y egoísta? ¿Qué hacer con este tipo de violencia que los esclaviza? Deben dejar que el disidente se manifieste. Hay que pensar que sin él no habría motor de cambio en los tiempos. Como sugería Stuart Mill, si ese disidente está en lo correcto, le enseñará a la sociedad cuál es el camino; si está equivocado, se encontrará la verdad por contraste con el error propuesto.
Hay que prestar atención, y no subestimar al ‘raro’, al ‘rebelde’, al ‘loco’. A ese loco se le debe el cambio que se gesta en las culturas y la ruptura de lo establecido. Ya se ha visto en demasiadas ocasiones a una mayoría equivocarse. Ser mayoría no es criterio de razón, de verdad, de corrección. Con el apoyo de las mayorías se han perpetrado las más crueles injusticias de nuestra historia.
No es necesario despreciar una opinión contraria a lo que, como cultura, se ha decidido que se considerará verdad. Tampoco es sensato esperar que todos coincidan en sus posturas porque en esa espera se reprime el desarrollo de la individualidad y la independencia de pensamiento. Basta con tener la opción de disentir sin tener terror a ser juzgados. Al final, los hechos hablan por sí solos y la verdad siempre se impone.
Buen articulo. Es triste ver como un hermoso País se destruye día a dia
No necesitamos de terremotos ni catástrofes naturales. Nosotros mismos estamos provocando desastres internos. Y lo peor de todo es que no hacemos nada.
Una que otra marcha. Protestas por un lado y otro pero ya no hay unión
Tenemos como siempre varios candidatos a Presidente de la Republica. Todos quieren ganar.
No ven que el País está en ruinas
Ven solamente sus propios intereses. Es muy triste.
Solo cuando se logre un solo frente y una gran oposición lograremos algo. Antes no lograremos nada
Bien María Cristina! Tenemos un tirano corrupto y loco…que ha sido apoyado por una mayoría para que les pudra la vida. Y seguirá!
[…] http://4pelagatos.com/2016/03/12/la-tirania-ya-es-de-todos/ […]
“Ser mayoría no es criterio de razón, de verdad, de corrección”, dice la autora. Lo que me lleva a señalar que se ha abusado de la noción de ‘democracia’ tomándola como la síntesis y esencia de los actuales sistemas de gobierno de la mayor parte de los países. Dicha noción cuyo contenido es usualmente reducido al de ‘gobierno del pueblo’ entendido a su vez como el gobierno de la mitad más uno o de la primera minoría, no puede estar más lejos de la esencia de los motivos que llevaron a que se abandonara la forma predominante de gobierno (la monarquía absoluta) por la actual. El gobierno despótico de los reyes se caracterizó por no reconocer en la vida, la propiedad y la libertad de las personas un límite que no puede ser pasado por encima por el sólo hecho de tener el poder estatal, límite que buscaron recuperar las Repúblicas Democráticas representativas modernas. Por eso se creó un cuerpo de leyes fundamentale en la que se reconcoe un serie de derechos inalienables de las personas que no tienen origen en la ley positiva y que le hacen de límite. En la República se vive primero bajo el imperio de ciertas leyes fundamentales y sólo secundariamente bajo leyes menores que (no siendo incompatibles con las primeras) son aprobadas y diseñadas y debatidas por representantes de la mayoría que deben ser idóneos para su cargo. El pueblo no gobierno sino por medio de sus representantes a quienes luego les exige que rindan cuentas. Por eso también se dividió al poder (en tres) para que sea más difícil que reine la arbitrariedad y el abuso de los gobernantes. Cuando la voluntad de la mayoría es exaltado como el único criterio o el principal de legitimidad, se cae en el absolutismo (‘duro’ si es estatal y ‘blando’ si es de la opinión). Desgraciadamente, la mayoría no siente que debe probar su punto, ser la mayoría es su punto. En este sentido, contrariamente a lo que se piensa, el relativismo ha fomentado el abuso, porque si no hay razones objetivas que descubrir, si todo es un constructo artificial, tampoco la realidad o el otro o los valores constituyen un límite objetivo para la conciencia de las personas, incluyendo valores como el de la tolerancia. Y así sólo queda el poder que, ya sea ejercido por la mayoria, por los más ricos, los más populares, los más astutos o los más seductores (el discurso hoy en día es más persuasivo que argumentativo), no tienen más legitimidad que el haber podido imponerse. En esto consiste la muerte de la razón y de la justicia: en el haberlos vaciado de todo contenido y en haberlos reemplazado por la mera superioridad numérica.
Muy buen comentario. Yo añadiría que para seguir construyendo una verdadera democracia, hay que alejarse del poder absoluto, es decir decentralizar y redistribuir el poder ya sea estatal como privado; objetivo difícil pero no imposible.
¿En efecto! La descentralización es clave! Por eso me encanta el principio de subisdiariedad.
Muy buen artículo. Pienso que no es que no toleremos que ex-correistas escriban, lo pueden hacer dónde quieran, el tema es que ahora que están afuera del gobierna quieran criticarlo. Sí apoyaron esa “ideología”, si no denunciaron cuando vieron y/o participaron de alguna partida presupuestaria entonces no vengan a querer disculparse con artículos en publicaciones. No comparto que es intolerancia, más bien es sentido común. Ella tuvieron la oportunidad “histórica ” como dicen los APs de cambiar todo en el país y simplemente siguieron los lineamientos políticos que les dijeron. Ahora que no vengan a decir que somos intolerantes , que se merecen un espacio para poder criticar al gobierno. Mejor que usen este medio para con las pruebas que deben tener, poder denunciar tanto atraco. Ahí sí que todos les apoyaríamos.
Buen texto.
Quisiera matizar algunas afirmaciones que hace el artículo, felicitando por cierto a la autora,quien observa al Ecuador desde una mirada amplia, democrática y civilizada, en donde los conflictos se procesan mediante el diálogo que no es sino un debate que supone cultura, altura y conocimientos; pero sobre todo, libertad de pensamiento en su sentido mas amplio, esto es, no creerse dueño de la verdad; no vivir del dogma, sino en construcción permanente de ella, a través de la reflexión; ahora bien, en su análisis la autora parte de un supuesto erróneo al considerar que en nuestro país existía antes de Correa vocación o capacidad de diálogo, esto sería una señal sumamente alentadora; lamentablemente todavía arrastramos complejos producto de una herencia colonial y neocolonial, procesos de alienación y aculturación crecientes,me atrevería a decir que en muchos sentidos somos una sociedad muy próxima al fundamentalismo, una sociedad confundida que no acierta a definir su identidad; es en este contexto socio-cultural que echaron raíces y se potenciaron los mensajes disociativos y rencorosos del Presidente, proyectando a la sociedad un orgullo mal entendido, quisquillosidad, agresividad, instintos de violencia, el afán de venganza -recuerden cuando en una Universidad guayaquileña azuzó abiertamente a enfrentamientos entre jóvenes- O como en lugar de buscar la unidad nacional instiga al revanchismo entre militares y civiles, tropa con oficiales, policías con militares, pelucones con plebeyos etc, etc; su talante desata y promueve una espiral de violencia en todas sus expresiones con lo cual anula toda posibilidad de diálogo, profundizando de esta manera las contradicciones sociales, todo esto de manera planificada con el fin de tener una sociedad paralizada, sumisa y fragmentaria, lo que le facilitaría su proyecto autoritario y anti democrático.
Quisiera matizar algunas afirmaciones que hace el artículo, felicitando por cierto a la autora,quien mira al Ecuador desde una mirada amplia, democrática y civilizada, en donde los conflictos se procesan mediante el diálogo que no es sino un debate que supone cultura, altura y conocimientos; pero sobre todo, libertad de pensamiento en su sentido mas amplio, esto es, no creerse dueño de la verdad; no vivir del dogma, sino en construcción permanente de ella, a través de la reflexión; ahora bien, en su análisis la autora parte de un supuesto erróneo al considerar que en nuestro país existía antes de Correa vocación o capacidad de diálogo, esto sería una señal sumamente alentadora; lamentablemente todavía arrastramos complejos producto de una herencia colonial y neocolonial, procesos de alienación y aculturación crecientes,me atrevería a decir que en muchos sentidos somos una sociedad muy próxima al fundamentalismo, una sociedad confundida que no acierta a definir su identidad; es en este contexto socio-cultural que echaron raíces y se potenciaron los mensajes disociativos y rencorosos del Presidente, proyectando a la sociedad un orgullo mal entendido, quisquillosidad, agresividad, instintos de violencia, el afán de venganza -recuerden cuando en una Universidad guayaquileña azuzó abiertamente a enfrentamientos entre jóvenes- O como en lugar de buscar la unidad nacional instiga al revanchismo entre militares y civiles, tropa con oficiales, policías con militares, pelucones con plebeyos etc, etc; su talante desata y promueve una espiral de violencia en todas sus expresiones con lo cual anula toda posibilidad de diálogo, profundizando de esta manera las contradicciones sociales, todo esto de manera planificada con el fin de tener una sociedad paralizada, sumisa y fragmentaria, lo que le facilitaría su proyecto autoritario y antidemocrático.
Me gustó su artículo. La violencia verbal “ya es de todos”, es una pena que la sociedad en conjunto cayó en el juego virulento y agresivo de quien gobierna. El insulto refleja una condición humana, por lo tanto, en ese sentido, el presidente, no es peor que muchos “opinadores”. Esa es la sociedad que nos quedará después del correato, algo de lo tendremos que hacernos cargo cada uno.
Los correistas se manifiestan libremente en el Telegrafo, a mi me censuraron una carta al director por más que uno de los editorialistas es mi amigo. Que los ex-correistas escriban en una plataforma es correcto siempre y cuando lo que escriban tenga calidad y relevancia, sino es solo un privilegio que se la dan a los amigos.
Importante artículo. La intolerancia se ha instalado en el país. Apenas un caricaturista se desvía una pendejésima de lo que se considera correcto, alguien lo acusa para felicidad infinita de la supercom.
Las leyes se aprueban en medio de farras y celebraciones estruendosas que cantan y bailan la derrota de los otros; no importa que haga falta un gran cerco policial para proteger del pueblo a los festejantes.
Los ejemplos de abuso abundan. Si una respetabilísima comisión de gente intachable avisa indicios de corrupción en una obra pública, la reacción violenta, amenazante y descalificadora no se hace esperar. Los acusan hasta de viejos chochos a esos patriotas que se enfrentan al poder brutal y atrabiliario.
Ahora mismo, en su sabatina, nuestro presidente estará sin duda contándonos que alguien es mentiroso, mediocre y descalificado. Es un bombardeo constante que nos va dejando sin reservas morales.
Hay correístas bien intencionados que ven estas cosas y eligen callar. Dicen que en el Ecuador no se podría gobernar de otra forma. Están equivocados y lo están matando al país.