Aunque el expoeta lo ha negado, al parecer el gallo sí le propinó un puñetazo en medio de una “tensa” reunión en la que el expoeta, que se ha embebido de la pose displicente y perdonavidas del jefe, originó la agresión. Lo cierto es que la reacción en redes sociales al evento, real o supuesto, refleja el nivel de polarización, de agresividad y de hastío. Resume la deformación de las instituciones llevadas al ejercicio discrecional y volitivo de la autoridad autoritaria.
En el Vaticano, invitado por el Papa peronista, Correa propinó un latigazo al rol de la sociedad organizada y organismos no gubernamentales a los que atribuyó culpa en el desorden y la desestatización. Habráse visto, decía un articulista de El Telégrafo cuyo nombre no guardé, que la sociedad entre en competencia con el Estado. Es la sociedad civil que media entre personas y Estado la que ha sido apabullada en estos años.
La cultura se forja por emulación. Por las conductas de aquellos a quienes les conferimos ascendencia. Pero, al contrario, en esto nueve años se ha institucionalizado la creencia que las conductas de los individuos se forjan, se modelan, a punta de reglazos, de multas draconianas, de discrecionalidad de la voluntad de las autoridades que se pretenden titulares del bien común.
Lo patético de la escena en la que Correa, sin ninguna legitimidad legal y menos humanitaria, amenaza con cárcel a los frustrados perjudicados por el terremoto, es la imagen de nueve años de pretender curar la oposición, exterminar el disenso, suprimir la diversidad, anular las organizaciones de personas, vociferando en tono de patriarca infalible y redentor.
Y aunque suene apologista, que no es, la ovación al gallo expresa un “al diablo” con tanto abuso. No obstante, del lado de los que ya calificaron al autor del espolonazo de outsider de la política, hay muestras de los daños que el correísmo ha provocado en una porción importante de ciudadanos. Por la sensación de indefensión, de furia retenida y por la ausencia de medios institucionales de solución de las controversias, esos ciudadanos buscan el atajo de la venganza y de la solución violenta. En el lado de los críticos, dejando por fuera a los fanáticos del correísmo, están los ingenuos que critican al supuesto autor del estrellamiento del puño porque no respeta el rango y las instituciones. ¿Cuáles instituciones me pregunto?
En sus costosas sabatinas Correa ha sembrado odio y revancha. Las evidencias muestran que ha sido exitoso. No falta sino leer la virulencia extraordinaria, la crueldad y procacidad con la que sus adherentes comentan o critican opiniones contrarias. Lo que tiene su contra-relato en las formas en las que se expresan muchos de los “opos” -contracción de opositores inventada por el correísmo para defenderse del mote de “borregos”-.
Sanar este nivel de enfrentamiento no ha sido posible ni siquiera por el dolor salido a flor de piel en medio del descomunal desastre. Por el contrario, la apropiación de la ayuda espontánea de las personas, cualitativa y cuantitativamente hablando; la inmisericorde propaganda, los lamentables mensajes desde el correísmo degradando la solidaridad y el mismo talante de las medidas económicas han incrementado el fastidio.
Hay que reconocer que aún en la lona, el correísmo sigue lanzando patadas como si su fuerza permaneciera intacta y como si el acial todavía sirviera para arrebañar. Y aunque eso fuere así; es decir, que los niveles de credibilidad fueran altos y no enclenques como muestran las encuestas, el gobernante que marcó el tono del debate, debería bajar el volumen de su griterío y reemplazarlo por un sentido orientador. No solo hay que enfrentar la reconstrucción de toda una provincia sino la economía de todo un país. Las cifras convencerían a cualquier sensato de que fracasó.
No es sano fomentar la bronca al punto que se aplaude la agresión como forma reparadora. Difícil que Correa lo entienda. Pero sí lo entendemos quienes esperamos vivir en una sociedad civilizada; lo que tampoco justifica ofrecer la otra mejilla.
Un artículo lleno de madura sensatez y con la dureza necesaria.