La ruptura no fue política en sentido estricto. No se dio en la Shyris ni en la 9 de Octubre. La ruptura fue por motivos humanitarios y se produjo tras el terremoto.
El poder correísta entró en abierta competencia con la sociedad en su conjunto. La sintió independiente, movilizada, solidaria. Su respuesta fue inconcebible: la desconoció. La ocultó. Desvió sus aportes con el apoyo militar. Los empacó en bolsas oficiales para distribuirlos haciendo abierto proselitismo con la tragedia. Y de yapa disparó una campaña de autoelogios.
Nunca como hasta esos días de mediados de abril, el poder había mostrado tanta desconfianza de la sociedad. Y nunca, como hasta esos días, gran parte de la sociedad pudo ver de cuerpo entero al poder. El mérito es enteramente suyo: el ensimismamiento y la borrachera que produce la propaganda son tan envolventes que el Presidente y los suyos no imaginan hasta qué punto son capaces de mostrar sus costuras. El cinismo, la prepotencia y el miedo a la sociedad marcan definitivamente este punto de ruptura.
Hasta entonces, el distanciamiento de sectores de la sociedad había sido lento. Basta pensar que incluso después de la crisis petrolera, las cifras del Presidente en los sondeos eran altas. Además, cabe verlas en perspectiva, tras casi diez años en el poder.
¿Por qué? ¿Cómo se explica la adhesión masiva a un gobierno que se ha dedicado, en forma sistemática y ostensible, a construir una mentira y a institucionalizarla? ¿Basta con decir que el gobierno hizo un canje con un gran número de ciudadanos: mentira oficial más renuncia de derechos a cambio de empleo –creado por el Estado– más participación en la sociedad de consumo? Lo cierto es que la sociedad, en una inmensa mayoría, no se hizo preguntas sobre la naturaleza del poder y su lógica. Muchos ciudadanos, la academia, gran número de empresarios desertaron del espacio público y se dedicaron a lo suyo. Ese repliegue a una suerte de esfera privada funcionó como un acto de legitimación política que duró, sin mayor problema, mientras duró la bonanza del precio de los commodities.
¿Cómo se debe entender esta adhesión a un poder que, ante ese vacío ciudadano, copó todos los espacios y convirtió a cada ciudadano en cómplice o víctima suyo? ¿Se debe hablar de asimilación, de fe, de miedo, de apoyo, de obediencia, de intercambio? ¿De qué es dable hablar? Y en cada caso, ¿cómo se explica el silencio altamente generalizado ante un poder que reprime y persigue selectivamente a aquellos que no se someten, que no se resignan?
La sociedad anticorreísta no ha abierto este capítulo de preguntas. No se ha dicho –y quizá allí se encuentran temas fundamentales para el debate– por qué Rafael Correa logró representarla tantos años y por qué ella se sintió representada tantos años por él. La decepción –que tampoco tiene estudios académicos de por medio– ha franqueado el paso a la rabia y a la distriba. Hay ambiente de catarsis permanente en las redes sociales y los ejércitos de troles y mercenarios gubernamentales no facilitan la tarea de la sociedad. Pero luce sensato pensar que en algún momento –quizá ahora mismo que se preconiza la resistencia– es necesario reinventar aquellos valores y fundamentos éticos y políticos que la convierten en comunidad.
Esta tarea es ineludible. Lo es también entender lo que pasó en esta era correísta. El sentido común dicta ir del balance a la propuesta. Todo esto está siendo pospuesto y lo que se ve es una suerte de purga en las redes sociales que mitiga la bronca pero no prepara el futuro.
Se dirá que la sociedad necesita de–construir el correísmo y eso es lo que está haciendo: mostrando su doble moral, su cinismo, su optimismo postizo, su mentira institucionalizada, sus logros lamparosos como los anotados por Jorge Glas. Si él ve una refinería en un peladero y creee haber insertado al Ecuador como una potencia mundial… el delirio hizo serios estropicios.
Las redes, la bronca, el humor… Toda esta de-construcción de la ficción correísta ha servido para que la sociedad se libere del poder ideológico del correísmo. Pero tampoco eso alcanza para preparar el futuro. Y los tiempos son cortos, gane o pierda el correísmo en 2017.
Mañana:
3. Reinventar la política y la esfera pública.
José, buenas noches. Hasta ahora usted ha usado la palabra “sociedad” como sinónimo de “bueno”. Hay q tener claro (aunq nos duela) q los cínicos del trol center y los mercenarios gubernamentales, y los mismos políticos delincuentes, son también la sociedad.
Una sociedad podrida tiene necesariamente autoridades podridas. Eso somos. Gracias a Dios aún queda gente buena y honrada. Pero con eso no basta.
No solo han robado los jerarcas, sino hasta el empleado raso, xq ha visto q sus jefes eran los primeros corruptos. No hay q reinventar la política. Hay q reinvantarnos como sociedad. Si es q algo así es posible.
Es asi como se debe responder a la tibieza de las acciones de la “sociedad” y de alli a tomar acción, por mucho menos sacamos a otros. La felicito Gloria y celebro a 4pelagatos por la acción frontal contra toda esta corruptela de los gobernantes
Los soldados fueron obligados, muy a su pesar, a ser partícipes y dar su mano en armar toda esa parafernalia infernal de confiscar las ayudas de la ciudadanía y meterlas en funditas verde agua.
La inconformidad de nuestros soldados fue elocuente…. pregunten a un poeta resentido social comunista antiejercito que funje de quien sabe que actualmente en el gobierno .. el, o mas bien su ojo, puede dar fe de ello
Es bastante bueno el analisis, nos muestra claramente las pretenciones politiqueras abusando de una dolorosa tragedia. No concuerdo en que los militares apoyaron a “desviar” los aportes de la sociedad civil. Es muy visible el inmeso, sacrificado y loalble apoyo que los soldados ecuatorianos dan a la poblacion afectada por el terremoto.
De acuerdo, hay un Capitán que de un quiño le bajó la prepotencia y de la nube a un poeta.
Señor Hernández: Felicitaciones por todos y cada uno de sus artículos originados con profunda honestidad y valentía, con certero conocimiento de causa y con inigualable sentido de hermandad con el pueblo ecuatoriano al convertirse no solo en el Paladin de nuestros derechos, sino en el portavoz de nuestra indignación y el hastio por haber experimentado un indeseable capítulo en la Historia de nuestro Pais.
Siga Adelante, porque sólo la verdad nos hará libres de tanto atropello.