¿Por qué la sociedad volvió a canjear libertades por obra pública? Este tema es fundamental en la forma cómo los ciudadanos entienden el ejercicio de la política. Y el correísmo se ha encargado de convertir al Presidente en una suerte de gerente que pone primeras piedras. Hace inspecciones. Inaugura obras con largos discursos que se transmiten en directo. Y cuyos videos vuelven a proyectar en la sabatina. El mensaje que se construye es sencillo: el correísmo hace obras. La propaganda se encarga del resto: prueba que es un gobierno eficiente. Que cambia y transforma al país. Que aquellos que lo critican son enemigos de la obra pública. Y que sus quejas son bagatelas porque en democracia, todo se resume en hacer obras.
Al parecer este último concepto, es compartido por alcaldes y prefectos. El alcalde de Guayaquil hace obras. Cada año tiene una lista gigantesca de inauguraciones que cumple escrupulosamente. El alcalde de Quito, con la cabeza metida en los subterráneos del metro, se esfuerza en sus presentaciones semanales -en más de una decena de radios- para perfilarse como un gran ejecutor de obras. La nueva solución vial Guayasamín es la salida desesperada, recomendada por sus asesores políticos, para mostrar que algo grande está haciendo este año. Las cuentas en redes sociales de prefectos –el de Pichincha o el de Azuay– rebosan de fotos mostrándolos en plena acción… haciendo obras. Hay un fetichismo político alrededor de la obra pública como el único referente de buena administración. Hay algo peor: hay una licencia social para considerar que aquel que hace obras (con los dineros públicos y toca subrayarlo) hasta puede robar. Con tal de que haga obras…
Por supuesto esto no es de ahora. “Otra obra de León” fue el lema preferido de Febres Cordero. Los congresistas tenían que responder por obras en sus provincias hasta que el artículo 135 de la Constitución de 1998 les prohibió tramitar recursos del Presupuesto… Y hacer obras está muy bien. Pero hay, entre tantos, cuatro interrogantes que el correísmo deja a la sociedad en forma acuciosa: ¿la política y la democracia se limitan a hacer obra pública? ¿El funcionario que la hace puede privatizarla a favor de su partido? ¿Puede la obra pública, so pretexto de que los trámites son engorrosos, aprobarse y hacerse en la más absoluta opacidad? ¿Los ciudadanos por obtenerla tienen que admitir que sus derechos decrecen a medida que la obra pública se incrementa?
La sociedad toleró estos desfases al gobierno de Rafael Correa. ¿Es consciente de aquello? ¿Es consciente de que este gobierno haló el país hacia la lógica cubana (que a su vez se inspiró en la lógica rusa) según la cual la democracia acarrea mejor salud y mejor educación (y eso debe ser así), pero debe restringir (y en caso de Cuba archivar) las libertades formales? ¿Es consciente de que entregó todos sus espacios a un poder que, además de representarla, decidió que la encarnaba y podía hablar y decidir todo en su nombre? ¿Incluso perseguir a ciudadanos que, por las razones que fueran, legítimas en una democracia, decidieron salirse de la foto oficial? ¿Y todo esto porque el gobierno, con el flujo de petrodólares, hizo obra pública?
El correísmo no solo deja latente esas preguntas. Plantea la forma cómo la sociedad vive la democracia y cómo entiende el desarrollo de sus valores y fundamentos como comunidad política. No hay, al parecer, urgencia de concordar obra pública y derechos y deberes ciudadanos. No hay, al parecer, urgencia alguna en entender que la democracia se desarrolla por la expansión de los derechos de las minorías. Este gobierno volvió a imponer la idea reaccionaria a estas alturas de que democracia es sinónimo de mayoría que, como elefante, aplasta todo lo que encuentra a su alrededor. No hay urgencia, al parecer, de entender que la calidad de vida –de la cual el único exponente es Freddy Ehlers– no depende solamente de infraestructura pública: también se basa en los acuerdos entre ciudadanos sobre nuevos comportamientos, actitudes, manejo del entorno, pensum educativos… Y sobre nuevas concepciones de trabajo, cuidado de la naturaleza, sistemas de transporte, uso de la ciudad, desarrollo cultural, ocio fecundo, protección de los más débiles, ejercicio de poder, relación de las comunidades con la autoridad local y de éstas con un Estado desconcentrador y descentralizado…
En esta dimensión, el correísmo significa una década perdida para la sociedad ecuatoriana y su desarrollo democrático. ¿Son los ciudadanos conscientes de ese vacío? ¿Son conscientes de que entregaron todo, durante diez años, a un poder a cambio de obras que se hicieron con dinero público y por las cuales el correísmo quiere erigirse monumentos y, ahora, secuestrar el futuro?
Fin de la serie (cinco notas) de preguntas a la sociedad.
Como dice Jose Hernandez, es la decada perdida de regreso al pasado conservador, que estos mismos “satrapas y bufones” nos recuerdan cada rato, siendo los que nunca nos hicieron salir de ello. Claro, nos dieron somniferos para decir que la patria avanza, ahora si hay patria, la patria va! Puro fiasco. Cambiamos obras y corrupción por libertades. Eso debemos ser conscientes y no volver a caer en lo mismo. Fuera correa y sus adlateres corruptos fuera. A la cárcel.
La década ganada vs. La década perdida. No hay partido. Ecuador: ¡Despertate! La revancha comenza en 2017.
Considero que la población en su gran mayoría siempre vota por cambios sustanciales como: comportamiento político, corrupción, centralismo, nepotismo, prepotencia y desatenciones en las provincias de menor trascendencia electoral! Lo que hemos experimentado con este gobierno, que la población con su indiferencias políticas y los mismos partidos políticos manejados por familias o grupos de amigos no supieron defender ni alertar a la población del total centralismo de poder, ni tampoco defendieron la mayor bonanza de ingresos, simplemente porque nuestro país no tiene bases solidas de organización democrática, además de instituciones que defiendan el desintegro de la nación
Excelente análisis, como siempre. Me recordó mi profesor de historia en el colegio. Según sus enseñanzas un buen presidente “hacía obras”. Los cuatro años de la administración de Galo Plaza fueron “cuatro años de vacaciones”. Nos recitaba las que habían hecho los “tres grandes”: García Moreno, Eloy Alfaro y Velasco Ibarra. Nunca hizo hincapié en el autoritarismo de García Moreno, ni en la violencia revolucionaria de Alfaro ni en el populismo demagógico de Velasco Ibarra. ¡50 años han pasado y esas malas enseñanzas continúan hasta la actualidad!
Fiel y desolador retrato de la realidad en Ecuador. Canjeamos libertades por obra pública…