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Las dictadores pueden ser derrotados con el voto

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“NO”, es el título de la película, del director chileno Pablo Larraín, basada en la obra de teatro inédita “El Plebiscito”, del escritor chileno Antonio Skármeta y su posterior novela “Los días del arcoíris”. Se trata de la convocatoria a plebiscito por parte del General Augusto Pinochet, quien había llegado al poder de Chile a través de un cruento golpe militar, en 1973. Pinochet pretendió legitimar su continuación en el poder mediante una consulta popular. Sin duda el gobierno tenía completamente asegurado el triunfo, el uso de toda la logística del Estado, la propaganda incesante, las autoridades de todos los niveles en campaña por el “SI”, por lo tanto no había el menor resquicio de un revés.

Estaban por el “NO”, es decir en contra de la continuación del régimen de facto del General Pinochet, una amalgama de partidos, movimientos de todo tipo, con ideologías diferentes y era difícil que se pusieran de acuerdo. Se sumaban dos factores importantes: la falta de recursos y el miedo a las represalias.
En definitiva, la película “No” es una mezcla de ficción y un retrato de la realidad de la campaña del plebiscito de 1988 que ganó el “NO” y que marcó el inicio del fin de 17 años de la dictadura militar en Chile.

Otro caso es del ex-mandatario colombiano Álvaro Uribe, quien pretendía un tercer mandato. Según las encuestas el 74% aprobaba su gestión y un 80% manifestaba que votaría por la reelección. Sin embargo, la Corte Constitucional, cumpliendo fielmente la Constitución, falló en contra de la reelección. Respetando la democracia, Uribe aceptó y acató el fallo. En Nicaragua, Daniel Ortega, torciendo sin rubor el mandato constitucional, consiguió de la Asamblea que se apruebe la reelección indefinida. Ortega lideró la llamada Revolución Sandinista que derrocó a la dinastía Somoza, un régimen totalitario corrupto y sanguinario que pretendía perennizarse en el poder. Paradoja: ahora ha renacido un totalitarismo neo-somocista con Ortega a la cabeza.

En Corea del Norte, sucedió un caso de Ripley: “El líder Kim Jong Un ganó la elección legislativa sin recibir un solo voto en contra en su distrito, aunque en la boleta no había ningún otro candidato”.

En nuestro país, si bien es cierto que el Presidente Rafael Correa aparentemente, hasta ahora, no correrá en las elecciones del 2017, pero nos vive amenazando: “si le siguen fregando la vida”,“si llegan a tocar la Universidad de Yachay” -una de la obras emblemáticas de su gobierno-, dice que se presenta a las elecciones del 2021. Esto no es nuevo, en febrero 23 de 2014 (23F), cuando, por primera vez AP mordió el polvo de la derrota (perdió en Quito y Cuenca, logró solo una Alcaldía en las diez ciudades más pobladas del país y 3 de las 24 capitales de provincia), el Presidente Correa, manifestó: “Vemos nubarrones en el frente de la revolución ciudadana (…)”, y desdiciéndose de declaraciones anteriores, según las cuales no se presentaría a una reeleción, preocupado por la derrota dijo: “Es mi deber revisar la sincera decisión de no lanzarme a la reelección”, “la sincera decisión” ya es historia.

En América Latina, la franquicia de los regímenes autoritarios de esa organización llamada Alba, del Socialismo del Siglo XXI, parece que se va desvaneciendo. De todas maneras, frente a este panorama, vale la pena transcribir un fragmento de un discurso de un estadista, verdadero demócrata, premio Nobel de la Paz y ex-Presidente de Costa Rica, Óscar Arias: “Hay en nuestra región gobiernos que se valen de los resultados electorales para justificar su deseo de restringir libertades individuales y perseguir a sus adversarios. Esta región, cansada de promesas huecas y palabras vacías, necesita una legión de estadistas cada vez más tolerantes, y no una legión de gobernantes cada vez más autoritarios. Es muy fácil defender los derechos de quienes piensan igual que nosotros. Defender los derechos de quienes piensan distinto, ése es el reto del verdadero demócrata. Ojalá nuestros pueblos tengan la sabiduría para elegir gobernantes a quienes no les quede grande la camisa democrática”.

En conclusión: los aspirantes y dictadores en funciones pueden ser derrotados a través del arma democrática más poderosa que tiene el pueblo: el voto.

Alberto Molina Flores es coronel (r)

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