///

Quito, ciudad de feudos y vacas sagradas

lectura de 9 minutos

La cultura es un elemento de identidad y una herramienta para hacer mejor urbanismo, desde la acción del gobierno local que dicta políticas públicas e invierte en equipamiento hasta minúsculas salas de teatro que aportan al desarrollo cultural de su cuadra. La construcción de identidad se hace masiva cuando todos los ciudadanos están involucrados y aportan o participan de las manifestaciones culturales en el espacio público.

Las personas que están haciendo la ciudad grande son gente diversa, informada, curiosa y que demanda cultura en forma de artes, música, festivales, eventos, exposiciones y equipamiento. Esas personas creativas, emprendedoras e innovadoras van a transformar nuestras ciudades y van a encontrar soluciones que ningún mega acuerdo político ni compromiso presupuestario millonario van a producir. Y es allí donde la responsabilidad de las instituciones culturales públicas es crítica. Es su misión generar políticas claras para fomento y promoción. Deben crear las condiciones para que existan espacios de colaboración entre las industrias culturales, los gestores y productores privados, la academia, el gobierno local y la gente. Necesitan mirar más allá de los proyectos puntuales y trabajar en función del desarrollo urbano.

Los ideólogos que manejan la cultura en Quito son los mismos de hace treinta años cuando se creó el FONSAL o de hace dieciséis cuando se abrió el Centro Cultural Metropolitano. Solo que ahora son más viejos. Los actores protagónicos siguen siendo los mismos que han sobrevivido cambios de gobierno con un discurso en apariencia técnico y apolítico pero en realidad camaleónico. Las vacas sagradas todavía son imposibles de cuestionar. Y su legado ha sido el trabajo en silos, con conversación amable entre las distintas áreas pero de intervenciones muy poco acordes con la actual multidisciplinariedad que devuelve la toma de decisiones a los ciudadanos, borra los límites entre profesiones y pone el valor en las ideas, de donde sea que provengan, y no en los expertos.

Las puntas de lanza de la cultura local no se manejan como elementos integrados de ciudad sino como feudos, instalados en silos inconexos. El Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), la Fundación Teatro Nacional Sucre y la Fundación Museos de la ciudad son entes que coordinan mucho pero que no cuentan con éxitos conjuntos de impacto metropolitano perdurable.

A cada exitoso teatro Sucre le acecha un teatro México, perdido en el barrio de Chimbacalle, activo por 10, quizás 20 noches al año y sin ningún impacto en el barrio ni conexión con uno de los conjuntos patrimoniales y nodos de inversión pública más grandes de Quito (Factoría del Conocimiento, Museo Interactivo de Ciencia, Estación Chimbacalle). Al aún sobreviviente Centro de Arte Contemporáneo le avergüenza un olvidado Museo Interactivo de Ciencia, siete hectáreas de parque, galpones industriales maravillosos y soberbiamente rehabilitados, un huerto, espacios para eventos, conciertos, cafetería, auditorio y mucho más… con un presupuesto anual que no llega a las 6 cifras y un deterioro que lo atestigua, visitantes que no llegan ni siquiera a ese número y muy poca voluntad de abrirse a la colaboración por un infundado miedo a “privatizar la cultura”.

De igual modo, a cada dólar puesto en rehabilitación de edificios patrimoniales maravillosos le corresponde un barrio muerto, donde no se intervino más allá de la línea de fábrica del edificio, donde no se destinó un porcentaje del presupuesto para integrar el resto de edificaciones del barrio, la comunidad y la economía local al proceso de rehabilitación. Se rehabilitó edificios pero la ciudad está hecha de personas y a la par de los millones invertidos en el Centro Histórico, la zona perdía un 40% de habitantes en 20 años, según un estudio del BID. Ese es, irónicamente, el fracaso más rotundo de uno de los espacios más exitosos y atractivos de toda la ciudad.

La visión al frente de las instituciones municipales debe ser integral, urbana, conectada y sostenible. Se necesitan urbanistas, no especialistas, que no inauguren solo un museo sino un factor de atractividad, ni instalen solo un teatro sino un nodo de encuentro de ideas, y que no rehabiliten edificios sino que construyan mejores espacios públicos para dinamizar la economía local. Nada de eso ha sido prioridad de nuestras instituciones culturales. El entorno no ha sido de su interés y, a la ciudad, eso le duele.

La excelente gestión de producción del Teatro Sucre no ha logrado impedir que la Plaza del Teatro sea un fracaso urbanístico. Su diseño es impecable y está bien construida con materiales nobles. Constituye el sitio del teatro más emblemático de la ciudad. Pero la plaza no es sus piedras. Es, también, la economía estancada a su alrededor. El peligro de caminar por la calle Guayaquil. El insalubre trayecto hasta el estacionamiento por las calles Manabí y Vargas, que apesta a orinas. Las putas, las drogas y la delincuencia. Y también las vallas que se levantan, segregadoras, cada vez que hay un evento en el teatro.

La fuerza institucional del Museo de la Ciudad, su estrecha relación con la ciudadanía y un nuevo edificio bien conectado con el bulevar, a su vez, no han logrado impedir que la 24 de Mayo esté plagada de basura, que la tarima, las estatuas y las piedras del piso estén en franco proceso de destrucción, que al menos las tres cuartas partes de los locales que rodean el espacio estén cerrados con puertas metálicas y que un espacio que sabiamente rescató el Municipio de la unión de las plataformas de la calle Loja y 24 de Mayo se caiga en pedazos. Es inconcebible que los años de trabajo, grandes inversiones y campañas millonarias de concientización no hayan provocado ni una sola propuesta privada de buen nivel para aportar al mejoramiento del espacio. Eso habla muy mal de la estrategia de regeneración del Centro Histórico.

Consecuentemente, como las conexiones y la integralidad no han sido parte de la política de rehabilitación, se le ha dado más responsabilidad a los edificios de la que tienen capacidad para asumir. Políticos encandilados con el “efecto Bilbao” creyeron que un edificio podía hacer su trabajo por ellos. Millones de dólares y muchos edificios rehabilitados más tarde, ¿hemos sentido su efecto en el desarrollo social, cultural y productivo de la ciudad? ¿Cuántos proyectos como el teatro Capitol, la Academia de Historia o la plaza de Chimbacalle han adquirido nuevos usos y nuevos patrones, pero no han dejado huella alguna en los barrios que les acogen? Incluso los bastante exitosos CAC y teatro Sucre han fracasado al incorporar un modelo de gestión sostenible que no requiera que papá alcalde se manifieste cada cierto tiempo para volver a pintar, reparar las goteras y rectificar las mamparas de vidrio.

La visión de rehabilitación y las políticas que de ella surgen no son urbanas sino muy puntuales. Y eso va más allá de tener o no políticas culturales (que son sectoriales) y de si la administración viste wipala, corbata o sotana. El esfuerzo no tiene que ser mayor, y no es una cuestión de recursos sino de sentido común y de hacer las preguntas correctas. ¿Hemos investigado las razones por las que las rehabilitaciones de edificios patrimoniales no han tenido impacto en el entorno urbano? ¿Sabemos por qué, más de dos décadas después de la reapertura del teatro Sucre, no hemos avanzado nada en inclusión e igualdad, y tenemos que poner vallas para separar como ganado a la gente que asiste a las funciones del resto de ciudadanos? ¿Tenemos alguna idea de por qué un bulevar con estacionamiento abundante, rodeado por dos de los más importantes atractivos turísticos de la ciudad, el Museo de la Ciudad y La Ronda, hoteles, tiendas, restaurantes e iglesias es un hoyo negro urbanístico?

Cuestionemos. Es momento de hacer preguntas incómodas. Salgamos de los silos que segregan la gestión de desarrollo económico de la cultural y de la territorial. Innovemos al pensar que, tal vez, la visión que conduce y la narrativa que teje estas tres importantes instituciones, la Fundación Teatro Nacional Sucre, la Fundación Museos de la Ciudad y el Instituto Metropolitano de Patrimonio, debe ser urbana mucho antes que sectorial.

Jaime Izurieta Varea es arquitecto y urbanista

8 Comments

  1. Todos estos casos relatados generan preocupación que detienen el desarrollo de la cultura y el arte del pueblo, en ciertos casos la infraestructura levantada son espacios limitados, en otros mal ubicados y poco funcionales, resultando ser elefantes blancos producto de una mala planificación del GAD Municipal donde no se ha tomado en cuenta al elemento básico e integrador que es el ser humano sobre todo el que cohabita en su entorno, parecería ser que estas inversiones se lo ha hecho únicamente para seguir privilegiando únicamente a cierta élite que a más de las vallas físicas que las separan del resto, tienen otras en su mente.
    Felicitaciones magnifico escrito.

  2. De acuedo con todo que relatas, adiciono la falta de cuidado de Los jardines y Arboles en Los museos . E todo patrimonio organico que se no se cuida , paisagismo imediatista y sem estudos historicos ni propuestas futuristicas de medioy largo plazo.

  3. Excelente crítica, Creo que se necesita dar seguimiento a cada proyecto cultural, nadie hace seguimiento a las proyectos, los concluyen, cobran y se van, de esta manera jamás se conforma una idea total del entorno y no se puede avanzar en conjunto. La calle está afuera pero es influencia total para lo que prepara adentro.

  4. Tal vez habria que empezar por rescatar el urbsnismo de manos de arquitectos que piensan del cerramiento para adentro o que hacen politica publica dn funcion de renders o maquetas mentales

  5. Totalmente de acuerdo. El sábado estuve en el centro: La 24 de Mayo es de terror, como siempre peligrosa, sucia, llena de putas y malandros.
    La Plaza Grande infestada de vendedores y gritones evangélicos.
    La Ronda hecha una calle Ipiales más.
    La Plaza del Teatro, igual que la 24 y la Chile, extensión de La Marín.
    Ni que hablar de San Francisco.

  6. Estupenda la reseña que mas es critica a las formas culturales fisicas y de comportamiento de los que promueven cultura y los que seudoreciben.
    Hace agun tiempo vino un urbanista famoso que no recuerdo el nombre y dijo que Quito le parecio pavorosamente desordenado sucio y y sin concepto de Ciudad. lapidario

Comments are closed.