Correa, por puro narcisismo, pone al país al borde de un conflicto militar

La chatarra es una arma amparada por la Ley de Seguridad nacional: a esto conduce la reflexión hecha por Rafael Correa en su sabatina de hoy 27 de agosto, la 490, que hizo en Jujan, Guayas.

Correa contó que los mirage que envió Chávez fueron dados de baja en 2011, junto con los que tenía Ecuador. Sin embargo, dijo que es un delito contra la seguridad nacional publicar los fotografías en las que se ven en Taura en pésimas condiciones, incluso con nidos de avispas. 4pelagatos publicó esas fotos y diario El Universo las reprodujo. Se entiende mal cuál es el delito por publicar chatarra. Correa, además de amenazar solapadamente, tergiversó la publicación en la cual, según él, se pretendía afirmar que él mintió.

Pues no, no fue eso lo que se publicó. Sin embargo, la forma como el Presidente construye sus verdades (entrevera hechos, cita un párrafo, silencia el resto, manipula el conjunto…) tiene mucho que ver con la manera como él se sitúa en la realidad. Él se ve como el centro de todo; el ser perfecto que tiene siempre la razón. Diez años en el poder, con un control global de las instituciones, lo han convencido de que el Estado es él. Y posiblemente lo candidaticen para hacer parte de algún libro parecido al que escribieron Pierre Accoce y Pierre Rentchnick hace 20 años: Los enfermos que nos gobiernan.

Hay que imaginar el aparato que lo rodea atribulado por complacerlo, adularlo, esconderle información, preparar los escenarios por donde pasa… Hay que verlo maltratando incluso a panas suyos como Walter Solis, ministro de transporte. ¿Cuántas veces, a pesar de confesar que lo conoce desde hace 40 años, le refregó en la sabatina lo mal que lo ha hecho en algunas vías del país? Correa se justifica diciendo que es exigente. No es eso. Es un ser que se aplica, con superlativa entereza, a probar que él tiene razón y siempre la tuvo; que es visionario y siempre lo fue; que es despiadado pero que ese grado de fuerza es necesario para gobernar este país… Lo dijo.

Su ego lo abruma. Y esa obsesión narcisa pudiera ser apenas un detalle en el manejo de los asuntos del Estado. Pero lo suyo es un narcisismo agresivo capaz de fabricar circunstancias impredecibles. Su relación con los militares es el último ejemplo. En la sabatina, hizo un repaso de lo que ha ocurrido hasta llegar a esta situación que él mismo calificó de seria y grave. En el tema de fondo –la revisión de ciertos privilegios en la institución militar– Correa tiene muchos puntos a su favor. Es cierto –y lo dijeron muchos antes de él– que la sociedad militar ha querido constituirse como un Estado aparte. Empresas, escuelas, supermercados, seguridad social… lo prueban.

Su gobierno, sin embargo, tardó en poner estos temas en debate y produjo la impresión –basada en hechos– de querer ponerles fin más por venganza política (no haber podido someter a los militares) que por convicción democrática. Correa, con ese perfil de narciso agresivo, convirtió una propuesta política necesaria en una bomba de tiempo. Es evidente que él puede escribir a los militares. Pero no lo hizo en el marco de una reflexión sosegada. Lo hizo para cortocircuitar a los mandos, vulnerar su autoridad y convertirlos en blanco de la tropa. En vez de recurrir a razones, implantó el estilo hormonal de gobernar. Cazó esta pugna de poderes en la cual ha descabezado al Comando conjunto, pedido la salida de oficiales, secuestrado la plata del Issfa, amenazado con gobernar con coroneles, recurrido a los jueces que Gustavo Jalkh controla…

En la sabatina, Correa explicó por qué presentó una acción de protección en contra de un Consejo de Disciplina de la Armada. Ese consejo no sancionó, como él pretendía, al capitán Edwin Ortega, quien le respondió un correo en términos que Correa juzga irrespetuosos. Su explicación sin embargo obvia las consecuencias que ha producido ese estilo hormonal de imponer razones y despreciar a todos aquellos que son sus subordinados. En ese punto, Correa no tiene una antena a tierra: cree que por ser Presidente puede hacer lo que le plazca y como le plazca.

La escalada con los militares se refleja en su propio lenguaje: “estamos en un momento crítico e histórico para la patria”. “Estos soldados antipatriotas tendrán que salir de las FFAA y yo me juego la vida si esto es necesario” (…) Lo que pasa con él, con su persona, con sus errores en el manejo de la situación, lo asimila al destino del país, de la patria, de los valores y principios más esenciales de la democracia. Dicho de otra manera, quien profesa fe democrática tiene que defenderlo, apoyarlo en esta cacería que emprende contra aquellos que le responden crudamente. Y hacerlo aunque él, para defenderse, ofenda, como lo hizo ayer contra militares activos y pasivos, empresarios y periodistas. Correa, azuzado por su estilo hormonal, ahora sí cita la Constitución y las leyes que amparan su visión. Lo que hace, otra vez, es dirimir un problema recurriendo a la ley del embudo: todo para él. Todo. Además amenaza. Lleva el país al borde de peligros ciertos. Usa al Estado y a los jueces. Reclama cordura mientras tensa la cuerda y se ofrece como víctima propiciatoria. Manipula su doble estándar de narciso agresivo y víctima.

Ese narcisismo lo tiene congelado en el tiempo. Lo lleva a reiterar el mismo guión en las sabatinas: escarbar sin tregua en los 70, los 80, los 90… buscando miserias con qué compararse. Hacer largas sesiones de autoelogio. Repetir que hizo vías, puentes e hidroeléctricas. Afirmar que su gobierno manejó el terremoto mejor que Estados Unidos o Japón sus catástrofes. Decir que es amigo de Irán. Informar que será juez de un campeonato de hornado. Coquetear con chicas guapas. Y decir que quería hacer una sabatina de 2:30 y llegó a las cuatro horas. Eso también son los narcisos, agresivos o no: incontinentes.

Foto: Presidencia de la República