En la secuela del plebiscito, Colombia todavía inspira confianza en que podrá alcanzar la paz, porque sabe de procesos. En la década de los años 90, Bogotá y Medellín eran ciudades muy distintas a las que hoy vemos. La guerra de los cárteles de la droga había devastado la región y la población de Medellín se encontraba empobrecida, asustada, segregada y desatendida. Bogotá, por su parte, se empezaba a desbordar y la delincuencia y los problemas de movilidad hacían estragos en una ciudad prácticamente invivible. El proceso por el que ambas tuvieron que pasar para transformarse en metrópolis innovadoras y reconocidas alrededor del mundo por su desarrollo urbano fue largo, implicó transparencia, visión y valores; y el reconocimiento de que, cuando se trabaja para todos los ciudadanos, la convivencia pacífica es uno de los efectos beneficiosos.
Los líderes dispuestos a escuchar fueron pieza clave en ambos procesos de reinvención y regeneración urbana. Su trabajo se basó en inspirar y construir visiones conjuntas, en conectar el espacio urbano y tejer redes ciudadanas. Antanas Mockus, Enrique Peñalosa, Sergio Fajardo y Aníbal Gaviria se enfocaron en encontrar puntos comunes, en mirar hacia el futuro y plantear proyectos de unidad ciudadana, y en construir gobernanza detrás de ellos. De allí vienen procesos educativos muy profundos, que son pioneros en el aprovechamiento del urbanismo como herramienta pedagógica. Datan igualmente de esas alcaldías proyectos de movilidad de gran importancia como Transmilenio y la red de ciclovías en Bogotá y el Metrocable de Medellín. El espacio público fue, asimismo, un elemento aglutinador que cosió diferencias. El nuevo imaginario de espacios urbanos democráticos, bien diseñados y sólidamente construidos motivó que “paisas” y “rolos” salgan a encontrarse en plazas y parques para conversar, intercambiar ideas y difundir conocimiento. Hubo también grandes avances en equipamiento cultural, especialmente en barrios de quintiles más bajos, como las hoy emblemáticas redes de bibliotecas en ambas ciudades, museos, parques interactivos y mucha arquitectura de vanguardia.
La ciudad que emerge de la accesibilidad que dan los proyectos de movilidad, del encuentro que permite el buen espacio público y de la gobernanza que se construye cuando hay participación, orgullo, transparencia y visión ha sido hoy, en el caso de Medellín, reconocida por instituciones de estudios urbanos como el Urban Land Institute como la ciudad más innovadora del mundo en 2013. Ha pasado de ser la capital mundial en asesinatos per capita (381 por cada 100.000 habitantes en 1991) a ser capital de la innovación. Sus arquitectos se codean con los peces más gordos de la industria. Ruta N, el Distrito Tecnológico, va regenerando calles y vidas en el barrio Sevilla y cuenta con el factor atractor de cerebros de empresas líderes como Kimberly Clark y Hewlett-Packard, así como de la universidad de Antioquia.
La historia de Bogotá no es tan distinta. Los espacios de colaboración entre la academia y las empresas, facilitados por gobiernos locales visionarios la ha convertido en un hub de negocios y desarrollo de tecnologías. La capital colombiana ha conseguido ser sede regional de algunas de las empresas más emblemáticas de la nueva economía como Facebook, Google o Uber y presenta unas cifras envidiables en cuanto a innovación y emprendimiento. Millones de dólares en capitales semilla, cientos de empresas que fortalecen el ecosistema y miles de ciudadanos beneficiados por servicios, productos y tecnologías que solo pueden surgir cuando el ambiente que se respira es de tranquilidad.
En varios estudios se ha medido a las compañías más innovadoras del momento y sus consideraciones al momento de invertir en una u otra ciudad. Aunque contraintuitivo, las escogidas no son aquellas ciudades donde son menores las cargas tributarias sino las de mejor calidad de vida. Aspectos como el acceso a parques, distritos de entretenimiento y comerciales seguros, equipamiento para bicicletas y sobre todo la oferta cultural determinan que las compañías van donde sus empleados van a ser más felices y productivos. La condición esencial para que eso suceda es que una ciudad viva en paz. Y el proceso que lo determina puede ser largo y complejo. Pero los resultados, como atestiguan Medellín y Bogotá, valen la pena.
La paz verdadera en Colombia va a tomar algún tiempo en consolidarse. Mientras tanto, las ciudades pueden trabajar para mejorar su calidad de vida y acoger a las personas de manera cómoda y segura. Para eso se requiere liderazgo y visión. Eso es lo que ya han demostrado Bogotá y Medellín, cuyos ciudadanos han podido gozar de las condiciones idóneas para crear un ecosistema rico, innovador, alegre y proyectado al futuro. La lección más importante es que es posible convivir con el otro, intercambiar pacíficamente, dinamizar la economía y desarrollarse en paz cuando el mensaje que se da a los ciudadanos es de visión, conexión, encuentro, transparencia y gobernanza.
Otro articulista que ignora el descabezamiento violento del cartel de Medellín como factor en su resurgimiento, gústenos o no.
Podemos aprender algunas cosas de Bogotá y Medellín, sin duda, pero también tienen grandes y graves problemas, que aquí jamás hemos tenido. Es increíble que una ciudad del tamaño de Bogotá no tenga metro o los cebolleros (unas busetas horrorosas) que abundan en ambas ciudades, o la gran cantidad de habitantes de calle que se ven en Bogotá, y ni hablar de la delincuencia e inseguridad que aunque ha disminuido sigue siendo un problena en ambas.
Excelente nunca dejen de ser periodista de investigación Poco a poco el apoyo a ustedes