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La pureza como pecado

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Sobre el daño que hacen los seres buenos escribía Bertrand Rusell para referirse a esas personas que, convencidas de la bondad de sus ideas, se empeñan en aplicarlas siempre, contra viento y marea, sean cuales sean las consecuencias. Se trata, a la larga, de una actitud vanidosa y egoísta, que piensa más en la pureza individual, que en el costo que nuestras decisiones tienen para el mundo. La pureza, por ejemplo, impidió pactar a socialdemócratas y comunistas, mientras Hitler se hacía con el poder en Alemania; por mantener su pureza, comunistas y anarquistas se dispararon unos a otros, mientras el fascismo se enseñoreaba de España.

La pureza como única guía impide entender las particularidades de cada situación, nos hace ver más lo que queremos ver, que lo que existe en la realidad; nos consuela con lo que pudo haber sido, para huir con más tranquilidad de lo que la vida nos entrega como lo único posible.

Abstenerse, votar en blanco o trazar una inmensa cruz sobre la papeleta, por ejemplo, pueden ser opciones válidas y formas de expresar ideas o descontentos en situaciones determinadas; pero en otras, no pasan de saludos a la bandera que, en realidad, disfrazan lo que efectivamente ocurre: se vota por una de las opciones que se dice rechazar. Son esos momentos en que no optar por nadie deja de ser, en la práctica, una tercera posición, y se convierte en otra forma de apoyar a uno de los dos bandos en pugna.

Es lo que pasa, sin duda, en esta elección presidencial, en la que Alianza País agradece los votos blancos y los nulos, con el mismo entusiasmo que muestra para las papeletas que ponen la marca en su casilla.

Para no verlo, sobran los pretextos, y todos tienen que ver con la pureza. Están los que ven un obstáculo en las ideas personales del candidato opositor sobre los derechos sexuales y reproductivos, pero al parecer olvidan la que ha sido la política gubernamental sobre el tema en los últimos años y que, cuando podamos conocer y evaluar sus resultados, solo podremos calificar como crimen. Se habla del regreso del neoliberalismo, pero se pasa por alto que las reformas laborales de este gobierno, o las regulaciones sobre las actuaciones privadas en el espacio público, por poner solo dos ejemplos, hacen realidad no pocos sueños neoliberales; y se olvida también que fue Rafael Correa quien resolvió invadir zonas protegidas e intangibles establecidos por los “monstruos derechistas”. Se piensa en los problemas de gobernabilidad que enfrentará un posible gobierno de Lasso, pero al parecer nada importa la autopista hacia el control absoluto construida por la “revolución ciudadana”.

El problema es que no se trata de evaluar planes de gobierno ni analizar grande opciones ideológicas. El correismo nos ha lanzado tan atrás en la historia, que lo que está en juego, esto es lo terrible, es algo mucho más elemental y pedestre: el simple derecho a poder hablar, disentir y ser nosotros mismos; la posibilidad de expresarnos sin correr el riesgo de ser amenazados, insultados o encarcelados; la tranquilidad de poder ser minoría, sin que eso signifique la amenaza permanente de la Administración Central de Verdades Eternas.

Fue Max Weber quien estableció la distinción entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. No es que sean excluyentes, advertía, pero mientras que la segunda toma en cuenta “las previsibles consecuencias de la propia actuación”, la primera las deja de lado, se encierra en lo que considera bueno, se aferra a su pureza individual y “deja los resultados a la voluntad de Dios”. Esta es, por otra parte, una forma sencilla de tranquilizar la conciencia: cuando “las consecuencias de una acción con arreglo a una ética de la convicción resultan funestas, quien la llevó a cabo, lejos de considerarse comprometido con ellas, responsabiliza al mundo, a la necedad de los hombres o la voluntad de Dios por haberlas hecho así”.

Es la misma lógica de quien ordenaba matar a todos, para que sea Dios quien reconozca a los suyos.

Ante una elección como la que enfrentamos este domingo 2 de abril, cada uno escogerá su camino y nadie tiene derecho a meterse con las convicciones de otros. Pero lo que sí cabe exigir es que cambiemos el discurso justificador por la honestidad de asumir las consecuencias.

Hoy, en el Ecuador, eso significa entender que quienes se abstengan, anulen o voten en blanco, en realidad estarán optando por el candidato oficialista. Y claro que están en su derecho; después de todo serán ellos los que tendrán que explicar a sus hijos por qué estamos donde estamos.

3 Comments

  1. De acuerdo. Pero una precisión, los comunistas y anarquistas no se distanciaron por defender la pureza de sus ideales sino por la ambición desmedida de hacerse con el poder, y el fascismo no existió en la España de la post guerra, lo que gobernó fue el franquismo, un gobierno hecho por y para él.

  2. Buen artículo para optar por mis convicciones o mi responsabilidad. No son excluyentes pero difícil discernir…

  3. Excelente articulo…. me dejo pensando en otras cosas que no tienen nada que ver con la politica

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