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El cuerpo de los viejos es carne de cañón

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En noviembre del año pasado, el poeta Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925) y una pequeña comitiva, llegaron a Austin para hacer la entrega oficial de su archivo personal que la Biblioteca Benson de la universidad, compró meses atrás. La entrega se hizo en un evento en el que el poeta leyó su obra reciente. Para las generaciones más jóvenes, vale decir que más que uno de los mayores poetas de la lengua castellana, hombre comprometido con Nicaragua, fundador de Solantiname, sacerdote castigado por el Papa Juan Pablo II por haber ocupado el cargo de Ministro de Cultura en el gobierno sandinista – entonces presidido por Daniel Ortega – Cardenal es un símbolo viviente de los más altos valores humanos. Por esos valores, no se ha detenido al momento de criticar al corrupto gobierno de Ortega en los últimos años.

En un país dividido como una naranja que sangra en dos mitades, el pasado febrero Ernesto Cardenal fue acusado de daños y perjuicios contra una empleada de Solantiname que reclamaba un pago no efectuado. La pena fue una multa de 549.000 euros. Su acusador: el abogado que defendió a Daniel Ortega en el juicio en el que su hijastra, Zoilamérica Narávez lo acusó de violación. Juicio del que salió absuelto pese al incesto, y que obligó a Narváez a vivir en el exilio

Para quienes vivimos en Austin fue un sacudón ver a Cardenal recorrer los pasillos de la universidad en silla de ruedas, pasar a sostenerse con dificultad en su bastón y acomodarse en el podio desde el que empezaría su lectura. Lo fue también reconocer en los poemas leídos en una voz curtida por los años, la irredimible búsqueda de belleza unida a esa terca afirmación de ideales que desde jóvenes nos han hecho admirarlo tanto. ¿Qué necesidad, tenía el gobierno de Ortega de llevar a un hombre como él a un juicio por calumnias mal fundadas?

Retaliación.
Irse contra esos ancianos de la tribu, los que llevan la historia de sus luchas por la justicia en la fragilidad de su cuerpo, los que representan en vida (no en monumentos de piedra) los valores que nos hacen pensar que siempre podremos buscar una sociedad más igualitaria y justa, humillarlos en nombre de la ley desde la arrogancia, el miedo, la pusilanimidad, la mentira y el gran resentimiento, es la manera más efectiva de romper la moral de la tribu.

El gobierno acudió a violentar la sabiduría y la presencia de los Viejos más sobresalientes de nuestra historia inmediata como estrategia para quebrar a quienes reclamaban transparencia desde el único lugar desde el que se puede, la calle. Los VIEJOS (y escribo esta palabra con mayúscula por las personas a las que me refiero) fueron humillados y sirvieron de carne de cañón para un ataque desleal. Ni la lluvia, ni el silencio de algunas autoridades, ni los días feriados, ni el grotesco allanamiento a una empresa, ni la mirada esquiva de los líderes de Guayaquil, ni el triste espectáculo del reconteo de votos en un lugar construido para el entretenimiento, lograron disminuir la llama de la indignación, ni la legitimidad del reclamo. Pero ver a esos VIEJOS humillados ante ese desacralizado espectáculo de la justicia, eso sí paralizó a todos. No solo porque de pronto era ya otro el (innoble) asunto del que se tenía que hablar, (estrategia repetida del gobierno) sino que, además, ese acto de violencia en el que lo simbólico era más agresivo que la represión de un uniformado, buscó desmoronar a la tribu, a esa otra media naranja.

Nada pasó con Cardenal, el caso se diluyó en las semanas que siguieron. Pero el daño estaba hecho y el mensaje claro, la venganza nunca se satisface. En Nicaragua no apareció ninguna figura del gobierno pidiendo el indulto y buscando reparar lo irreparable. A quien hizo ese papel en Ecuador no se puede dar el crédito de la vergüenza, porque no la tiene. Menos aún, los que llevaron a cabo la pantomima de un juicio y declararon una sentencia atentando contra la integridad moral de los Ancianos que lucharon con dignidad las luchas de antes y que siguen poniendo el cuerpo para buscar la verdad de ahora.

Gabriela Polit es profesora del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Texas en Austin.

3 Comments

  1. El Gobierno y quién ocupó el Solio presidencial, escribieron la página más negra de la historia del Ecuador. Ningún ser racional puede imaginar siquiera la ruindad y bajeza de dicho acto. algún día serán viejos y estos sí: decrépitos, sin nadie quien los regrese a mirar

  2. El gobierno acudió a violentar la sabiduría y la presencia de los Viejos más sobresalientes de nuestra historia inmediata como estrategia para quebrar a quienes reclamaban transparencia desde el único lugar desde el que se puede, la calle. Los VIEJOS (y escribo esta palabra con mayúscula por las personas a las que me refiero) fueron humillados y sirvieron de carne de cañón para un ataque desleal. Ni la lluvia, ni el silencio de algunas autoridades, ni los días feriados, ni el grotesco allanamiento a una empresa, ni la mirada esquiva de los líderes de Guayaquil, ni el triste espectáculo del reconteo de votos en un lugar construido para el entretenimiento, lograron disminuir la llama de la indignación, ni la legitimidad del reclamo. Pero ver a esos VIEJOS humillados ante ese desacralizado espectáculo de la justicia, eso sí paralizó a todos. No solo porque de pronto era ya otro el (innoble) asunto del que se tenía que hablar, (estrategia repetida del gobierno) sino que, además, ese acto de violencia en el que lo simbólico era más agresivo que la represión de un uniformado, buscó desmoronar a la tribu, a esa otra media naranja.

  3. El Gobierno y quién ocupó el Solio presidencial, escribieron la página más negra de la historia del Ecuador. Ningún ser racional puede imaginar siquiera la ruindad y bajeza de dicho acto. algún día serán viejos y estos sí: decrépitos, sin nadie quien los regrese a mirar

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