En un reino muy lejano, había una vez un Rey que vivía feliz en su palacio, rodeado de su corte, sus bufones, servidumbre y demás vasallos.
El Rey era dueño de todas las criaturas vivientes, semovientes y convivientes del reino. Así como de todas las criaturas y recursos de los cielos y de los mares, de todas las capas de la tierra, (núcleo, corteza y manto) y de todo lo visible y lo invisible.
El Rey creó el reino en seis días y el séptimo descansó.
Los cuenteros se llevaron casi todo en 10 años y, por eso, todavía no pueden descansar.
Como era la máxima autoridad del reino nadie estaba por encima; todos, hasta la Ley, estaban por debajo de él.
Dicen que estaba enterado de todo lo que pasaba en su reino. Y como era el Rey si no lo sabía, lo adivinaba. Sabía TODO, excepto de los contratos de El Gran Hermano y de los negociados de Su Gran Amigo. Son las dos únicas excepciones en que los susodichos, como decían nuestros abuelos: “le orinaron en la oreja y no se dio cuenta”.
En el reino había de todo y para todos los gustos. Habitaban pájaros de alto y bajo vuelo que anidaban a sus polluelos bajo la sombra de un Palo Azul. También personajes salidos de la fábula socialista, llámense estos Ruga la Tortuga y Ricitos de Oro, más conocida en el mundanal ruido como Ivonne Baki. Se produjeron joyas literarias infantiles como La Gallinita Ciega, que ponía decenas de huevos de gallo y gallina, que el monarca utilizaba como mascarillas para mantener su cutis terso y sin arrugas.
También cuentos para ecologistas infantiles como Alí Babá y los Cuarenta Ladrones; magistral relato en el que el buen Alí se paraba ante la cueva y al grito de ¡¡ ábrete sésamo!!, se abrían todos los negociados y coimas de la nueva Matriz Productiva. Cómo ignorar a Aladino y la lámpara maravillosa; cautivante relato que describe la forma como unos cuantos lamparosos se feriaron maravillosamente ingentes recursos. Y no podemos dejar de citar fabulosos cuentos como el del primo Peter Pan Delgado y su título pirata otorgado por el Capitán Garfio. Amén de las travesuras de El Sastrecillo Valiente, más conocido en el círculo vicioso como Capaya.
A la única que no se la veía pasear libremente por el reino era a La Corrupción. Las malas lenguas decían que la tenían escondida porque la consideraban El Patito Feo de la revolución.
Para fiscalizar el Rey tenía a su disposición a Majo Carrión, La Bella Durmiente del Bosque de la China, que dormía todo el tiempo en los brazos de Morfeo y solo la despertaban para que vaya a cobrar su sueldo en la Asamblea.
Para controlar a los corruptos tenía al Pulgarcito Carlos Pólit, el controlador que se hizo tan famoso que firmaba autógrafos en una suite de un lujoso hotel de Quito. Una verdadera estrella de la revolución que levantaba el pulgar cada vez que se trataba de ocultar sobreprecios o sellar acuerdos entre privados
También era íntimo amigo del Pinocho Alexis Mera, quien se jactaba de ser fabricado en madera de eucalipto por su abuelito Gepetto, pero de quien el monarca sospechaba que más bien era hecho de Madera de Guerrero. De todas maneras y de la madera que fuere, al Pinocho le crecía la nariz cada vez que su Rey hablaba de justicia y libertad.
El Rey administraba justicia todos los sábados. En la Refinería del Pacífico o en cualquier plaza, hipnotizaba a la plebe; alababa y cantaba a sus fieles; a veces los abrazaba, a veces los besaba y a veces hasta los lamía. En cambio desataba su ira contra los infieles y los enviaba a la hoguera de la Supercom, no sin antes atormentarlos con el verdugo Carlos Ochoa, más conocido en el bajo mundo de la prensa corrugta como El Jorobado de Notre Dame, la revolución.
En cuentos chinos destacó Mulan (Ricardo Patiño) que viéndolo bien no era tan Mulan, ya que filmó todas sus aventuras en divertidos Pativideos.
Durante 10 años vivimos del cuento y de la fábula socialista del Siglo XXI. Y durante Las Mil y una Noches socialistas era común encontrarnos en cualquier esquina con El Gato con Botas (Augusto Espinosa), en otra esquina con algunos de sus amigos voyeurs de la Red de Maestros, espiando a las salida de la escuela a Blanca Nieves y Los Siete Enanitos. O en otro Caminosca, toparnos cara a cara con La Cenicienta o con Alecksey Mosquera, todo un Simbad el Marino en los arreglos entre privados.
Un buen día, el Rey mandó a llamar a Los Tres Cochinitos del CNE para ordenarles que llamaran a elecciones para que su primogénito Lenín le sucediera en el trono. Les contó que él debía ausentarse un corto tiempo del reino, ya que había prometido a su esposa ir a visitar a su abuelita que se hallaba en Bélgica.
Ni cortos ni perezosos Los Tres Cochinitos llamaron a elecciones pero no contaban con que Guillermo Lasso, más conocido en los cuentos como El Flautista de Hamelín, se iba a presentar en la contienda y les presentaría graves inconvenientes ya que prometía a la plebe acabar con todas las ratas del reino. Esas frases causaron estupor a Los Cochinitos ya que se preguntaban: ¿si se acababan las ratas, quién gobernará?.
Entonces, se valieron de Blanca Rosana Nieves Alvarado para que la Bruja Malvada del bosque haga un hechizo en las urnas y, por fin, Los Tres Cochinitos se libraron del malvado flautista y declararon a Lenin como el único heredero de la corona.
El Rey se puso feliz. Tanto, que rompió periódicos y mandó a decapitar a toda la clase media. Entregó el trono, poderes y servidumbres a Lenin; tomó sus maletas y partió a Bélgica con su esposa, la Caperucita Roja.
Pero pasó el tiempo y el Rey –lejos, solo, triste y abandonado en un ático belga– sentía que sin poder ya no era el mismo. Acá, la 35 sin su Rey tampoco era la misma. Lenin y los del gobierno tampoco eran los mismos. Los borregos y los sufridores sentíamos que ya no éramos los mismos. Y como nada era lo mismo, estábamos en las mismas.
Para no seguir en lo mismo, utilizando a los mismos amigos, al mismo Fiscal y a la misma Ley, condenaron al mismísimo Glas y para reemplazarlo, el mismo Lenin organizó un baile electoral al que acudirían todas las doncellas casaderas del reino, pero del mismo partido.
Y acudieron por cientos, entre ellas La Cenicienta Alexandra Vicuña, a quien su madrastra malvada Doris Solis prohibió acudir al baile, pero por las palancas del lobo feroz (José Serrano) con El Hada Madrina, La Cenicienta asistió. Pero como le advirtieron que regrese antes de que suenen las campanadas de la media noche, salió corriendo en medio baile y en su prisa se le cayó un zapato de cristal. Lenin se quedó solo y triste con el zapato de Cenicienta y entonces decretó que su vicepresidenta sería la doncella a quien el zapato le calzare.
Entonces las doncellas y Cenicienta se emocionaron de nuevo. Pero como la madrastra Doris y sus hermanastras Marcela, Soledad y Gabriela eran envidiosas, se rieron de ella cuando se puso en la fila con sus pies descalzos y, para que todo el mundo las vea, le prestaron, hasta tanto, unos zapatos de Fernando Alvarado. Pero se quedaron atónitas cuando fue a ella a la que le calzó el zapato de cristal. Y quedaron más atónitas aún, cuando juraba ser fiel a la Constitución y quien creyera, hoy es la Vicepresidenta de la República de Lenín y La Cenicienta del reino de Rafael.
Y vivieron felices para siempre. Ellos, no nosotros.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado. Para ellos, no para nosotros.
Próxima entrega: Los sufridores
Felicitaciones Marcelo. que didáctica su explicación y las analogías utilizadas son muy buenas.
Saludos cordiales