Pinochet acabó con un proyecto comunista que destruyó la economía de un país tradicionalmente estable. Castro acabó con una dictadura corrupta. Pinochet devolvió un país en crecimiento y prosperidad, salido de la quiebra. Castro nunca devolvió el país y de ser floreciente económicamente lo llevó a la quiebra económica y al envilecimiento de su gente. Pinochet y Castro fueron dictadores sanguinarios. Para la izquierda, sin embargo, el primero es un asesino y el segundo es un mito, un ejemplo, un ídolo.
Los socialistas españoles, Felipe González a la cabeza, para salir del franquismo se sumaron a la transición y apostaron por la democracia. Los socialistas de Zapatero y Sánchez, aliados al Podemos de Iglesias, marxista anacrónico, escudan a un dictador tonto y matón. El presidente Moreno, influido por Zapatero a quien y con razón, el secretario de la OEA, le dijo imbécil, mantiene la postura de criticar con delicadeza a Maduro, que pasea su impudicia atragantándose un costoso filete de res, impagable sino con los recursos del negocio que sostiene a ese gobierno: el narcotráfico.
Combatir a Chevron, se convirtió para la izquierda antiimperialista en una cruzada. Lograron que sea causa nacional, expresión de patriotismo, evidencia de nacionalidad. Correa se enancó en la causa para codearse con el “red set” de Hollywood y de paso que sus crápulas publicistas hagan plata. Los llamados perjudicados, que sí hay, fueron timados en manos de abogados aventureros y aprovechadores que fraguaron una estrategia sucia para obtener una sentencia descomunal. Informes periciales torcidos, sentencias pagadas, connivencia judicial por la presión política del correísmo que mostraba, sin pudor, las evidencias de ser dueño de la justicia. El fallo arbitral de La Haya desnudó el fraude. La izquierda cínica, en vez de increpar a los responsables, levanta, sobre el tinglado fraudulento, la bandera de la soberanía para que el Estado insista en defender la causa chueca.
En los años 90 la izquierda cómplice, con la bandera típica de la soberanía, arremetió contra el Plan Colombia, que fue una estrategia combinada entre Estados Unidos y Colombia, para erradicar sembríos de coca en la zona limítrofe con Ecuador. Los voceros de las FARC, que luego aparecieron evidentes en los inicios del gobierno de Correa, proclamaban que la guerra contra la narco guerrilla estaba fuera de nuestro territorio y que sería una traición intervenir en ella. Durante años, por ese discurso, las FARC gozaron de la impunidad en territorio ecuatoriano al que usaban para escurrirse de la persecución militar del ejército colombiano. Durante el gobierno de Correa –la evidencia lo muestra– la impunidad del tráfico de drogas en la frontera y la protección política a las FARC, incrementó los riesgos de seguridad. El Ecuador se abstrajo de asumir que el conflicto, surgido en otro territorio, debía ser enfrentado política y militarmente.
Por forjar sus íconos, por defender sus consignas, por proteger sus prejuicios, los voceros de la izquierda han rescindido la obligación ética de rectificar, de derribar altares, de superar clichés. Por el contrario, frente a sus fracasos incurren en el atavismo de culpar a otros, al neoliberalismo o a las conspiraciones de la derecha. Coartadas en las que tienen éxito, hay que reconocer, porque las excusas se acompañan del gancho populista de apelar a las emociones, al tribalismo, al pobrismo.
En un ejercicio de racionalidad, de consistencia con la realidad y coherencia de principios, el Ecuador debe desechar la complicidad impulsada por Zapatero y condenar la dictadura corrupta que asola Venezuela, sumarse al grupo de Lima, fortalecer la presión internacional para que Maduro y su camarilla abandonen en poder. Aparte de continuar en denunciar la crisis humanitaria que se origina en los incontenibles flujos de civiles arrojados de su país.
En un ejercicio de contrición debe asumir los contenidos del fallo de La Haya para rectificar la percepción internacional, que la inversión extranjera, sobre todo la norteamericana, es objeto de extorsión, percusión política e indefensión judicial. Inducir a los afectados a reiniciar los procesos judiciales para procurar resarcimiento de los daños ambientales y sacar al Estado de lo que debe ser un litigio entre privados, la empresa y los perjudicados, salvo por defenderse como potencial responsable.
En un ejercicio de responsabilidad, involucrarse política y militarmente en enfrentar la violencia en la frontera norte. Establecer territorios en los que los ejércitos de ambos países puedan operar sin las restricciones de los anacronismos de la llamada soberanía, usada como eufemismo para dejar que la sociedad entre guerrilleros y narcotraficantes opere impunemente. No oponerse, con efectos de complicidad, con la necesidad de fumigar los campos de producción y de exterminar militarmente la delincuencia.
Diego Ordóñez es abogado.
Creo que aqui hay una mezcla de ideas que se alejan del objetivo principal que es el de proseguir con un reclamo justo. La justicia y verdad no tienen nada que ver con que Ecuador es un país pequeño y que Chevron es un gigante compra conciencias, o que sea de derechas o izquierdas. Lo que se espera de los políticos. De cualquier tendencia es el luchar como un todo apoyando una causa justa y evidente como es esta.
Estimado Diego, lo que Usted propone es el ejercicio del Poder de Honor Ciudadano en la resolución de todos los problemas que aquejan al país. Detrás de los dilemas de la izquierda y de la derecha, hay un solo responsable : el ego humano, oponente del Poder de Honor Ciudadano. ¿Quién gobernó este artículo: el Diego Ego o el Diego Alma?. En la respuesta está la verdadera solución a nuestros problemas de corrupción.