Ahora muchos de aquellos que defendieron a rajatabla la era de Lula da Silva y de Dilma Rousseff piden que se promueva a Fernando Haddad, su candidato. Obviamente quieren que no gane Jair Bolsonaro, el candidato ultraconservador que desafía cualquier esquema mental: es favorable a la pena de muerte, es sexista y racista, admirador de dictadura y partidario de la fuerza bruta contra la delincuencia. Bolsonaro es el revés de lo políticamnete correcto. Es violentamente anti gay y lo dice con desfachatez. Sus frases, en las que habla contra las mujeres, los negros, los indios… han servido para que le comparen con Donald Trump. Y prueban que lo políticamente correcto viaja con comodidad en las redes sociales, pero lejos de haber cambiado actitudes o comportamientos culturales terriblemente enraizados, ha creado resentimientos en capas populares contra élites que se muestran moralmente superiores: lo políticamente correcto se ha vuelto –paradoja de paradojas– tierra fértil para representantes de la derecha fascista.
Jair Mesías Bolsonaro, un ex capitán del ejército, ganó la primera vuelta y aventajó con 18% de votos a Haddad. Brasil se encuentra así frente a un dilema fatal. Bolsonaro encarna el cansancio absoluto de la era del Partido de los Trabajadores. Esa izquierda representa para muchos el despilfarro y el universo de corrupción que llevó a la cárcel (está condenado a 12 años) a uno de los brasileños más populares en el mundo: Lula da Silva. De símbolo de los trabajadores a ícono de la corrupción. Con Lula, la onda de corrupción se extendió prácticamente a toda la sociedad política. Al igual que el desprestigio por su inacción (o sus políticas socialmente insostenibles) contra la pobreza y el desempleo.
Hoy Bolsonaro está a un paso de la Presidencia no solo porque esa izquierda falló. O porque Brasil luce hundido en un mar de corrupción. Él es el hombre que promete poner orden y disciplina en una sociedad que no sabe qué hacer con la violencia de bandas armadas en las barriadas populares.
Bolsonaro surge tras 13 años de poder del Partido de los Trabajadores. Él es el péndulo. Y la aceptación masiva y casi definitiva de su perfil en la primera vuelta, permite preguntarse por los daños de fondo que produjo el reinado casi omnímodo del PT en la sociedad brasileña.
La polarización ha hecho su obra. El electorado viaja entre extremos sin reparar en matices y medios tonos. Los electores no razonan, reaccionan. Eso deja muy mal parados a los ideólogos oficialistas que creyeron que, tras tantos años, el electorado estaba vacunado contra la derecha: el péndulo favorece hoy a la derecha extremista. El péndulo muestra que Brasil quiere cerrar un ciclo político que duró un cuarto de siglo.
Regis Debray, el revolucionario francés que sobrevivió en Bolivia al lado del Che Guevara, dijo que la política es “querer las consecuencias de aquello que uno quiere”. ¿Cómo podría ser de otra manera? Trece años en la Presidencia produce actitudes, comportamientos, consecuencias. Es imposible que el PT pueda lavarse las manos de la presencia electoral casi ganadora de la extrema derecha en Brasil. Es imposible no ver su debacle ideológica, su farsa política tan parecida en Chávez o en Correa, esa desconexión que fabricaron entre política y ética.
Un demócrata cuida el entorno político y social, respeta la oposición, mira a sus ciudadanos como parte de un proyecto de país incluyente, plural, solidario. El PT también se dedicó a polarizar, a enfrentar los brasileños entre ellos, a poner el Estado al servicio de un partido. Ese país convulsionado, dividido, extremo, cansado y temeroso lo está capitalizando un representante de la derecha con visiones fascistas.
Fernando Haddad no es solo el representante del partido en total declive que buena parte de los brasileños ya no quieren. Es un candidato de última hora puesto por Lula da Silva, preso. Haddad tiene, en teoría, la llave para bloquear la ruta a la extrema derecha. Su tarea, también en teoría, es distanciarse del modelo fracasado. Basta recordar la derrota fulminante de Dilma Rousseff como candidata al Senado en Minas Gerais. Pero no parece que lo hará, como prueba su visita a Lula da Silva tras su derrota.
¿Violencia política en período de elecciones? Es sólo el abrebocas. Muy pronto en Brasil se van a multiplicar los asesinatos, las desapariciones. Que nadie se sorprenda cuando Bolsonaro, al igual que Duterte en Filipinas, decida abrir una temporada de traficantes de drogas. Será lo que considere la política más eficiente al respecto. Luego una temporada de negros, para aclarar la piel de la comunidad. Una temporada de prostitutas, para elevar la moral. Y, ¿por qué no?, para promover el PIB nacional, una temporada de pobres. Una vez debidamente armadas las “personas de bien” podrá empezar una limpieza pareja de la sociedad brasileña. Temporada de homosexuales. Temporada de feministas. Y habiendo escuchado las palabras del mismo Jair acerca de sus hijos, seguramente abrirá una breve pero eficiente temporada de hijas, que son la más triste expresión de debilidad masculina. Por supuesto, siempre estará abierta la temporada de periodistas. La temporada de demócratas. La temporada de izquierdistas estará abierta durante todo su gobierno. En otras palabras, en pocos días va a ser una experiencia de emociones extremas vivir en Brasil. Si es que a eso se le podrá llamar vida.
Muy claro su análisis. Lamentablemente dada la aparente corrupción de los “gobiernos progresistas” hace que la gente se sienta totalmente engañada por todos y cada momento; por ejemplo el pueblo llano prefiere ver novelas, películas, series de TV,etc. que no aportan positivamente en nada, y de los aspectos trascendentes hace caso omiso. Por ejemplo leer sus publicaciones que no cuesta nada. Seguiremos polarizados y paralizados.
Hasta pronto.
Sr. Hernández, hay políticos que, pocas veces, sacan las uñas antes de una elección, a diferencia de algunos que las sacan una vez elegidos como nuestro caso, en Ecuador Correa que escondió sus intenciones y gobernó dictatorialmente durante diez años.
Latinoamerica (y Ecuador en particular) es una sociedad en una evolucion lenta, que va de bando en bando, pensando que los gobiernos van a resolver los problemas que, en parte, son creados por nosotros los ciudadanos.
Creo que nos falta construir y afianzar la ETICA. Estudios dicen que la falta de etica en un pais cuesta alrededor de 10% del PIB (anualmente) del pais. A la par, nos falta instruirnos mas para entender mejor a los politicos y no dejarnos convencer tan infantilmente. Leamos, al menos, La Rebelion en la Granja, El Principe y La Republica (Platon).
El término “políticamente correcto” se utiliza para describir el lenguaje, las políticas o las medidas destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a los miembros de grupos particulares de la sociedad. Se evita el lenguaje o el comportamiento que puede verse como excluyente, marginado o insultante de grupos considerados desfavorecidos o discriminados, especialmente grupos definidos por sexo o raza.
No podemos seguir siendo “políticamente correctos” mientras gobiernos corruptos se llevan en peso al país. Creo que en el Ecuador necesitamos a un Trump o a un Bolsonaro que sacuda a los ecuatorianos de ese marasmo en el que nos encontramos, pero debemos tener cuidado. Muchos ecuatorianos pensaron que el expresidente Correa, con su fortaleza, iba a poner orden en el país, pero no fue así. Más bien se convirtió en el adalid de la corrupción y del desorden. Necesitamos un líder fuerte, pero honesto.
Ojo con estos deseos – los lideres fuertes, siempre literalmente hombres, han causado los peores males de la historia y globalmente. Y el mal del último acá, apenas se acabó.
Si se me permite quisiera razonar acerca de: ¿Qué es lo políticamente correcto?
Tal vez no es más que una serie de dogmas y comportamientos que se fijan en los discursos e intenciones más que en las necesidades y mucho menos en los resultados.
Trump puede ser el político con el discurso (y algunas actitudes) menos políticamente correctas del continente y no se puede negar los resultados que ha alcanzado en cuanto a desarrollo de su país golpeado con una fuerte recesión.
Moreno puede ser el político con el discurso más políticamente del Ecuador que busca aparentemente contentar a todos: correistas, empresarios, indígenas, socialcristianos, izquierdistas, rupturas, democraciasSi, sumas, etc, etc. y lo ha conducido a ser el presidente ‘bonachón’ que nadie realmente necesita para el país en estos momentos de crisis económica y de impunidad.
Desprestigiar a la derecha por tener posiciones claras respecto a los problemas de Brasil, hace fascista al analista no al candidato.
Se ve Fredy que usted no lee siempre 4P.