En un reino no muy lejano, había una vez tres cochinitos de manos limpias, mentes lucidas y corazones ardientes, que vivían felices en medio del bosque de la China, rodeados de la flora, la fauna y demás fantasías aéreas, terrestres y marítimas de la común y silvestre revolución ciudadana. Pero su dicha era incompleta porque por los alrededores de la fábula deambulaba el lobo feroz de la Contraloría que como todo carnívoro hambriento, les respiraba en la nuca o los acechaba entre las sombras esperando el zarpazo final para comérselos vivos. Para pararlo en seco, ajustar cuentas, y de una vez por todas deshacerse de su indeseable enemigo, dijo un día el mayor de ellos:
– Tenemos que hacer una casa para protegernos del corrugto y mediocre lobo. Así podremos protegernos dentro de ella cada vez que aparezca por aquí con sus amenazas, glosas y bajos instintos.
A los otros dos les pareció muy buena idea, pero no se ponían de acuerdo respecto a qué material utilizar para construir la casa. Al final, y para no discutir, decidieron que cada uno la hiciera del material que a bien tuviere. Igualmente acordaron que para prevenir cualquier desastre o siniestro –muy común en la revolución–, se contraten pólizas con Seguros Sucre. Esto para asegurarse de que sus errores sean pagados con plata de todos los ecuatorianos.
Es así que el cochinito más pequeño optó por construir su casa en la explanada de El Aromo y hacerla de paja, para no tardar mucho y tener todo el tiempo del mundo para jugar a la publicidad engañosa con los ovejunos.
El mediano prefirió la tranquilidad y el ambiente campestre de Yachay, la Ciudad del Conocimiento. Decidió además, prescindir de la contratación pública y adjudicársela a dedo para construirla de madera, que era mucho más resistente que la paja y tampoco le llevaría mucho tiempo hacerla. Pero el mayor, que de paso era el más vivísimo de los tres, pensó que aunque tardara más que sus hermanos de revolución, lo mejor era hacer una casa resistente y fuerte como el acero y el hormigón. Para cumplir su objetivo, acudió a su tío Chang y sin más tiempo que perder, postrándose de rodillas a sus pies, le suplicó construir la Coca Codo Sinclair.
– Además, así podré tener una cocina de inducción y un chef belga que prepare mis alimentos, pensó el avispado cochinito.
Cuando los tres acabaron sus obras se metieron cada uno en la suya y entonces reapareció el malvado lobo para hacer sus auditorias de Contraloría. Eligió primero a la Refinería del Pacífico y al ver que era pura paja, sonrío y llamó a la puerta:
– Anda cochinito, sé bueno y déjame entrar. Puedo hacer que tu informe salga favorable pero necesitamos ponernos de acuerdo en privado. Compadre lindo, para mayor tranquilidad podemos hablar tú y yo solos, en mi suite.
– ¡No!… ¡Eso ni pensarlo, jamás me meteré en la boca del lobo!
– ¡Pues entonces atente a las consecuencias. Soplaré y soplaré y echaré tu casa abajo!
Y el feroz lobo empezó a aspirar y a soplar, la débil edificación acabó viniéndose abajo y quedó desparramada sobre la planicie, sin que la parase nada ni nadie. Pero el cochinito como era listo, se escurrió entre las patas del lobo y con tarrina en mano subió al Falcón y luego de un corto vuelo a Urququí, se refugió en la vivienda de su hermano mediano, que estaba hecha de madera.
– ¡Oigan cochinillos, sean buenos y déjenme entrar. Solo es cuestión de conversar entre privados y ponernos de acuerdo en los valores. Ni las bestias salvaje ni los borregos se van a enterar!
– ¡No! ¡Eso ni pensarlo!, exclamaron los dos. Somos autores, algo cómplices, pero jamás encubridores.
– ¡Pues entonces soplaré y soplaré y echaré su casa abajo!
Entonces el furioso lobo empezó a aspirar y a soplar y aunque esta vez tuvo que hacer más esfuerzos para derribar la universidad, al final la débil pacotilla acabó cediendo y los escurridizos cochinitos salieron volados en el Legacy, esta vez hacia la casa de Carlitos, su hermano mayor.
El lobo aullaba porque estaba más feroz y hambriento que nunca. Los persiguió en Dhruv hasta la Coca Codo Sinclair y plantándose furioso ante la puerta de ingreso, abrió sus fauces y sopló y sopló con todas sus fuerzas, pero esta vez nada podía hacer porque la mansión no se movía ni siquiera un milímetro, comprobando la resistencia del hormigón armado. Por la potencia de los soplidos y la persistencia del lobo, únicamente se produjeron 7648 fisuras. Adentro, los cerditos se reían y celebraban la calidad de la casa de su hermano mayor. Guitarra en mano cantaban alegres al comandante Che Guevara por haberse librado del hambriento lobo. El cochinito menor aprovechaba la ocasión para hablar telefónicamente con los hermanos Bravo para definir la propaganda sobre la hazaña, ya que ocasiones como estás, estaban prohibidas olvidar en el reino.
Afuera, el hombre lobo continuaba aullando a la luna. Soplando en vano y cada vez más enfadado, no se conformaba con la suerte de sus presas que se le escapaban como agua entre sus garras. Desesperado llamó al Chiquito y a su Amiga pero no contestaban el celular. Hasta que decidió tomarse un descanso y entonces se dio cuenta de que la casa tenía una chimenea.
– ¡Ja! ¡Pensaban que de mí iban a librarse tan fácilmente! ¡Subiré por la chimenea y me los comeré a los tres!
Pero los cerditos le oyeron y para darle su merecido pusieron a hervir un gran caldero de agua en la cocina de inducción.
Así, cuando el lobo trepó al tejado y cayó por la chimenea a la mesa servida con el agua hirviendo, se pegó tal quemazón que salió aullando de la casa y se fue volado a Miami para nunca más volver.
En la actualidad, a los tres cochinitos ya no los persigue el lobo. Ahora los persigue la justicia.
Y vivieron felices para siempre. El cochinito menor sin su grillete. El mediano con su estilista en la cárcel de Latacunga. Y el mayor con alerta naranja en la soledad de su ático belga.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Caricatura: Marcelo Chamorro
Genial Chamorro!!. He gozado leyendo el cuento. Felicitaciones por su gran creatividad.
Bendito sarcasmo, bendita pagina excelente!
jajajajajaj….tal cual!!!!
ladrones infames…. ojalá y nunca vuelva…mameluco!!!
Genial como siempre estimado Marcelo y usando el mismo léxico de los correistas ladrones; si que me he reído, que es lo único que nos queda al pueblo, porque creo que jamás recuperaremos lo que nos robaron la pandilla del corrupto Correa.