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Inglaterra no debe extraditar a Assange a EEUU

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Hay momentos en que por principios se puede coincidir con las causas de los personajes abominables: es el caso de Julian Assange por la acusación que, en su contra, hace EEUU.

Assange se ganó con justicia durante la primera década de los 2000 la imagen de héroe de la libertad de expresión y de la transparencia informativa. Ese es un perfil. Pero hay otro: el que se forjó durante los últimos 10 años durante los cuales se convirtió en un operador de causas aborrecibles. Todo arranca con su ingreso en la Embajada ecuatoriana en Londres. El fundador de Wikileaks demostró importarle muy poco la libertad de expresión cuando negoció el asilo político con el gobierno de Rafael Correa.

Una pizca de coherencia con lo que había dicho y hecho hasta entonces, lo hubieran inducido a no buscar el amparo de un gobierno enemigo de la prensa y de la libertad de expresión. El australiano se convirtió en una ficha útil para el régimen de Correa que necesitaba con urgencia lavar una alicaída imagen internacional provocada por las denuncias sobre violaciones a los derechos individuales y acoso a grupos sociales. Gracias al gesto de Assange, Correa logró catapultar su imagen de campeón de la libertad de expresión y de la resistencia anti imperialista. Algún tiempo antes Assange se había negado a dar su versión a la justicia sueca sobre las acusaciones por abuso sexual en contra de dos chicas.

En la embajada, Assange fue el vehículo para que el material, que los servicios de inteligencia rusos robaron al Partido Demócrata, fuera publicado y así ayudar a que Donald Trump, con su agenda xenófoba y populista, ganara la Presidencia de los EEUU. Assange publicó datos que lastimaron las aspiraciones de Hillary Clinton a llegar a la Presidencia  y se negó a publicar 68 gigabytes de documentos hackeados a los rusos que hubieran ayudado a exponer en evidencia la corrupción del gobierno ruso en Ucrania.

Más tarde, ayudó a propagar la teoría de la conspiración según la cual los mails robados fueron distribuidos por Seth Rich, un señor que había trabajado para el Comité del Partido Demócrata y que fue asesinado en el 2016. Assange debe haber sabido que era falso que Rich fue asesinado por los propios demócratas. Sin embargo, se dedicó a promocionar esa versión; bandera de los sectores de la derecha más xenófoba y racista de EEUU y de los medios alineados con el Kremlin. De repente, se convirtió en el hombre de la derecha xenófoba y parafascista: dice el diario español La Vanguardia en un perfil que le dedica. No solo eso: hay amplia evidencia sobre su misoginia y su anti semitismo. Por eso lanzó ataques anti semitas para perjudicar a George Soros, el multimillonario húngaro-estadounidense que financia activismo anti autoritario. Si alguna vez fue considerado como un simpático y heroico anarquista de la comunicación, su forma de ayudar a Trump a ganar las elecciones demostró que se había convertido en un peón más del autoritarismo ruso. En este campo, se negó a publicar los Panama Papers, y afirmó que esa era una conspiración en contra de Vladimir Putin.

Assange merece la peor de la suertes por su pobreza humana. Sin embargo, las acusaciones de los EEUU en contra suyo contenidas en el pedido de extradición a Inglaterra son una amenaza para el ejercicio del periodismo y podrían legitimar decisiones de gobiernos autoritarios en contra de periodistas. No es el destino de Assange lo que debe preocupar a las personas que creen en una sociedad abierta y respetuosa de las libertades, sino ciertos elementos de la acusación que EEUU han puesto en su contra.

Según ella, Assange puede ser procesado simplemente por haberse puesto de acuerdo con un funcionario del gobierno de EEUU (en este caso Chelsea Manning) para extraer documentos clasificados por el Estado. De ser así, cualquier medio de comunicación o periodista podría ser procesado por exactamente el mismo motivo ya que el periodismo también funciona de esa forma: se coordina con un funcionario bajo la promesa de que no se revelará su identidad para que entregue información de interés público que está en manos de los Estados. Se evalúa el material y, de ser el caso, se publica.

Según una columna de Michel Goldberg del The New Times, Assange no está acusado por la publicación de la información. El diario dice que lo está  por conspiración para cometer intrusión informática; algo que hizo casi una década atrás cuando ayudó a la analista militar Chelsea Manning a romper la seguridad de un computador del gobierno. En principio esa acusación no es una amenaza a la libertad de prensa porque hackear no es una práctica estándar del buen del periodismo, dice The New York Times. Pero aclara que no por eso deja de ser un motivo de preocupación: puede ser un precedente peligroso para el futuro del periodismo porque la acusación equipara el proceso de recopilación de información con conspiración criminal.

Aparentemente, este detalle de la acusación se origina en que la administración Obama había entendido que no podía procesar a Assange por publicar información clasificada sin golpear la primera enmienda de la Constitución de EEUU. En ella se prohibe redactar cualquier norma o ley que perjudique la libertad de expresión. Matthew Miller, vocero del Departamento de Justicia en tiempos de Obama, dijo en el 2013 que la acusación por haber publicado información filtrada por otros, no era procedente. 

La actual acusación es distinta: en el documento enviado por la administración Trump se dice que Assange, en coordinación con Manning, tomaron medidas específicas para ocultar lo que hizo el ex analista de inteligencia cuando se robó la información. Es decir, EEUU está acusando a Assange de haber cometido un crimen al haber protegido el anonimato de Maning; algo que hace todo periodista y que se conoce como protección de la fuente. ¿Assange alentó a Manning a entregar información del gobierno? Pues bueno:  los periodistas normalmente hacen aquello para conseguir que los whistle-blowers, o gargantas profundas, pasen información.

Esta vez, la acusación en contra de Assange puede perjudicar a quienes creen y luchan por una sociedad abierta, donde los gobiernos no puedan esconder la información de relevancia pública a la que tiene derecho la sociedad. El periodismo no puede estar, en este punto, del lado de los acusadores. Aunque eso signifique tener que defender al abominable Assange. Correa lo defiende hoy cuando él hizo lo mismo que pretende hacer EEUU: prohibió publicar en su gobierno todo lo que aparecía como secreto o reservado.

Inglaterra, si protege la libre información, debe negar la extradición a Estados Unidos del abominable Assange; un personaje que ya no es nada de lo que fue hace una década.

Foto Cancillería

30 Comments

  1. Me acordé del “abominable hombre de las nieves”, que no está claro porque cargaba ese adjetivo, es que no es fácil encontrar un personaje que lo reciba en una página periodística, aunque hay otros elementos internos y del exterior que sí lo merecerían. Una observación: en el enlace que dice que se negó a publicar los Panamá papers, solo señala que WikiLeaks criticó que no se publicaran íntegramente los archivos, que quedaron a cargo del filtro del consorcio internacional de periodistas.

  2. Si no lo quieren mandar entonces que venga a Chaupicruz y lo recibiremos con los brazos abiertos y una ardiente bebida

  3. Comparar a Assange con un periodista es imposible pues vendio su informacion a los mas oscuros intereses

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