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¿Por qué el país anda siempre buscando un líder?

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La respuesta brota automáticamente cuando se habla de un país desencuadernado o sin norte: necesitamos un líder. Y, por supuesto, el líder del que se habla es de alguien que ponga orden, que diga lo que hay que hacer, que se eche el país al hombro.

La respuesta no es nueva. Tampoco su automatismo. Quizá esa aspiración nutre la matriz velasquista y los historiadores podrán confirmarlo o desmentirlo. En todo caso, se puede decir que, tras diez años de autoritarismo, en el cual Rafael Correa puso orden y se echó el país al hombro, el hartazgo fue evidente y el país, tras los fuegos de artificio de la bonanza petrolera, sigue en el mismo punto. Para unos un tris mejor, para otros mucho peor. Pero los ciudadanos no aprendieron. Su respuesta sigue siendo, expresada de muchas maneras, la misma: necesitamos un líder.

Todo esto se parece sobremanera a la negociación salarial que empresarios y trabajadores emprenden cada año. Hacen declaraciones, fijan máximos y mínimos, se sientan en una mesa, se levantan de la mesa, se asustan mutuamente y, al final, anuncian que no se pusieron de acuerdo. El gobierno entra al baile y fija el monto. Los empresarios dicen que es una subida irracional y los trabajadores que no es suficiente. Y el baile continúa. Nunca cambia.

El proyecto ciudadano, en general, es tener un líder. Alguien que se haga cargo. Alguien que resuelva problemas, ponga las cosas en orden y, sobre todo, no contraríe el statu quo. En claro, la sociedad, en general de nuevo, funciona como un organismo que no se hace cargo de sus problemas (eso no quiere decir que no los padezca) y que está presta a canjear libertades por orden. Ese esquema ayuda a construir estos líderes mesiánicos o autoritarios que hacen campaña con un látigo o una correa en mano o una gestión que despierta, al mismo tiempo, aplausos y pánico. Si esa ecuación no varía, si sus premisas no sufren transformación alguna, se obtendrán los dos resultados habituales: el país pedirá un líder que se haga cargo y ponga orden y ese líder llegará, tarde o pronto, al mismo resultado. Por eso el país camina en círculo.

Ahora es evidente que los procesos necesitan líderes. Pero en Ecuador la solución, a estas alturas, no se dará cambiando solamente de líder sino de curso. El país está entrampado en ideologías, imaginarios y actitudes totalmente anticuados. La misma receta produce el mismo plato. La política y los políticos que deberían ser los encargados de halar la sociedad hacia la contemporaneidad asumiendo las transformaciones sociales y tecnológicas en boga, están en la retaguardia. Cuidan los votos: rehuyen ser visionarios, no desafían a los ciudadanos y son, en la mayoría de casos, rehenes de sus proveedores de fondos que son, casi siempre, ávidos grupos de presión.

El círculo vicioso es infinito, es conocido y se puede ilustrar (el ejemplo puede ser multiplicado) por la guerra que hacen los taxistas a Uber y Cabify. O por la oposición que hacen los sindicatos (que supuestamente representan a las personas que tienen empleo) a los nuevas modalidades de empleo para aquellos que no trabajan en forma adecuada (que en el país suman casi cinco millones de personas). El bloqueo no solo está instalado en las mentalidades jurásicas, patrimonialistas o abiertamente conservadoras. Lo promueven grupos supuestamente progresistas que han convertido la corrección política en el totalitarismo de moda. Si los otros no se expresan como está instituido en sus cánones, los asesinan simbólicamente en las redes sociales. Eso, en vez de educar, de ser motores de cambio, de erosionar mentalidades machistas o religiosas que pretenden regentar la esfera pública. Pero yendo duro contra las viejas ideas y suave con las personas que necesitan cambiar su mundo de referencias.

Ecuador requiere desde hace décadas una verdadera revolución cultural que desemboque en la construcción de otros modelos conceptuales y políticos. Esa es la tarea que tienen por delante todas las elites del país. Desde la indígena y sindical hasta aquella empresarial que se reúne en clubes exclusivos o está pagada para educar y pensar en universidades y otros centros académicos. Nadie excluye por supuesto al periodismo que no se sacude de la crisis profunda en la cual lo hundió sin piedad el correísmo.

Poner el país al día conceptualmente, ubicarse en el mundo y en la contemporaneidad, generar nuevos marcos de pensamiento y de colaboración, presionar a los partidos a renovarse, esclarecer y asumir los deberes que tienen los ciudadanos… Sin otros modelos conceptuales y políticos (en término de políticas públicas), por supuesto que populistas y aventureros tendrán el camino franco para alzarse con el poder. Y sin esos nuevos referentes, tan necesarios para enchufarse con la realidad, los ciudadanos seguirán reclamando un líder. Uno que ponga orden. Y que siga nutriendo el círculo vicioso en el que se mueve Ecuador.

Foto: Presidencia de la República. 

24 Comments

  1. Lo que se necesita es una verdadera revolución que siembre, en la mente y corazón de cada ciudadano, un Concepto como este: «El Poder de Honor Ciudadano es la capacidad o facultad que tienen los ciudadanos, ya sea como individuos o como grupo, para realizar cambios positivos en su comunidad, partiendo desde su propio actuar, a través de un Código de Honor que persiga: el Bien Común, la Paz Social y la Justicia».
    En épocas de vacas gordas, las empresas solo se preocupan en mejorar resultados, despachan más que venden, y no se preguntan si tienen capataces o líderes. La crisis ha hecho volver la cabeza a los trabajadores. “Los directivos nos dicen que han superado una crisis, y no pueden despedir a más personas por adelgazar el coste, pero nos preguntan si tienen los trabajadores adecuados para llevar el negocio de forma sostenible hacia el futuro y la internacionalización. Quién se cuestiona qué hacer con su empresa, cambia su papel de jefe a líder, e identifica el perfil de cada trabajador para aplicarlo en futuros giros del negocio”, cuenta Alberto Blanco, director general de Grupo Actual.

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