La pérdida de competitividad que el sector productivo ecuatoriano ha sufrido en los últimos años –como consecuencia de la apreciación del dólar respecto a las monedas de varios de nuestros principales socios comerciales y también por políticas internas que han encarecido los costos de producción (por ejemplo, alzas salariales muy superiores a los aumentos de productividad)– es en la actualidad uno de los principales desafíos para la economía nacional, tal vez el principal. Lo es, en primer lugar, porque afecta al desempeño del sector exportador (un país poco competitivo tiene menos posibilidades de colocar sus productos en mercados externos o de atraer turistas extranjeros) y, por tanto, al desempeño de la economía en su conjunto, más aún tratándose de una economía pequeña como la ecuatoriana, que debería basar su crecimiento en un sector exportador dinámico. Pero esa pérdida de competitividad –que otros países enfrentan manejando su tipo de cambio, cosa que el Ecuador no puede hacer por estar dolarizado–, a su vez impulsa las importaciones (porque los bienes y servicios de otros países se han vuelto comparativamente más baratos que los ecuatorianos), generando una presión sobre la balanza de pagos. Es decir, la pérdida de competitividad externa fomenta la salida de dólares de la economía y dificulta su entrada, particularmente a través de la cuenta corriente, aunque también limita la inversión extranjera directa (los inversionistas tienen más incentivos para colocar sus capitales en países más competitivos). El problema es que, en un país dolarizado, la cantidad de dinero primario en la economía depende (o debería depender) exclusivamente del resultado de la balanza de pagos: la cantidad de dinero primario aumenta si la balanza es superavitaria, y, por el contrario, se reduce si es deficitaria.
En una reciente columna publicada en El Universo, Gabriela Calderón resta importancia al resultado de la cuenta corriente (que ha sido deficitaria en la mayoría de los últimos años), con el argumento de que, pese a esos déficits, la liquidez en la economía ha seguido creciendo. De hecho, las cifras del Banco Central muestran que entre 2009 y 2018 (período al que Gabriela Calderón se refiere en su columna), la liquidez total (concepto que incluye los billetes y monedas en poder del público, los depósitos en cuenta corriente, los depósitos de ahorro y los depósitos a plazo) creció de manera sostenida. No obstante, ese crecimiento, a diferencia de lo que se sugiere en la columna, no responde exclusivamente a la creación de dinero secundario por parte de los bancos (estos “crean” dinero cuando prestan una parte de lo que reciben como depósitos), sino también a otros factores que conviene señalar.
Por un lado, en gran parte del período comprendido entre 2009 y 2018 los déficits en cuenta corriente fueron compensados, al menos parcialmente, por superávits en la cuenta financiera. Pero no se trató de superávits provocados por una importante inversión extranjera directa (que, de hecho, ha sido marginal) o por el ingreso de capitales externos al sistema financiero (como ocurre en Panamá), sino sobre todo por el acceso del anterior y el actual gobierno a nueva deuda externa. Es decir, se trata de una fuente de divisas que no es sostenible indefinidamente y que, en realidad, dados sus altos intereses, ahora está generando una salida importante de dólares para honrar su servicio.
Más importante aún, en los últimos años, sobre todo entre 2014 y 2017, el aumento de la liquidez total se explica también por los créditos que el Banco Central le dio al gobierno anterior y que constituyeron una emisión de dinero PRIMARIO sin respaldo en dólares generados en la balanza de pagos. Esos créditos, que por fortuna se prohibieron en la Ley de Fomento Productivo, sumaron cerca de $6.000 millones (sólo al Gobierno Central, a lo que habría que sumar los créditos a la banca pública), con su correspondiente efecto multiplicador, ya que buena parte de esos créditos terminaron como depósitos en el sistema financiero, que a su vez los usó para dar nuevos préstamos.
Finalmente, las cifras de liquidez que publica el Banco Central muestran una importante sobrestimación en las “especies monetarias en circulación”, concepto que se refiere al efectivo que las personas y las empresas tienen en su poder. Un artículo de Juan Pablo Erráez publicado en Carta Económica muestra claramente esa creciente sobrestimación, la misma que queda en evidencia con una cifra: entre 2009 y 2018 las especies monetarias en circulación por habitante pasaron, según el Central, de $288 a $934. A todas luces es impensable que cada ecuatoriano (niño, joven, adulto o anciano) tenga en su poder, en la billetera o en el colchón, 934 dólares.
(Tal vez los créditos al gobierno y los evidentes errores en la estimación de las especies monetarias en circulación sean nuevos argumentos para el cierre del Banco Central, como propone Gabriela Calderón. Habría que discutirlo. En todo caso, para que el Central pueda ser cerrado, antes debe tener activos líquidos suficientes para devolver sus depósitos no sólo a la banca privada, sino también a los gobiernos seccionales, las empresas públicas, el IESS y el propio Gobierno Central. Y ese escenario luce muy lejano.)
Si bien la liquidez de la economía ecuatoriana (según las estimaciones oficiales) ha seguido creciendo, eso no significa que los resultados de la cuenta corriente sean irrelevantes o que sea falso que en una economía dolarizada la cantidad de dinero primario está (o debería estar) determinada por los resultados de la balanza de pagos. Muchos de los factores que explican ese crecimiento en la liquidez (descontando la sobrestimación en las especies monetarias en circulación) no son sostenibles (acceso permanente a nueva deuda externa) o directamente constituyen un atentado contra la dolarización (créditos del Banco Central al gobierno). Es, por tanto, fundamental que el Ecuador tome acciones que permitan que los sectores productivos de bienes y servicios transables sean más competitivos, lo que también ayudaría a fomentar la inversión extranjera, para tener fuentes “sanas” y sostenibles de divisas. El país no tiene (y no tendrá en el corto o mediano plazo) un ingreso de dólares por la cuenta financiera como el que tiene Panamá, de modo que si no queremos que los depósitos y los créditos bancarios se estanquen o incluso se contraigan como consecuencia de una caída en la cantidad de dinero primario en la economía, tenemos que poner énfasis en las medidas que permitan recuperar competitividad externa. Por último, también es importante reconocer las limitaciones y los desafíos que la dolarización implica para una economía como la ecuatoriana, sobre todo a nivel externo. Desconocerlos impide ver la enorme tarea que el Ecuador tiene por delante para salir del estancamiento económico y más bien lleva a proponer medidas que pueden terminar agravando la situación.
En mi opinión, el Banco Central del Ecuador, comprometida con la difusión de las cuestiones económicas fundamentales del país, presentan aspectos generales sobre el proceso de dolarización, es decir que la pérdida de competitividad externa fomenta la salida de dólares de la economía y dificulta su entrada, a través de la cuenta corriente, aunque también limita la inversión extranjera directa y eso hace que los inversionistas tengan más incentivos para colocar sus capitales en países más competitivos, la dolarización se presenta en forma de inversiones en activos financieros denominados en moneda extranjera dentro de la economía, circulante en moneda extranjera y depósitos. En otro caso el proceso puede tener diversos orígenes, uno es por el lado de la oferta que significa la decisión autónoma y soberana de una nación que resuelve utilizar como moneda genuina el dólar, tal como el caso de Panamá.
El Acuerdo Nacional, podría ser el motor del cambio que el Ecuador requiere y solo debería considerar dos metas: 1) mejorar la competitividad como los sostiene el Eco Hidalgo y 2) crear empleo. El primero supone apalancar con recursos financieros las actividades económicas (turismo, flores, agricultura, productos del mar, software, otros) con todas las mejoras tecnológicas que requieren para incrementar los niveles de producción y la entrada de dividas. El segundo punto, el empleo, se necesita un cambio de chip de los líderes sindicales dando paso a un trabajo por horas, virtual en unos casos colaborativo y en otros casos autonómico, haciendo uso de la tecnología, de la innovación, del marketing digital con nuevas estrategias de comercialización, promoción, uso de redes, etc., etc. Para este cambio es importante que consideremos que las nuevas generaciones (jóvenes) están listos como desarrolladores de plataformas tecnológicas, manejo de redes, y búsquedas de oportunidades. Si el país no entra en la era digital, seguiremos pensando que la huelga nacional es el camino para cambiar el estancamiento en el que nos ha dejado el correismo corrupto con el sobre-endeudamiento, y que el morenismo lo mantiene y lo empeora con la contratación de nueva deuda….
Bien explicado porque no entenderá eso el señor ex candidato a alcalde d Quito Pablo Davalos el solo con su dizque visión de izquierda piensa que estas distorsiones de la economía no son el problema y mas bien se pone a discutir en vez de dar soluciones reales, por suerte no es una autoridad electa sino estaríamos mal.
El problema es que Ecuador en un país dolarizado la cantidad de dinero primario en la economía depende del resultado de la balanza de pagos: la cantidad de dinero primario aumenta si la balanza es superavitaria, y, por el contrario, se reduce si es deficitaria. Nuestro país no tiene un ingreso de dólares por la cuenta financiera como el que tiene Panamá asi que si no queremos que los depósitos y los créditos bancarios se estanquen o incluso se contraigan como consecuencia de una caída en la cantidad de dinero primario en la economía, tenemos que poner énfasis en las medidas que permitan recuperar competitividad externa para poder vencer a los desafíos que la dolarizacion implica en la economía ecuatoriana