Por Pablo Arosemena Marriott
El Presidente de la Cámara de Comercio de Guayaquil responde la columna “La peligrosa simplificación de los problemas económicos” de José Hidalgo Pallares en 4P.
Están por doquier. En nuestro diario vivir. Al atender una llamada de negocios, al ver una película en familia, o al sentarnos frente al computador a trabajar. Cuando nos vestimos. Cuando tomamos el transporte al trabajo. O cuando estás en la fábrica listo para producir. Incluso al final del día, cuando llegas a tu habitación a descansar. No importa el sector, ni el lugar, ni la hora, los aranceles están para encarecer cada aspecto de nuestras vidas. Son EL problema.
No es difícil demostrarlo. La bicicleta de Carapaz, 30%. Los celulares, 15%. Los colchones, 30%. Las computadoras, 10%. Shampoo, 20%. Juguetes, 30%. Ropa, 10%. Autos, 35%. Buses, 10%. Algunas maquinarias, 25%. Materias primas textiles, 20%. Así miles de productos más. Y esto sin mencionar los aranceles mixtos, que esconden una pesada carga tributaria que rebasan los compromisos con la Organización Mundial del Comercio. Por ejemplo, el arancel equivalente sobre zapatos llega al 43%; en cerámicas hasta el 49%, siendo que los límites son 25% y 30%, respectivamente. Un sinsentido.
Consideremos la magnitud del problema arancelario. De acuerdo con el Banco Mundial, la carga arancelaria promedio del Ecuador es del 9.4%. La de Chile es 1%, la de Venezuela 12%. Estamos incluso por encima del promedio regional, 7%. El camino es Chile, no Venezuela. Simplificar este problema a promedios estadísticos y argumentos tecnocráticos es precisamente el error. Existe evidencia suficiente para demostrar que un arancel alto reduce el comercio internacional, la competitividad y el bienestar. De hecho, según el Reporte de Competitividad del Foro Económico Mundial, un factor que explica la baja competitividad de Ecuador es el tamaño de los aranceles. Estamos en el puesto 114 entre 140 países.
Los aranceles altos son uno de los problemas que provocan el alto costo de la vida en Ecuador y su deteriorada competitividad. Afectan tanto al comercio de productos como a la industria local. Quienes hemos explorado datos y metodologías sabemos que la Clasificación según uso o destino económico (CUODE) es muy errática al clasificar los productos de importación. Así, por ejemplo, muchos artículos que son insumos de procesos productivos locales terminan siendo gravados bajo la excusa de ser “bienes de consumo”. Es precisamente por esta simplificación tecnócrata, que las salvaguardias afectaron a cientos de materias primas importadas. El impacto de este sobre-arancel fue de $1,450 millones menos en la producción del país. De esto colige que hacer lo contrario, reducir aranceles, impactaría positivamente la producción y la competitividad.
Con base en ese mismo análisis errático y limitado, algunos sugieren que el efecto de una reducción de aranceles iría por el lado de los bienes de consumo, debido a que según los promedios los aranceles a los bienes de capital y materias primas son “relativamente bajos”. Varios comentarios al respecto.
Primero, cualquier recomendación de política económica debe estar sustentada en evidencia. Argumentar que la reducción de aranceles solo tendría efecto a través de los bienes de consumo es una conclusión no fundamentada en evidencia sino una alegre especulación. Para que tal afirmación tenga sustento se deberían estimar las elasticidades de los aranceles respecto a los distintos tipos de bienes importados, por ejemplo. Idealmente, es el Gobierno quien debería proveer estos datos para justificar la no reducción de aranceles. Sin embargo, contamos con aproximaciones razonables que nos permiten tener una idea del efecto de este tipo de políticas. Por ejemplo, el FMI en su Staff Report para el Artículo 4 menciona que la Tasa de Control Aduanero impuesta en noviembre del 2017 (y que, gracias a las gestiones lideradas por la Cámara de Comercio de Guayaquil, la Secretaría de la CAN reconoció como un impuesto disfrazado) tuvo efectos negativos sobre la producción. El FMI estima que la #Paquetasa fue el equivalente a un incremento promedio del 2.25% en los aranceles y que, de haberse mantenido, su impacto habría reducido las exportaciones en $50 millones por año. En el mismo reporte técnico, el FMI estima que una reducción de aranceles podría duplicar la participación de Ecuador en las exportaciones no petroleras mundiales. Por supuesto, se requieren de medidas adicionales como el fortalecimiento de las instituciones y aumentar la productividad. Sin embargo, esto no desmerece el impacto positivo que tendría reducir aranceles.
En segundo lugar, aun cuando la reducción de aranceles no tuviera un efecto positivo sobre las exportaciones y la producción, no se puede concluir que habría un efecto negativo sobre la balanza de pagos. Dicho argumento es más contable que económico. Para que un aumento de las importaciones desemboque en una salida masiva de dólares y posteriormente en una contracción crediticia debería existir un problema de sostenibilidad de la cuenta corriente. No hay evidencia de dicha situación en Ecuador. Más aún, la cuenta corriente evidenció en el 2018 un déficit de 1.3% del PIB, una cifra que no es alarmante. Y tal como lo hemos sostenido desde hace varios años, el desequilibrio externo es explicado en gran medida por el desbalance fiscal generado por el Gobierno anterior. En consecuencia, reducir el déficit fiscal es el principal camino para equilibrar las cuentas externas.
Finalmente, hay que reiterar que la dolarización no necesita protección arancelaria. Mientras persista la debilidad institucional, y no apliquemos los consensos económicos teóricos, la disciplina que impone la dolarización es la única opción. Consumidores y productores sentimos total confianza en el dólar. La dolarización no va a ser inviable porque las importaciones aumenten o porque las exportaciones dejen de crecer. No se puede seguir usando el cuco de la desdolarización como sustento de políticas económicas perjudiciales para la economía.
La conclusión es la que puse en un tuit hace varios días: La dolarización no necesita protección de aranceles. La competitividad no se gana con aranceles. El empleo no aumenta con aranceles. Los aranceles son el problema. La solución es bajar aranceles. El camino es Chile, no Venezuela.
Los aranceles son efectivamente unavcarga para lavegonomia haciendo casi imposible quebel pueblo pueda soportaroa. Sin embargo casi nadie dice nada del avivato comerciante que en todas las importaciones se aprovecha de beneficios usureros dando por ese hecho un encarecimiento de todos los bienes. Vease un vehiculo: si aplica aranceles y otros impuestos y una utilidad razonable su precio no seria el que tige en Ecuador. Asi los televisores, computadoras y demas tecnologia. Con o sin aranceles los ricos se tornan mas ricos y el resto a chuparse el dedo.
Muy cierto, los aranceles van por el camino de Venezuela y no de Chile, los aranceles son algo beneficioso para el país pero tener un alto valor prejudica al comercio del país, los consumidores quieren precios más bajos de productos, por lo menos que no se eleven tanto al valor de los productos de afuera
Chile? Peor modelo (excepto Venezuela) no puede existir! El camino, para un país pequeño, debe ser proteccionista hasta un cierto grado, por supuesto. Liszt lo sabía, tomase ejemplos de los pequeños países europeos, altamente ecológicos y formados… gracias a aranceles históricos, por cierto!
Busque a ”Liszt” y dice que es un compositor romántico, profesor, etc. Es ese??