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Miopía política versión 2.0

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A medida que el proceso electoral de 2021 se acerca, CREO sigue perdiendo sus principales fichas políticas en la Asamblea Nacional. A Mae Montaño le siguió Lourdes Cuesta y la semana pasada fue Fabricio Villamar. En resumen, en dos años de ejercicio legislativo CREO ha perdido a tres de sus principales referentes en la actividad de fiscalización e impulso normativo. Las bajas son más notorias si se considera que, salvo unos pocos legisladores que aún quedan bajo la égida de Guillermo Lasso, la bancada de CREO no se caracteriza precisamente por ser prolífica en la gestión política. Al final del día, los tres legisladores perdieron el apoyo partidista siempre útil como punto de partida para la actividad legislativa, la agrupación política continúa debilitándose en momentos clave para su posicionamiento electoral hacia futuro; y, esencialmente, el país sigue de tumbo en tumbo en la idea de re institucionalizar lo poco que se había alcanzado en términos de consolidación del régimen democrático.

El último de los efectos citados es, precisamente, el que debería concitar la atención nacional pues la fractura de CREO no sólo atañe y afecta a sus propios intereses partidistas sino que evidencia que la élite política ecuatoriana no entendió nada de lo ocurrido durante la década pasada. En efecto y más allá de las pasiones políticas en uno u otro sentido, el mensaje que estuvo tras la llegada al poder de la denominada Revolución Ciudadana fue que el país carecía de organizaciones partidistas que articulen las demandas ciudadanas hacia el sistema político. Aunque lo dicho parezca una aseveración obvia, la impresión que deja lo ocurrido en el país desde 2017 es que esta simple lectura del escenario político nacional no está en el radar de los partidos ni de sus líderes. Por ello, lo ocurrido en CREO no debería ser considerado como un hecho político particularista sino como la punta del ovillo de un problema mucho más profundo y con connotaciones de interés público.

Dicho interés es público porque la idea de crear partidos fuertes, con inserción nacional, liderazgos compartidos en diferentes niveles e inclusivos en términos de participación de distintos sectores y actores, como las mujeres principalmente, no es una demanda que busca el beneficio de los actores políticos. Por el contrario, dicha pretensión debe ser vista como uno de los mecanismos más idóneos para favorecer prioritariamente a la ciudadanía y sus reclamos de atención en lo económico y social. Dicho de otro modo, la presencia de un sistema de partidos políticos vibrante y competitivo es requisito indispensable para una sociedad democráticamente plena. En términos más absolutos, hay que decir que en el mundo no existen democracias robustas y consolidadas en la que las agrupaciones partidistas no sean un actor clave en la matriz político-social. Todo lo demás, el “que se vayan todos”, el desmontaje de la mal llamada “partidocracia” y el rechazo a la política y quienes viven de la política (en el mejor de los sentidos), lleva a los países a recibir en su seno a impostores que medran del descontento popular para asirse con el poder y arrasar con las libertades civiles y políticas de la ciudadanía.

La ausencia de institucionalización en CREO (reflejada en la forma como se dio la salida de Fabricio Villamar del bloque legislativo), la inexistente línea político-ideológica en Alianza País, la insistencia en patrones caducos de vinculación social del PSC o la desarticulada estrategia de Pachacutik, dan cuenta que lo ocurrido en la década pasada pasó desapercibido para nuestra élite política. Tanto es así que las débiles agrupaciones partidistas que el país tenía hasta el 2007 han sido incapaces de criticarse, evaluarse y reconstituirse. No lo han intentado siquiera. Asumen que la forma de hacer política de antaño, en función del grito del caudillo y la llamada telefónica para postular candidatos, puede volver a tener vigencia. Cuán equivocados están si así lo creen. La miopía con la que actúan lo único que está generando es que el vacío en la arena política vuelva a aparecer y que en dicho escenario las arengas y propuestas demagógicas arrecien. Los déspotas e intolerantes del siglo XXI ya no surgen a la política por las armas o por la fuerza, surgen por voto popular. Surgen por el descontento ciudadano frente a agrupaciones políticas endebles y a dirigentes partidistas sin visión de país.

La triste descripción previa encuentra su correlato empírico en una simple revisión de las ofertas de reforma electoral que ahora circulan. No hay propuestas para reducir el número de partidos de forma tal que el sistema se articule alrededor de tres o cuatro. Tampoco hay un esfuerzo por reformar el funcionamiento interno de las agrupaciones políticas de cara a incrementar tanto la competencia como la presencia de mujeres en los liderazgos (ya la disputa no debe ser por leyes de cuotas ni de paridad). Ni qué decir de una visión frontal y realista respecto a la necesidad de que el financiamiento de la política sea lo suficientemente transparente para que, como debería ser, quienes se dedican a dicha actividad (y no son funcionarios públicos) gocen de una remuneración específica. Las enmiendas son superficiales. Tan superficiales como los retoques dados a las caducas estructuras políticas existentes antes del 2007.

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Al paso que vamos, pronto las condiciones estarán dadas para que el país sufra un nuevo remezón político. Es cuestión de tiempo nada más. Es cuestión de que la miopía siga su indefectible camino hacia la ceguera.

Santiago Basabe es académico de la Flacso.

4 Comments

  1. Es que la cultura no cambia fácilmente. Los políticos ecuatorianos no vienen de Marte ni de un tanque de pensamiento ultraterreno. Una lección de 10 años es muy corte para un nuevo despertar político. Es más, lo poco que habíamos avanzado antes del correato, Correa y sus allegados hicieron trizas y nos va a costar siquiera unos diez o quince años más retornar al camino democrático que se esperó cumpla con la Constitución de 1998.

  2. Don Ricardo, por favor no invoque al diablo en persona, ya tenemos suficiente infierno y tinieblas actualmente y estoy de acuerdo que, lastimosamente,si existe ese 20% de parapléjicos mentales esperanzados a volver a sus andanzas.Triste escenario político!!

  3. Vamos de mal en peor, con esta nueva generación de clase política que solamente le interesa llegar al poder y tratar en lo posible servirse de su puesto y no servir. La mayoría de ellos no nos representa a los ecuatorianos ya que llegan a ocupar curules y otras dignidades con un porcentaje bajísimo de aceptación y de votos, por la confusión al existir demasiados partidos y movimientos políticos, debería haber una reforma electoral y reducir a un número aceptable. Y de esta manera evitar que lleguen al poder gente indeseable que su único objetivo es llegar al poder y salir con los bolsillos llenos.

  4. Es indudable que la debilidad de las organizaciones políticas, nos llevan a pensar la vigencia plena del correato que con un 20% de electorado alcanzado en las últimas elecciones seccionales obtuvo importantes dignidades, especialmente en los Gobiernos Provinciales de Pichincha y Manabí.

    El caso de CREO es el reflejo de la inmadurez e ingenuidad política de su líder, quien ciegamente confiando en el representante legal de su Movimiento, ha cometido crasos errores, como el establecer alianzas con caudillos desprestigiados y oportunistas como los de SUMA y Juntos Podemos, quienes sin tener opción electoral alguna, cosecharon curules en la Asamblea a costa de la “inocencia” de la dirigencia de CREO. Hoy viven otra ingenua alianza legislativa con el Gobierno cuántico que gracias a la audacia del prófugo en Bélgica lo encaramó al sillón presidencial al Licenciado por un apagón “inesperado”, perjudicando descaradamente al líder de CREO.

    Consecuentemente el futuro democrático del Ecuador es terriblemente incierto, pues unos ponen su esperanza en Nebot, quien políticamente es indescifrable y otros en el prófugo verdeflex. Y Lasso, muy bien gracias.

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