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Ecuador, en el centro del espectro político-ideológico

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De acuerdo a la medición proporcionada por la empresa “Latinobarómetro”, el porcentaje de ecuatorianos que durante los años 2017 y 2018 se situó en el centro del espectro ideológico fue de 32% y 33%, respectivamente. Estos datos resultan llamativos por una serie de razones. En primer lugar, porque son las cifras más altas de ubicación centrista de la población con capacidad de voto desde 1996 (excepción sea dicha del año 2010). En segundo lugar, porque da cuenta del tipo de plataforma política que los ecuatorianos esperan de los candidatos presidenciales para el proceso eleccionario de 2021. En tercer lugar, porque contrariamente a la opinión de que las posiciones ideológicas ya no tienen sentido alguno, los datos expuestos reflejan que el votante es capaz de identificar el mundo en el que le interesa vivir, tanto en el plano político, económico o social (quienes contestan que no se ubican ideológicamente son apenas el 3% en 2017 y el 13% en 2018).

Por otro lado, el hecho de que un tercio de la población considere al centro político su mejor opción de vida también constituye una reconfortante noticia para el régimen democrático. Esto lo avala tanto la visión prescriptiva de una buena sociedad, inscrita en la idea del justo medio aristotélico; como la noción económica de equilibrio, propia del teorema del votante mediano de Anthony Downs. Así, desde la política y la economía, el diseño de políticas públicas que se generan en el centro ideológico puede ser visto como el escenario hacia el que cualquier democracia tendría que orientarse. La razón: en la medianía está el espacio en el que se puede proteger de mejor forma los intereses de los sectores menos aventajados de la sociedad. Desde luego, el centro nunca es químicamente puro y ciertas inclinaciones hacia la derecha o la izquierda son posibles. El corolario de lo dicho es que, a medida que el centro ideológico se torna más poblado, la presencia de extremistas de izquierda o de derecha desciende ostensiblemente.

Sin embargo, no es suficiente con la existencia de un país con un población que tiende al centro ideológico. Dicha situación en la que se encuentra Ecuador, y que lo coloca comparativamente con el resto de países de América Latina como el que mayor porción de ciudadanos se ubican en dicho espacio, debe ir de la mano con la necesaria interpelación de las cifras por parte de los actores sociales y políticos. Una economía vibrante, abierta a las interacciones de la oferta y demanda, debe ir acompañada de mecanismos de compensación por los efectos que generan los ajustes sobre los sectores más vulnerables, por ejemplo. Educación pública de calidad, gratuita y laica o la garantía de servicios de salud óptimos en todas sus dimensiones, son otras de las peticiones que están tras dicho centro ideológico. Ni un modelo económico que lleve a un mercantilismo extremo ni otro en el que el aparato estatal asfixie la iniciativa de las personas. Allí está el centro político que la ciudadanía demanda.

Interpelar bien ese mensaje ciudadano implica, por tanto, prudencia y tolerancia política. Lo contrario, la iracundia y el menosprecio abierto a la visión política, económica o social con la que no me identifico, no sólo debilita la posibilidad de una sociedad más centrista sino que es el caldo de cultivo perfecto para el (re) surgimiento de revolucionarios: los que desean controlarlo todo desde el Estado; y, la de quienes pretenden desaparecer toda forma de provisión estatal, incluida la seguridad pública, la educación o la salud. Unos y otros son los principales enemigos del centrismo ideológico pues allí encuentran un límite a sus aspiraciones ególatras y totalitarias. Por esa razón, quienes critican a la medianía como una visión conservadora de la vida son quienes en el fondo no son demócratas ni les interesa vivir en una sociedad anclada a los valores inspirados en dicho régimen.

La gran oportunidad de construir una sociedad democrática y respetuosa de las diversidades de distinto orden, en la que el equilibrio lo genere el centro político, está nuevamente presente. Ojalá la miopía política no desperdicie ese inmejorable escenario. Ojalá los anti democráticos sectores políticos que quieren destruirlo todo para que sus actitudes totalitarias cundan no se beneficien de la ausencia de acuerdos entre los actores que genuinamente desean un país de libertades y oportunidades. Ojalá quienes, sin intención real de perjudicar al régimen democrático y las libertades, reflexionen los alcances y consecuencias de sus declaraciones y puntos de vista. Al final, cuando se cae en extremismos los responsables no son sólo quienes los provocan abiertamente sino también aquéllos que indirectamente contribuyen al desastre con sus actitudes.

Santiago Basabe es académico de la Flacso.