En la región, el Ecuador ostenta un deshonroso puesto en la estadística más alta de niñas madres. Son criaturas que paren entre los 10 y 13 años de edad y que acunan en sus brazos muñecos de carne y hueso.
En febrero del 2019, la UNICEF, en su reporte sobre la Situación de la Niñez y Adolescencia en el Ecuador, señaló una cifra dolorosa: en 2016, 2115 niñas de 10 a 14 años dieron a luz. Según la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres, preparada por el INEC en 2011, se demuestra que el 27.3% de niñas abusadas sexualmente, nunca habló de lo ocurrido. Solamente el 13.9% lo hizo, luego de muchos años de sufrido el abuso. Esto indica que 4 de cada 10 niñas vivieron su abuso en soledad.
Esta problemática no es reciente. Se ha sabido desde hace tiempo que en el país, especialmente en los lugares de menos recursos, hay niñas que son abusadas desde temprana edad, forzadas a mantener relaciones sexuales y que, cuando empiezan su vida fértil, se embarazan y dan a luz.
Las estadísticas también demuestran que estos embarazos suelen ser producto de violación o incesto. Y claro que es violación porque, obviamente, una niña pequeña no puede consentir el acceso carnal con su padre, tío o pariente cercano. Violación porque una niña que la embarazan en edad escolar ha sido, a todas luces, violentada en sus derechos sexuales. De hecho, la misma ley, en el COIP se define el acceso carnal a menores de 14 años como violación.
Sin embargo, enfrentar este tema frontalmente en la sociedad es muy difícil. Hace pocos días en la Asamblea se libró un fuerte debate sobre la despenalización del aborto por violación, porque en el debate público se discute que los embarazos, por violación o incesto, deberían tener la opción de ser interrumpidos y el Estado debería tutelar ese derecho.
No obstante, más allá del debate necesario en el legislativo, conviene salir un momento de nuestra situación de privilegio y mirar como ciudadanos, y con una visión de humanidad, qué es lo que atraviesa una niña violada que es obligada a parir.
Se supone que la maternidad es una etapa de florecimiento, que la mujer la vive llena de esperanza en la espera de su vástago, durante la cual se ve a ella misma como generadora de vida, amor y sueños por cumplir.
Esto no ocurre con nuestras niñas madres, porque llevan a cuestas la horrenda cicatriz del abuso sexual. Mucho se dice acerca de la defensa a la vida, pero inmediatamente surge una pregunta necesaria: ¿y la vida de la niña violada? ¿Acaso debe aceptar como alma víctima una situación que, además, define su futuro para siempre y el del niño que está por nacer?
En esa reflexión también aparece por fuerza en el debate la visión extremista que defienden lo contrario. Por ahora lo que conocemos es que los niños de las niñas que paren, tendrán un futuro incierto y desolador, con pocas oportunidades para progresar y serán seres marcados por el acto violento del cual provienen que, en la mayoría de los casos, les hace ser rechazados por sus propias madres.
Con todo esto, rescatar a las niñas madres ecuatorianas y crear normativa a su favor se transforma en un ejercicio de valentía y compasión, y también de humanidad, sobre todo en nuestra sociedad curuchupa y doble estándar. La comodidad de una situación de privilegio ha hecho que, por décadas, se prefiera mirar hacia otro lado en este caso puntual, como en otros de similar índole. El saldo de esto ha sido una neutralidad que ha terminado legitimando el abuso.
Y en esta neutralidad desafortunadamente han participado instituciones de todo tipo: desde organismos educativos laicos que han tapado casos evidentes, hasta entes de corte eclesiástico que han ido por la misma línea.
El rescate de nuestras niñas madres sin duda es un tema complicado pero debe ser afrontado como un problema de salud pública, y afrontar su solución con la aplicación de políticas laicas, como laico es el Estado ecuatoriano.
Ruth Hidalgo es directora de Participación Ciudadana y decana de la Escuela de Ciencias Internacionales de la UDLA.
No hay duda de que esta problemática es propia del abandono , una sociedad en donde la mayoría es educada con programas de televisión lejos del control de calidad. Aquí la oportunidad para establecer cada cierto tiempo a través del estado, igual a como cuando se quiere prevenir enfermedades con vacunas o el bombardeo mediatico sufrido por el cura Tuarez ; con brigadas de educación es posible la prevención de estos delitos que son también muestras de nuestra sociedad en decadencia. Con acompañamiento y el establecimiento de estrategias sean parte de nuestra cultura, la familia tenga el gusto de tener el sentido de pertenencia, hacer patria . Niñas madres puestas en la mira de políticos nada sensatos, traen hijos en condiciones muy tristes . Con seguridad solo una región de nuestro país ha de ser la que aporte con la mayor porcentaje para los datos estadísticos expuestos por el INEC, Manabí,una parte, de las familias aun viven en carpas.