Las manifestaciones en Chile y Ecuador y la victoria de la dupla Fernández/Fernández en Argentina sugieren que la izquierda sigue siendo una opción política. Las derrotas que enfrentó la izquierda entre 2015 y 2017 y el giro a la derecha que se dio en general en la región, parecían haber marcado la descomposición de los proyectos de izquierda. No obstante, a apenas cuatro años del supuesto parteaguas de la victoria de Macri, la izquierda ha tenido un triunfo electoral en Argentina, al mismo tiempo que en Chile y Ecuador transcurrieron poderosas manifestaciones populares que generaron demandas sociales consistentes con las propuestas y principios igualitarios de la izquierda. No solo que a la derecha le correspondió administrar en Ecuador y Argentina los ajustes fiscales, sino que en ninguno de los tres países (Argentina, Ecuador o Chile) logró generar una nueva narrativa social que capturara la imaginación de los ciudadanos. El repunte octubrino de la izquierda nos lleva a preguntar si las propuestas que está haciendo la izquierda, sobre todo en Argentina, Chile y Ecuador, son nuevas y si tienen alguna viabilidad.
Un criterio para definir si hay una renovación de las izquierdas tendría que ver con si rechazan el modelo de liderazgo personalista y concentración de poder que definió al giro a la izquierda de principios del milenio. En este caso podríamos responder afirmativamente. Alberto Fernández no es Cristina de Kirchner y todo indica que en un régimen presidencialista será él quien lidere el gobierno. Fernández busca gobernar con los poderosos gobernadores de acuerdo a un esquema federalista, lo que apunta a que no intentará debilitar las instituciones o restringir el pluralismo.
En Ecuador, el cambio de régimen correísta fracasó estrepitosamente, mientras las manifestaciones indígenas lograron forzar un proceso de negociación con las autoridades estatales. Esto significa que el correísmo no logró crear las condiciones para su retorno y que un componente distinto de la izquierda, el movimiento indígena, logró repotenciarse como actor político. El modus operandi de este actor, caracterizado por interminables consultas a los dirigentes de organizaciones, es la antípoda al modelo vertical del correísmo.
En Chile, hubo una ausencia de liderazgos en un estallido a la vez intenso y difuso. En todo caso, en Chile la tentación autoritaria ha sido monopolio de la derecha. La izquierda ha mantenido una impronta democrática en ese país desde la postguerra.
Otro criterio es si las izquierdas después de octubre tienen propuestas a la vez novedosas y políticamente viables. En el caso de Argentina, Alberto Fernández se caracteriza por ser moderado en política económica y enfrenta una situación que limita fuertemente sus opciones. Fernández va a realizar algún tipo de renegociación de la deuda y buscará tomar algunas medidas ligeramente expansionistas como bajar la tasa de interés o mejorar los salarios, al mismo tiempo que controlar los precios. Estas políticas no son especialmente radicales, no equivalen a un dispendio incontrolable, aunque no controlarán eficazmente la inflación o el colapso del peso. Su viabilidad política, asimismo, es mediana en un contexto de descontento con el ajuste macrista, pero en ausencia de una mayoría peronista en el legislativo.
En Chile es donde están surgiendo las propuestas más prometedoras que a la vez cuentan con alguna viabilidad política. Las propuestas buscan revertir el modelo subsidiario bajo el cual la empresa privada se encarga de la oferta de bienes y los individuos los obtienen gracias al esfuerzo individual. Frente a este modelo, existe una fuerte demanda social para que se reconozca el imperativo de bienes públicos administrados por el Estado. Un nuevo pacto social, que establezca un Estado de bien-estar tipo nórdico, requiere una asamblea constituyente, que está sumando adherentes entre la clase política, que no quieren ser arrasados por la ola de descontento popular. Con una economía dinámica y un bajo nivel de endeudamiento soberano, Chile está en condiciones para profundizar y mejorar la calidad de los servicios públicos y acceder a un grado más alto de civilización.
En Ecuador, las propuestas del movimiento indígena muestran dos ejes. En el plano económico, la redistribución del costo del ajuste para que recaiga claramente en las elites y en el campo socio-político una suerte de país de comunas rurales con autonomía y libres de extractivismo. Estas propuestas son demasiado radicales para que su aplicación tenga efectos positivos. Si bien es absolutamente acertado no cargar el peso del ajuste en los sectores populares y tiene que haber medidas recaudatorias, tampoco es posible asfixiar totalmente la inversión privada o extranjera como resultaría de la propuesta económica indígena. El país de las comunas autónomas ecológicas, a su vez, no podría financiar los bienes públicos que a largo plazo requiere una sociedad cada vez más urbana y de clase media. En todo caso, los indígenas, constituyendo el 7% de la población, no cuentan con el poder de negociación para imponer su agenda al gobierno. Si bien hubo cierta participación de urbano-marginales de la sierra en las protestas, no hubo una expresión de descontento generalizado como la marcha de un millón de personas en Santiago. Asimismo, los indígenas no cuentan con bloques de asambleístas dispuestos a hacer eco a sus propuestas. El correísmo es minoritario y sobre todo carece de legitimidad. Al menos que haya un nuevo paquete de medidas del gobierno que afecten a los urbano-marginales—lo que no luce imposible—y un nuevo levantamiento, lo que logrará el movimiento indígena es el mantenimiento del subsidio al diésel, que al parecer ya está acordado.
En fin, en Chile la explosión de las expectativas abre un momento de experimentación interesante, que podría llevar a la primera sociedad plenamente moderna en el sub-continente. En Ecuador y Argentina, en cambio, es el momento del ajuste inevitable y lo máximo que se puede lograr, sin desestabilizar totalmente la economía, es legitimarlo, haciéndolo más equitativo. La izquierda en Ecuador, sobre todo, tiene que pensar los requerimientos de una sociedad urbana y recientemente de clase media y generar un proyecto de centro-izquierda que pueda articular una serie de demandas urbanas no atendidas, sin olvidar que el ecologismo en Ecuador está ligado al plurinacionalismo. El Ecuador necesita que su izquierda se renueve.
Carlos Espinosa es profesor/investigador de Historia y Relaciones Internacionales en la USFQ.
Comentario equilibrado y realista. Felicitación