En estos días, Donald Trump presentó su plan para la resolución del histórico conflicto israelí-palestino, un plan que fue diseñado por su yerno Jared Kushner, esposo de Ivanka Trump. La propuesta es detallada y aborda casi todos los impasses existentes entre las dos partes, las cuales han estado enfrascadas en una disputa violenta por lo menos desde la creación de Israel en 1948. No obstante, se trata de una propuesta absolutamente sesgada a favor de Israel y en contra de los palestinos. Si bien alude a la posibilidad de un estado palestino, la implementación del plan, en realidad, enterraría de una vez por todas la solución dos Estados. La solución dos Estados, que ha sido una aspiración palestina y de la comunidad internacional por varias décadas, prevé la coexistencia pacífica entre dos Estados soberanos paralelos en el territorio correspondiente a Israel/Palestina.
Para muchos internacionalistas, el plan Trump nace muerto dado que ha sido inmediatamente rechazado por las autoridades palestinas y por ser tan desequilibrado que no puede servir como referente para una nueva ronda de negociaciones. Esa tesis es comprensible; la injusticia indigna y nos conduce a confundir nuestros ideales con el mundo tal como es. En la práctica, sin embargo, el plan Trump es altamente viable. No solo que reconoce realidades irreversibles en el terreno, sino que da cuenta de las alineaciones geopolíticas actuales en Medio Oriente, que favorecen a Israel. Es más, no requiere el consentimiento palestino porque es un acuerdo entre EEUU e Israel, que Israel puede implementar unilateralmente en el terreno.
Claramente, a Trump no le ha interesado actuar como un mediador imparcial que logra ganarse la confianza de ambas partes y satisfacer, en lo posible, las aspiraciones de cada cual. Su yerno, Jared Kushner es muy cercano a Israel, tanto así que, en una visita a EEUU en los años 90, Benjamín Netanyahu, el líder histórico de los halcones israelís y varias veces primer ministro, se hospedó en la casa de la pudiente familia Kushner. De hecho, el entonces adolescente Jared le cedió su cuarto. En la presentación del plan Trump, la semana pasada, Trump y el primer ministro israelí, Netanyahu tomaron turnos para alabar el plan. Trump, en su jerga de magnate de bien raíces resumió la propuesta como el “deal of the century”. Claro está, no hubo representantes palestinos presentes en la ceremonia. No obstante, sí estuvieron presentes diplomáticos de varias monarquías árabes y las que no estuvieron se mostraron receptivas al plan Trump.
El plan Trump claramente responde a las aspiraciones máximas israelís ante el conflicto. Llama a reconocer la soberanía israelí sobre los 150 asentamientos israelís en el territorio ocupado de Cisjordana y también sobre el valle del Jordán, fronterizo con Jordania. La anexión israelí de los asentamientos significaría que un futuro estado palestino se tendría que contentar no solo con un territorio mermado, sino fragmentado en cantones no-contiguos. Con la anexión del valle del río Jordán, a su vez, Israel privaría a un futuro estado Palestino de su granero natural y de la frontera internacional que debería tener con Jordania. Es cierto que los palestinos recibirían, de acuerdo con el plan, un territorio en el desolado desierto del Negev, ubicado al sur de Gaza, pero se trata de un territorio sin valor económico o simbólico. Adicionalmente, el plan Trump asigna la totalidad de Jerusalén a Israel, incluyendo la ciudad antigua y Jerusalén del este que tiene mayoría palestina. En los temas de refugiados y el acceso judío a la totalidad del sagrado Templo del Monte en Jerusalén, Israel también sale ganando. El plan bloquea el retorno de los refugiados palestinos que habitan en terceros países y permitiría a los judíos rezar en la explanada de la Mezquita Al-Aksa, que los musulmanes, bien o mal, reclaman como exclusiva para el Islam.
En otras palabras, el plan torna imposible la solución dos estados, ya que, en caso de establecerse, el nuevo estado palestino estaría muy lejos de ser un verdadero Estado. Esto no sorprende a quienes hemos visitado la zona de conflicto. Quien recorre Cisjordania se dará cuenta inmediatamente que los hechos en el terreno desde hace años han socavado cualquier posibilidad de la creación de un Estado palestino. Las decenas de asentamientos, la red de carreteras para uso exclusivo de los colonos, los barrios israelís en Jerusalén del Este, y la infraestructura militar israelí en una gran parte de Cisjordania, exhiben una solidez que los torna irreversibles. A esto, se suma el hecho de que la Autoridad Palestina, el supuesto núcleo de un futuro Estado palestino, ha sido básicamente un instrumento de los aparatos de seguridad israelís. Desmontar tan arraigada presencia israelí, es, en vista del diferencial de poder que existe entre las partes, una cruel ilusión. El plan Trump es simplemente una formalización de una realidad subyacente, y además tiene apoyos internacionales de actores clave.
En el contexto de la post-Segunda Guerra Mundial existía un consenso en el mundo árabe de que Israel era un enclave foráneo y hostil en Medio Oriente. Aunque divididos ideológicamente en la Guerra Fría, la liberación de Palestina y luego la solución dos estados constituyeron objetivos primordiales de los Estados árabes. En la actualidad, la rivalidad árabe/iraní ha alterado el paisaje geopolítico en Medio Oriente. Esta rivalidad generalizada tiene mucho más peso estratégico que la suerte de los palestinos en una pequeña parte de Medio Oriente. Además, la rivalidad iraní/árabe ha empujado a casi todos los estados árabes hacia una estrecha alianza tanto con Estados Unidos, como con Israel. Los palestinos básicamente ya no tienen aliados árabes y si bien cuentan con el apoyo de Turquía y de Irán, el apoyo árabe, desde Egipto a Qatar, es materialmente y simbólicamente clave. Así Israel no enfrentará mayor resistencia internacional en la implementación del plan Trump.
¿Qué debe hacer la diplomacia ecuatoriana en este contexto? El Ecuador votó a favor de la creación de Israel en 1948. No obstante, en medio de la ideología Tercer Mundista y la formación de la OPEC, en los años 70, Ecuador adoptó una posición pro-palestina de apoyo a la solución dos estados. No obstante, la transformación de Israel en un modelo de emprendimiento en alta tecnología (the Start Up Nation) ha elevado recientemente los beneficios de cooperar con Israel y alejarse de la causa palestina. Esto ha provocado un divorcio en el caso de Ecuador y muchos países latinoamericanos entre la política de fantasía en el seno de la ONU, donde los estados actúan de acuerdo a sus convicciones, y las relaciones bilaterales en que priman los intereses reales. El Ecuador sólo tiene una opción: apoyar a Palestina retóricamente y profundizar su relación con Israel en la vida real.
Carlos Espinosa es profesor/investigador de Historia y Relaciones Internacionales en la USFQ.
Que pena que todas las decisiones políticas se toman por conveniencia y no por principios
Que interesante analisis!! Y su lectura me ha servido para aclarar muchas dudas que tenia sobre este tema.Por eso soy fan de 4Pelagatos.
Mis respetos para 4Pelagatos.
O sea, ¡¡¡seamos mentirosos!!!
Estimado Carlos, lamentó por mi opinión pero creo que es la más firme en criterio.
Usted insinúa que Ecuador apoye a los dos países en el mismo nivel, aún sabiendo el grado de discordia entre aquellos?.
Dejemos de ser chupa medias de nadie, aprendamos a ser más honrados, caballeros y humanos.
Su criterio incita a Ecuador a seguir mendigando, a que nos sigan mirando como tercer mundistas.
Ecuador debe dejar de ser la puta de la fiesta, quien se revuelva por la mejor propina.