/

¿Por qué el autoengaño es un deporte nacional?

lectura de 4 minutos

Ecuador luce desolado. Sin ilusión. No hay un proyecto, una idea que movilice a los ciudadanos. No hay un iniciativa gubernamental susceptible de dar la vuelta a la tortilla. Ecuador está parqueado. Con un bajón de ánimo inocultable, agravado desde octubre pasado. Con un vacío que pide ser llenado. Con un bloqueo social y político que parece inagotable, producto de muchas causas pero, esencialmente, de la irracionalidad y de la ausencia de liderazgo.

¿Por qué el país vuelve sin antídoto a esta situación que ya padeció? No hay que tener PhD en sociología o historia para reconocer síntomas detectables, por ejemplo, a finales de los años noventa y que se extendieron hasta la llegada al poder de Rafael Correa. Las explicaciones de carácter económico ayudan, pero no bastan para entender lo que ocurre en el país. Hay características más profundas que el periodismo solo puede señalar.

Una: la propensión que tiene el país a no decirse la verdad. La sociedad política y los ciudadanos cultivan ese desdichado placer que consiste en dar la espalda al principio de realidad. El país funciona sin que sus ciudadanos compartan un mínimo denominador común de lo que les afecta. Su relación con la realidad (que se podría expresar en cifras) es inverosímil y totalmente antojadiza. Ocurre lo mismo sobre la idea que el ecuatoriano promedio se hace de lo que es y representa el país en el mundo. Priman los sentimientos, cuando no el nacionalismo barato, por encima de la realidad económica y geopolítica. Algo igual pasa con la actitud que asume la opinión con el comercio exterior, la necesidad de abrir mercados y lo que cuesta lograrlo. Y conservarlos. Rafael Correa y los suyos atentaron, con los ojos abiertos, contra el primer socio comercial del país, Estados Unidos, sin encontrar la resistencia ciudadana que el sentido común imponía.

No decirse la verdad equivale a cultivar un pacto consciente para vivir auto engañados. La verdad no gusta; luego es impopular. El resultado es devastador: el gobierno evita decir la verdad. La oposición lo imita porque cree que su papel es vender ilusiones. La Academia en general no está enfocada en las coyunturas. La gran prensa está ocupada recogiendo los discursos del poder y cumpliendo a rajatabla con la herencia correísta que obligaba a contrastarlos.

Decir la verdad (de las cifras, de los márgenes reales que tiene el país, de las tareas que tiene por delante…) dejaría en buena parte sin piso a los populistas. Y a esa marea de políticos que, mintiendo, proponen soluciones falaces para justificar que en un país de 17 millones de personas quepan casi 300 partidos y movimientos políticos.

Decir la verdad pondría, en buena medida, fuera de juego la letanía de diagnósticos y obligaría al país -con datos reales- a enfocarse en las soluciones y a buscar los acuerdos necesarios para llevarlas a cabo.

Decir la verdad obligaría al país a mirarse en el espejo y evitar que siga huyendo hacia delante. Decir la verdad impediría tener un gobierno, como el actual, que da vueltas en la misma baldosa esperando que se agote su tiempo mientras acomoda las cargas para dejarlas al próximo gobierno.

Decir la verdad redundaría en incrementar la voluntad de cambiar la realidad en vez de seguir construyendo relatos y ficciones que lo único que hacen es prolongar, para el país, el tiempo perdido.

Pocos, muy pocos analistas, académicos, periodistas, uno que otro observatorio dicen la verdad al país. Tan pocos que no conforman una masa crítica suficiente para socavar la capacidad de disimulo que la sociedad ha fabricado con resultados nada halagüeños. Ecuador se miente, cultiva una profunda auto indulgencia y es voluntariosamente ajeno al sentido común.

Mientras los gobiernos, los políticos, la academia, el periodismo, para empezar, no digan la verdad y no se digan la verdad; mientras no hagan un pacto para respetar los datos de la realidad como base de la reflexión y de la acción, Ecuador cabrá, de pies a cabeza, en la parábola de José Saramago en La Ceguera.

Foto: Pexels 

26 Comments

  1. Si el país va donde vaya la Universidad, entonces es fácil decirlo: en el fondo del barranco.

Comments are closed.