En las calles de nuestras ciudades y en las carreteras rurales, un fenómeno comienza a ser bastante común: la proliferación de perros que deambulan como consecuencia, en su mayoría, del abandono de sus dueños que los dejan a su suerte sin importar edad ni raza.
Los hay de todos tamaños. Algunos vagan en grupo, especialmente aquellos que han sido dejados en parques que se están convirtiendo en verdaderos botaderos a donde van a parar las mascotas no deseadas. Otros perecen en las calles víctimas del pánico y la desorientación. Muy pocos tienen la suerte de ser recogidos o adoptados por fundaciones que no se dan abasto cuidándolos y dependen de la caridad pública para continuar con su trabajo voluntario.
Según estadísticas provenientes de estudios académicos del 2018, se estima que existe un perro por cada 22 habitantes en la zona urbana de Quito y 18 por cada ciudadano en el área rural. Se señala que hay 122.280 perros callejizados solo en Quito para ese mismo año.
A pesar de que los municipios son los encargados de vigilar, controlar y luchar contra este fenómeno, y han tomado acciones en ese sentido, los esfuerzos no logran dar resultados efectivos que aminoren la población de mascotas abandonadas. Los pocos recursos con los que cuentan resultan exiguos al momento de atender con efectividad el problema.
Bajo el riesgo de ser juzgados por forzar la reflexión, la magnitud de la situación nos obliga a hablar del problema a fin de colocar sobre la mesa este debate que tiene que ver con la responsabilidad que los ciudadanos tenemos sobre el manejo de la fauna urbana y nuestras mascotas. Tener un animal en casa reviste un compromiso a largo plazo con la sociedad en general, y así debe ser vista la tenencia responsable de animales de compañía.
Es difícil pensar en soluciones cien por ciento efectivas para enfrentar este problema. Su origen descansa no solo soluciones técnicas como la esterilización masiva de las mascotas, callejizadas o no, sino que depende de la concientización por parte de los ciudadanos frente al abandono de mascotas. Aquí entran elementos culturales, económicos y sin lugar a duda tiene que ver con el grado de empatía y el respeto que todos debemos a la naturaleza y a sus seres vivos.
Si bien existen organizaciones de rescate y protección animal, los refugios para mascotas abandonadas tampoco son la solución, pues las personas empiezan a verlos como la opción para dejarlas allí. Por otro lado, los criaderos se han convertido en verdaderos centros de tortura, en donde los animales permanecen hacinados en condiciones precarias so pretexto del negocio y cuando cumplen su ciclo biológico son abandonados a su suerte.
Para erradicar este fenómeno, es preciso que se cumpla lo que dispone el marco legal puesto que la normativa contempla sanciones para quienes maltraten a los animales en su más amplio sentido: los artículo 585 y 139 del Código Orgánico del Ambiente justamente habla de eso. El problema radica, como siempre, en cómo se operativizan las leyes, cómo se superan los cuellos de botella administrativos y los pocos recursos para hacer cumplir la ley.
También se podrían tomar acciones como el fortalecimiento de la estructura técnica municipal, dotándola con recursos para que pueda tomar medidas de acción inmediata y trabajar paralelamente en programas formales de sensibilización ciudadana. Y generar, además, capacidades para iniciar acciones legales en casos de maltrato y muerte de mascotas, según lo establece el COIP en su art. 249.
Si bien los ciudadanos podemos intentar sugerir soluciones para mitigar este fenómeno, es bueno que veamos el problema desde un punto de vista más humano, entendiendo que los animales que tenemos como mascotas, a más de seres vivos, son parte del ecosistema urbano y un componente social y familiar. Por lo tanto, asumamos nuestra responsabilidad con ellos, porque las sociedades que maltratan a los animales se asemejan más a la barbarie que a la civilización.
Ruth Hidalgo es directora de Participación Ciudadana y decana de la Escuela de Ciencias Internacionales de la UDLA.
En el lugar en donde vivo, hay manadas de perros que deambulan famelicos y hambrientos, abandonados por sus dueños,los dueños de las casas y veredas les hechan agua, para que se retiren, y va en aumento el numero de estos canes, ¿ la solucion es la esterilizacion obligatoria por parte de los dueños, con un chip incorporado para saber a quien pertenece?, porque ya son una plaga.
Vivo en una lotización muy cercana a un pequeño pueblecito de Pichincha , el cual (y no exagero) tiene bastantes mas famélicos perros (sin dueño) que habitantes circulando por su única calle.Los que por allí pasamos en algún vehículo hemos desarrollado capacidades especiales para evitar atropellarlos ,asunto que involuntariamente puede ocurrir. Además y muy importante , la pequeña zona está llena de las deyecciones de los animalitos que son un peligro para la misma población.
RUTH
Que bien abordado este desesperante asunto, que para muchos pasa desapercibido.Si concebimos que los animales tienen derechos;la defensoría del pueblo debería plantear acciones de protección contra los alcaldes para la tutela de esos canidos.La indolencia y miopia de quienes administran las alcaldías del país,deplorablemente nos mantiene como atónitos e impotentes testigos en los corredores de la muerte en donde deambulan esos nobles seres abandonados