Desde el inicio de la crisis sanitaria se ha escuchado toda clase de profecías sobre lo que va a cambiar. Estas predicciones son, en gran parte, producto de la presión y la incertidumbre, pero posiblemente, viendo en retrospectiva otras crisis sanitarias de igual o mayor magnitud, son una respuesta nerviosa con la que tendremos que lidiar de manera racional. Lo más probable es que nos recuperemos del golpe y sigamos adelante como lo hicimos a inicios del XX cuando la influenza mató casi 50 millones de personas. Superaremos el trauma, las mascarillas desaparecerán con el tiempo y volveremos a abrazarnos y demostrarnos afecto en la calle.
Lo que no se está queriendo decir y que, en cambio, sí merece atención es quién se prefigura como el ganador absoluto de la crisis sanitaria: el Estado. Por el Estado no me refiero al gobierno de turno sino a la institución y el concepto creados para ayudarnos a vivir en sociedad, sus funciones específicas, y, sobre todo, su alcance.
Con la justificación de precautelar la paz, la soberanía, la seguridad, y ahora la salud, los Estados del mundo han venido ganando terreno en los últimos cien años de manera vertiginosa. Desde controles de pasaporte cada vez más estrictos hasta la revisión de redes sociales de las personas, los Estados y sus servicios de inteligencia nos han dejado saber que nuestra libertad de movilidad, pensamiento y acción son limitados y constantemente vigilados. Esto no es porque seamos criminales sino para protegernos de ellos. La crisis sanitaria del COVID aumenta la injerencia del Estado en las vidas de los individuos. Las mediciones de temperatura en lugares públicos, la trazabilidad de movimientos y circulación y los confinamientos domésticos prolongados, son solo los primeros síntomas de un orden estatizado renovado y fortalecido. Todo con nuestra anuencia y agradecimiento público.
Si esto es grave para el mundo en general, es peor aún para un país como el Ecuador, en donde la idea del Estado, su rol en la sociedad, sus funciones específicas, sus instituciones y su alcance, son particularmente perversas. Vivimos dominados por la ilusión de que el Estado ecuatoriano es una realidad, un algo tangible e inmutable con una historia, unas fronteras, unas funciones, y unos presupuestos que deben mantenerse, respetarse y obtenerse so pena de que colapse nuestra sociedad. Vivimos bajo la ilusión de que nuestros derechos, nuestra capacidad de vivir, ejercer, y determinarnos, emanan de este Estado real y palpable. Nuestra economía, históricamente extractiva, ha dependido del Estado palpable y real del cual dependemos como abejas del panal. Incas, españoles, republicanos afrancesados, socialistas trasnochados y neoliberales, todos nos han vendido la idea de que nuestra economía, no se diga nuestros derechos y vida emanan del Estado.
Olvidándonos por un minuto de la perversa herencia de los órdenes sociales y económicos heredados del Incario y la Colonia, debemos preguntarnos ¿qué hemos hecho desde 1822 hasta el presente? Seguimos viviendo de la extracción y la explotación: agrícola, petrolera, minera. Castigamos al emprendedor, al innovador, al independiente. Lo hacemos responsable por cargar con nuestro bagaje histórico burocrático, estatal. La única diferencia entre el presente y el pasado hispano-inca es que ahora los individuos enriquecemos al Estado Ecuatoriano y ya no al Cuzco o a la Monarquía Católica. Este exige más y más de nosotros para atender sus necesidades, pero ahora presentándolas no como las obligaciones de súbditos obedientes sino como si fueran nuestras propias. ¿Gracias? Más perverso aún, este Estado que supuestamente obtiene su legitimidad del pueblo por quien supuestamente debe trabajar, cada vez que se encuentra en un atolladero le devuelve la responsabilidad al pueblo y le exige mayores sacrificios y contribuciones. ¿No es acaso la gran justificación del Estado precisamente lo contrario, léase, resolver las imperfecciones del sector privado?
Si hiciéramos un reseteo de nuestra mente nos daríamos cuenta de que esta estructura de pensamiento es una falacia. El Estado, no solo el nuestro sino el de cualquier país, es una ficción acordada para poder funcionar en sociedad. Este funciona mejor o peor en tanto más o menos claro tengamos este hecho y mientras más claro tengamos que somos nosotros, los individuos, de quienes vive el Estado. Por lo tanto, es a nosotros a quienes nos corresponde el derecho de limitar y vigilar las funciones del Estado y no al revés. Nuestros derechos, nuestra capacidad de vivir, ejercer y determinarnos, nacen de nuestra condición inalienable y soberana de seres humanos, de individuos. No debemos dejar que quienes viven de perpetuar la ficción de que el estado nos da derechos nos convenzan de ello. El poder del Estado emana de las personas y no los derechos de las personas del Estado.
El verdadero enemigo de nuestra sociedad no es el virus microscópico sino aquellas personas que se comportan como virus, alterando nuestro comportamiento social para convencernos que vivimos de del Estado cuando el Estado vive de nosotros. Peores aún quienes utilizan el miedo al virus, a la enfermedad, a la muerte, quienes capitalizan de nuestra humanidad y el amor por nuestros seres queridos para obtener más poder para sí mismos.
Debemos reconsiderar las bases fundamentales de nuestras instituciones: cómo nos gobernamos y cómo se ejerce el gobierno, cómo entendemos nuestra relación económica con esta ficción, cómo nos vemos los unos a los otros. Somos individuos soberanos quienes merecemos respeto por nuestra pura condición humana o somos objetos de uso y abuso, colectivos sin padre, madre o nombre. Hoy, en un momento de crisis global, es imperativo tener presente que el Estado, la economía y la sociedad emanan de cada uno nosotros.
Jorge Gómez Tejada es Director de Estrategia, Desarrollo Universitario de la USFQ.
El verdadero enemigo es el virus, no se en que planeta este individuo vive, pero aquí en la tierra el virus a matado millones de personas. No es una ficción, es una realidad. Los derechos constitucionales se han pausado temporalmente debido al estado de emergencia.
Increíblemente personas con esta mentalidad siguen instigando las medidas que con buena fe los GOBIERNOS EN TODO EL MUNDO han implementado.
Verdaderamente nosotros no vivimos del Estado, el estado vive de nosotros, y es así ahora en la emergencia sanitaria vemos la realidad del país, como siguen creando más impuestos, recortes de presupuesto, y aún así no basta tener un equilibrio como país por malos gobernantes que sólo abusan y se aprovechan del poder.
Debemos reconsiderar las bases fundamentales de nuestras instituciones: cómo nos gobernamos y cómo se ejerce el gobierno, cómo entendemos nuestra relación económica con esta ficción, cómo nos vemos los unos a los otros. Somos individuos soberanos quienes merecemos respeto por nuestra pura condición humana o somos objetos de uso y abuso, colectivos sin padre, madre o nombre. Hoy, en un momento de crisis global, es imperativo tener presente que el Estado, la economía y la sociedad emanan de cada uno nosotros.
En el Ecuador en toda su historia paso por muchos malos momentos crisis pero esta es la más fuerte que ha pasado y a pesar de eso el Ecuador es un país de lucha junto con el pueblo que han logrado muchos avances, lastimosamente en una pandemia donde el rico quiere hacerse más rico dejando la buena voluntad y solidaridad el Estado como actor principal, cometiendo varias acciones negativas como comprar cosas con sobreprecios y se acusan unos a otros para evitar asumir la responsabilidad de sus acciones hoy en día nos damos cuenta de la realidad y es que cada quien ve por si y hay un porcentaje muy pequeño de la población que le importa alguien más que ellos esperemos que pronto pase esto y las personas se apoyen mutuamente y sean conscientes de la situación no solo del país sino del mundo entero.
El poder del Estado emana de las personas y no los derechos de las personas del Estado.
en el presente es que enriquecemos al Estado quien exige más y más de nosotros para atender sus necesidades presentandolas como si fueran nuestras es por eso que nuestra sociedad debe cambiar ya que esta ficción de Estado no garantiza una vida digna mientras que es todo lo contrario. En lugar de que el estado nos sirva el pueblo esta manteniendo al estado y bajo cualquier método busca seguir sacando dinero de los Ecuatorianos.
Ecuador fue uno de los países más golpeados durante las primeras semanas de propagación del coronavirus en América Latina y organismos internacionales sostienen que será uno de los que más duras consecuencias económicas sufrirá a causa de la pandemia.
El mismo presidente Lenín Moreno reconoció que la enfermedad covid-19 “golpeó en un momento crítico, luego de una durísima, muy dura crisis económica” y por ello anunció el fin de semana un nuevo paquete de medidas para mantenerse a flote.
Entre ellas se encuentra la creación de la llamada Cuenta Nacional de Emergencia Humanitaria con el objetivo garantizar alimentos, salud y evitar la ola de quiebras de los negocios locales.