El veto total del Código de la Salud ha provocado un debate que ha sobrepasado, especialmente en redes sociales, límites de agresividad.
Las posiciones a favor y en contra se manifiestan con tal dureza que, en este tiempo electoral, ponen gasolina a una tensión que va en crecimiento. Hoy tenemos la sociedad polarizada en torno a un tema que, si bien tiene que ser debatido ampliamente por su complejidad y delicado tratamiento, no debería invisibilizar otros debates de fondo.
Se dice que la democracia contemporánea tiende a ser un sistema de valores; siendo así, entonces hay que recordar que el concepto de pluralidad es importante. Se espera que se practique también la tolerancia, el respeto hacia el otro, y por qué no, la compasión, ante las circunstancias que viven los demás, especialmente aquellas desgracias que desde el privilegio no se alcanzan a entender.
El debate sobre el Código de la Salud y su contenido, está sacando lo peor de actores políticos, ciudadanos, académicos, estudiantes, jóvenes y viejos. Lo peor de todos, porque nos hemos enfrascado en una lucha de posiciones extremas, muchas de ellas sin sustento más allá de los epítetos descalificadores y crueles contra unos y otros.
Ante esa realidad se hace necesario llamar a una tregua, a un alto al extremismo. Y en ese esfuerzo vale la pena invocar la memoria de pensadores insignes que nos dieron lecciones de tolerancia ciudadana, individual y democrática.
Invocar entonces a Hannah Arendt se vuelve obligatorio. Esta filósofa y teórica política judía fue catalogada como una de las personalidades más influyentes del siglo veinte por su acérrima defensa del concepto de «pluralismo» en el ámbito político. Su tesis se basaba en que solamente el respeto al pensamiento distinto y el pluralismo, daría paso a desarrollar en las sociedades el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas.
Arendt resaltaba que para no perder perspectiva de cómo llegar a solucionar los grandes y complejos problemas sociales, se debe pensar en la inclusión del otro; llegar a acuerdos políticos, generar convenios y leyes que sanen enfermedades sistémicas. Además, en su obra maestra subtitulada “Sobre la banalidad del mal”, hace hincapié en la responsabilidad que cada ciudadano tiene en la realidad social.
Parece que los conceptos de esta filósofa están más vigentes que nunca y a la luz de los debates librados en torno a temas polémicos, hay que traer a Arendt de vuelta.
Entonces, retomando sus consejos, dejemos de mirar al que piensa y actúa diferente como el enemigo: veámoslo como el otro. Si lo asumimos así, las ideas diferentes y demandas en el entorno democrático dejarán de verse profanas y empezarán a ser escuchadas, aunque no necesariamente compartidas.
En la cadena de actos atroces como la violación y el embarazo en niñas, hay una responsabilidad colectiva pero también individual que responde a males sistémicos que están en la sociedad y que no pueden ni deben ser analizados o juzgados desde el dogma ni la religión.
Si nos llenamos la boca y sofocamos las redes sociales diciendo que queremos más democracia, entendamos que si no nos esforzamos por ser más humanos, solidarios e incluyentes, cada día perderemos la esencia de esa democracia que preconizamos.
Hans Kelsen decía, con acierto, que los derechos valen lo que valen las garantías. Lo que quería decir es que si las democracias no tienen un buen sistema de protección de los derechos, el Estado puede tambalear. Entonces, ¿no será bueno debatir con seriedad y sin dogmas sobre cómo garantizamos los derechos de las mujeres, especialmente de aquellas a las que ya mancillaron los suyos?
El veto del Código de la Salud ha prendido un debate que promete quedarse entre nosotros y si lo tomamos como se debe, puede ser para bien. Mientras tanto, conviene a los ciudadanos comprometernos con un debate desde el humanismo, desde la solidaridad y desde la compasión con las realidades lacerantes que hay que cambiar. Bajar los puños y abrir los brazos. Ese debate diferente, laico y sin dogmas se lo debemos a nuestras mujeres. ¿Estamos listos para leer a Hanna Arendt?
Ruth Hidalgo es directora de Participación Ciudadana y decana de la Escuela de Ciencias Internacionales de la UDLA.
Sin duda, es urgente leer a Hannah Arendt. Durante las épocas más oscuras del correísmo recordaba su definición de la democracia como el sistema que garantiza el “derecho a tener derechos”. En la tradición del clientelismo político que nos caracteriza, los derechos son una dádiva, una concesión graciosa, que igual se quitan como se otorgan. La debatida noción arendtiana de “totalitarismo”, que en primer abordaje parecería no tener pertinencia entre nosotros, abre sin embargo una via promisoria para entender que, librado a su voluntad, el correísmo iba camino a constituirse en un régimen totalitario, como el de los Castro, Ortega, Maduro y cia. Apoyados en Hannah Arendt quizá pudiéramos explicar lo que vivimos bajo la dictadura de Correa como una suerte de (neo)fascismo con camisas “étnicas”.