Al fin Leonidas Iza y Jaime Vargas encuentran la forma de restituir la identidad original: derribar la estatua de Isabel La Católica que se encuentra en Quito. Ese acto, en el cual se empeñaron sin éxito el 12 de octubre, retrata el mito, entretenido y aceitado por ellos, de una raza pura, sometida, lastimada y corrompida por los conquistadores. Una raza que aún hoy, más de 500 años después, debe desconocer esa historia, devolver los relojes, cobrar a sus victimarios y asumirse escribiendo de nuevo las páginas aciagas dictadas por el colonizador. Una forma simbólica es tumbar estatuas. O agredirlas.
Iza y Vargas resucitan, sin saberlo, el libro del académico y diplomático venezolano, Carlos Rangel “Del buen salvaje al buen revolucionario”. Escrito en 1976, ese texto desnudó la coartada inventada por caudillos y populistas de todo pelambre ideológico para justificar el atraso del continente: el recurso al síndrome del chivo expiatorio. Se trata de echar la culpa a alguien. Y de mutar el relato de irresponsable o incapaz a víctima. Así, el buen salvaje se transforma en buen revolucionario: la revolución se vuelve imprescindible para liberarse del opresor y reponer la identidad perdida. Que Carlos Rangel siga teniendo la razón medio siglo después prueba que desentrañó mitos atávicos de caudillos, como Iza y Vargas, que repiten neciamente como si los estuvieran inventando.
Por eso Iza y sus amigos mariateguistas hablan de la decadencia de Occidente. Porque, al hacerlo, comparan los aspectos más censurables del capitalismo con los mitos de una raza y de los sectores pobres que ellos creen inmaculados. Ellos son, entonces, los líderes paradigmáticos de una raza original o vanguardia histórica pura que, además, es víctima. Víctima desde hace siglos.
Su capa de teflón es doble. Raza original y víctima: los mestizos procesan ese estatus con mala conciencia. Si son pobres y víctimas todo está justificado. De igual manera proceden los progresistas en Europa y en Estados Unidos. Allá y aquí se ha creado un verdadero racismo que consiste, curiosamente, en convertir a los indígenas y a sus dirigentes en ciudadanos o políticos de segunda categoría. Los demócratas, incluso los más convencidos, no los ven como interlocutores que merecen atención y respeto. No los tratan como a los otros ciudadanos y a los otros políticos. No saben qué hacer ante el discurso de la victimización.
El resultado es esquizofrénico y se traduce en actitudes de conmiseración o condescendencia. En el universo de lo políticamente correcto, luce impropio cargar las tintas contra dirigentes como Iza y Vargas. Quien lo haga puede granjearse por parte de ellos el epíteto de racista. Pocas personas aceptarán, en todo caso, que ese paternalismo racista encubre una mirada, instalada y compartida, que convierte a los indígenas y a sus dirigentes en ciudadanos de segunda zona.
Todo esto incide en el pasaporte que creen detentar Leonidas Iza y Jaime Vargas para violar la ley, como lo hicieron en octubre pasado sin que, hasta ahora, respondan ante la Justicia. Muchos delitos fueron públicos: secuestros de policías, militares y periodistas, ataques a la propiedad privada, a ambulancias, quema de UPC, destrucción del patrimonio quiteño, llamado a desconocer al presidente de la República… Otros fueron confesados en directo: mandar a cerrar las llaves de la producción petrolera. El atentado contra la estatua también fue filmado… Pero nada pasa.
Se dirá que no los han llamado a rendir cuentas porque las comunidades pueden volver a Quito en actitud hostil. La única realidad es que hasta ahora hay total impunidad. Y ese es el mejor estímulo para que todos aquellos, indígenas o no, que quieran violar la ley, lo hagan sin pestañear.
Leonidas Iza y Jaime Vargas viven en el mejor de los mundos: hacen lo que quieren. Creen que ellos representan lo mejor de una raza pura. Creen que tumbando estatuas rehacen la historia. Y no rinden cuentas: son víctimas.
Foto: TC TV.
Buenos días señor Hernández, es mi primer contacto con usted, espero en el futuro poder aportar con un comentario. Mi primera inquietud es, podemos saber cuál es el patrimonio de los principales dirigentes indígenas, y sus parientes?
Mi pensamiento respecto a este articulo esta divido, ya que debemos ser consientes que muchos de los actos considerados vandálicos son representación de una lucha de años en la que el pueblo esta cansado de que se siga adorando o siendo fiel a quienes un día robaron toda nuestra cultura, imponiendo la suya de manera sangrienta; sin embargo, nada justifica el hecho de querer ser intocables ante la justicia que necesita ser igual para todos.
Necesitamos ser un poco mas abiertos de mente respecto a los actos que cometen ellos por que no son nada alado de lo que ellos han sufrido inclusive a mano de los propios compatriotas como son la explotación de sus tierras en busca de minerales, petróleo, etc. Nuestro pensamiento sigue siendo individualista y muchas veces queremos proteger a las grandes elites en vez de apoyar a quienes realmente lo necesitan y luchan por nosotros a capa y espada.
Edison, es sencillo: destruir bienes y atentar contra las personas no sirve ninguna causa. ?Hay que ser abierto de mente para tolerar violencia y destrucción? Eso se llama ser cómplice.
No hay que olvidar el pasado, ni todas las consecuencias que trajo consigo la colonización. No obstante, no representa justificativo alguno para que cientos de años más tarde, supuestos líderes sociales realicen actos de tipo vandálico y que además, tras ello traten de victimizarse con la finalidad de evadir cargos y responsabilidades a los que están plenamente llamados a cumplir ante la justicia debido a la violación de la ley a través de la ejecución de diversos delitos públicos.
Sin duda alguna, todos los ciudadanos merecemos respeto y por ende, ser tratados sin preferencia alguna; menos aún cuando en pleno siglo XXI continúan perpetuándose actos de éste tipo.
Muy buen artículo, Vargas e Iza se creen inmunes, estos son los responsables de tanto vandalismo que se vivio en las protestas, y con estos ultimos actos desarrollados a la estatua de Isabel La Católica deben ser llamado a juicio, sin temor a un nuevo levantamiento indigena; como lideres de su comunidad deden responder por todos los actos cometidos.