Steven Levitsky y Daniel Ziblatt publicaron en 2018 un libro clave para entender los avances autoritarios de los últimos años, incluso en aquellos países dónde se consideraba que existían democracias plenamente consolidadas. Su nombre “Cómo mueren las democracias” y la edición en español fue editada por Ariel.
La conclusión no puede ser más inquietante: actualmente, las democracias mueren democráticamente.
¿Qué hace falta? El hallazgo de los profesores Levitsky y Ziblatt es que existe un patrón o un modelo en los procesos de destrucción de las democracias. Lo establecen mediante el estudio de varios casos de líderes autoritarios en todas las regiones del mundo que llegan al poder democráticamente pero una vez allí, destruyen sistemáticamente las instituciones para acumular poder mientras crecen los apetitos por eternizarse. Se puede citar los casos de Duterte en Filipinas, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil, Orban en Hungría, entre muchos otros.
En América Latina soportamos tres dictaduras abiertas: Cuba, Nicaragua y Venezuela. Triste récord para un Continente que se preciaba de haberse democratizado entre los 80 y 90 y dónde se creía que la dictadura cubana (“la última dictadura”) era un pintoresca curiosidad de la guerra fría, a la cual se le podía integrar al club de democracias sin ningún peligro. Gravísimo error, por supuesto.
Cruzamos hacia el final de este pandémico 2020 y en América Latina estamos al filo de la cornisa: podemos abrir la ventana y regresar a la habitación para tratar de olvidar el mal momento para las democracias o saltar al vacío y qué todo se vaya para el carajo.
Uno de los puntos cruciales en la vía autoritaria es la forma en que se generan los líderes de este signo. Es decir, ese momento justo, en el cual, el aspirante a dictador pasa de ser una figura excéntrica, al margen, casi una caricatura, a convertirse en una opción creíble y válida de poder. Muchas veces ese ascenso es muy rápido y agresivo. Otras veces se trata de figuras que ya están dentro del sistema, pero que por alguna razón dan un vuelco de 180 grados. Pero siempre hay un factor de cierta complicidad, de pactos y acuerdos bajo cuerda con aquellos actores que deberían cumplir el papel de guardianes de la democracia y que terminan legitimando a los autoritarios.
El mejor ejemplo lo vivimos en carne propia, en el Ecuador. El relato que se ha construido es que la deriva autoritaria de Rafael Correa fue fruto de su indomable carácter autoritario, su simpatía por los modelos del siglo XXI, la influencia de actores extranjeros, etc. Y, por supuesto, algo de eso hubo. Sin embargo, si reconstruimos la historia de forma desapasionada encontraremos que hubo actores políticos de todo signo y de todo tipo dispuestos a legitimar todo y especialmente actos que, en perspectiva, hoy nos deberían horrorizar: el asalto institucional al Congreso, al Consejo Nacional Electoral, a la Corte Constitucional. Los garrotazos a los legisladores de oposición, el cerco al edificio dónde sesiona el Congreso, la compra de diputados suplentes…
Todo pasó ante nuestros ojos y bajo las cámaras de televisión. Y todo fue avalado por líderes y partidos que después se rasgaban las vestiduras ante las actitudes prepotentes y autoritarias del Caudillo. Y no fue todo. La Asamblea Constituyente terminó con la arbitraria destitución de su Presidente (que permaneció mudo ante el autoritarismo varios años), la modificación de los textos constitucionales aprobados, la descarada intervención de los consultores españoles que ahora trabajan para Podemos, en fin. La destrucción de la democracia en el Ecuador bien podría ser considerada un modelo, hablando irónicamente, por supuesto.
En ese sentido, nos alegramos profundamente que los chilenos se den la oportunidad de construir un marco constitucional más democrática que aquello elaborada bajo la sombra del final de la dictadura de Pinochet. Es importante, también, cerrar el ciclo de la transición y avanzar a una democracia plena y madura. Pero, los demócratas, tanto de izquierda como de derecha, deben estar atentos para no legitimar a los autoritarios y menos sus tesis. Cabe recordar que el populismo es una tentación perpetua para los políticos latinoamericanos.
En cuanto al Ecuador, sería un error pensar que bastó la ruptura de los camaradas para que durante el gobierno de Lenin Moreno se haya recuperado la democracia. En realidad, con instituciones que no tienen ni el 5% de credibilidad ni de simpatía, es claro que la mesa está servida (ahora sí) para el retorno de los autoritarios.
Y en este punto, en cambio, las élites políticas ecuatorianas deberían mirar con mayor atención y examinar con más detalle el retorno del MAS en Bolivia o del Kirchenirismo en Argentina. Si se mira el grano fino de estas fotografías se verá que hay demasiadas cosas que se dieron por sentadas, muchas omisiones y poca lectura del estado de ánimo de cada país.
César Ricaurte es periodista y director de Fundamedios.
Sería catastrófico para el Ecuador, luego de recuperar en algo la Democracia en el Gobierno del Lcdo. Lenin Moreno, que el Pueblo desmemoriado vuelva a elegir a los de la década robada, éso es lo que quieren, regresar para echar todo al traste, y que quede todo en la impunidad, por éso, el Pueblo Ecuatoriano debe votar a conciencia en las próximas elecciones.
En Ecuador existe un nivel extremadamente bajo de educación, el punto fuerte para que el populismo haga lo propio.
El mayor peligro es que las simpatías personales impiden ver al autócrata electo en las urnas. El mejor ejemplo es Trump. Es un payaso autoritario que sólo ha sido impedido de mostrarse como un Mobutu estadounidense por la madurez de las instituciones de aquel país. Y sin embargo sus simpatizantes lo ensalzan como el mejor presidente desde Lincoln.
Aquella ceguera fanática que ve en él, un adalid, un héroe que busca luchar contra todo lo que ellos odian o no entienden. Por eso los muy piadosos habitantes del “Cinturón Bíblico” votaron y seguirán votando por él, aún cuando ha sido expuesto una y otra vez como la menos cristiana de las personas.
Medio perdido anda el analista. No dice nada de lo que se viene con BLM/ANTIFA en el poder, tras la triste marioneta que es Biden (si es que gana). Ahí les quiero ver acomodando teorías.
Cuánta razón hay en la literatura de Orwel, de Huxley, o de Bradbury que nos muestran un futuro de prisión del individuo porque así lo disponen los totalitarismos, regímenes que se llaman “democracias”.
Tétrica realidad la que nos tocará vivir si los dejamos seguir desarrollándose y expandiéndose como monstruos insaciables. Y el mejor impulso que encontraron es, pues, la pandemia, sino, pregúntenles a los chinos, sanitos, con tapabocas, pero con miedo.
Hay verdades parciales. Creo que se hace esfuerzos por no ver qué la crisis de la democracia representativa no nace en el correísmo u otros autoritarios. Ellos exhiben las incapacidades de aquella y que se desarrolla en el marco de abusos de decisiones ilegítimas y abusivas que excluyen los intereses de la mayoría. Quienes imponen intereses minoritarios a golpe del abuso del poder o de mayorías y aprobaciones instaladas desde la propaganda de las “ventajas” de lo que deciden, si bien no usan los mismos métodos que esos autoritarios, cumplen los mismos propósitos que esos. La construcción de la democracia no opera desde las apariencias y requiere verdadera inclusión y respeto a los derechos de todos, empezando por los de aquellos más vulnerables. Y resolver la crisis económica metiendo la mano en los escuálidos ingresos de la población trabajadora, no solo liquida la economía sino la legitimidad democrática.
No hay atajos a la democracia ,pero si lo hay al autoritarismo.En el caso de Ecuador,el gobierno de la “revolución ciudadana,” manejo’ inmensa cantidad de dinero que le permitio’ corromper a tantos personajes, enloquecidos por el dinero,que luego se convirtieron en títeres del aprendiz a tirano. “Poderoso caballero es Don Dinero”. Hoy pagamos las consecuencias de esa irresponsabilidad.