Se acerca la hora cero. Ya casi nadie puede esperar para virar la página. Nos apuramos a condenar el infausto año, a denostarlo como merece. Queremos quemarlo sin celebrarlo. Queremos olvidar lo vivido por el mundo, por el país, y por cada uno de nosotros. Lo culpamos de esta terrible pandemia, de las muerte de muchos, de la crisis económica, de los desastres naturales y más. ¡Quién puede dudar del infame 2020!
Nos cambió la vida, nos confinó. Terminó con los viajes, con el turismo, arrasó con empleos. Solo queremos volver desesperadamente a la normalidad. ¿Pero en realidad fue malo todo?
Mas allá de lo evidente, la verdad es que la humanidad este año se adentró en una nueva era. Aún no lo podemos ver hasta que retorne la sensación de seguridad colectiva que nos fue arrebatada. Hasta que la vacuna nos diga que podemos retomar nuestra vida. Han sido demasiados los cambios y nos ha costado. Pero si hemos de ser sinceros, no todo ha sido para mal. Si hemos de juzgar adecuadamente lo que ha sucedido, hay que verlo en su real dimensión y hacer un ejercicio de objetividad adicional. La verdad es que este año nos enfrentó con nuestra propia humanidad, con nuestras limitaciones materiales, sociales y humanas, que se hallaban distorsionadas bajo la concepción hollywoodesca de lo que la vida debe ser. Volvimos a ser seres vulnerables, compartiendo el miedo con desconocidos, y vimos que la fortuna de muchos no pudo comprar un día más de salud ni vida. Se sitieron los límites de la existencia y la finitud de cada uno.
Si este ejercicio de humildad colectiva no nos anima a retomar el sendero de la humanidad que llevamos adormilada, y que por que primera vez en la vida de muchos nos detiene a pensar en el futuro colectivo, no hemos aprendido nada, y reprobaremos el año. Este año todos fuimos parte de un mismo destino y no todo fue malo.
Como en los tiempos de guerra, la medicina respondió con avances no lineales. Esta vez se dió un salto significativo para crear una nueva generación de vacunas basadas en fragmentos de material genético del virus, sintetizando la proteína que se une a nuestras células, y causa la enfermedad Covid 19. Esa revolucionaria técnica se espera podrá tener otras aplicaciones importantes en el futuro.
El distanciamiento social y la virtualidad cambió el escenario laboral significativamente. Trabajamos por meses desde la casa, optimizando el transporte, el uso de combustible y quedó claro que muchos empleos no necesitan ser desempeñados desde una oficina. El teletrabajo masivo al que obligó el confinamiento nos reveló que la productividad no necesarimente decrece trabajando desde casa, sino que incluso puede ser más elevada. El sobrio mundo corporativo lleno de códigos recordó que detrás de cada ejecutivo, funcionario o empleado hay una familia, y niños correteando que, de tanto en tanto, se asoman en la cámara para saludar. Esa es una nueva normalidad.
Además, el trabajo ya no está ligado a un espacio físico concreto sino a la conectividad. La tecnología de comunicación virtual nos preparó para adentrarnos en una era diferente de productividad remota dentro de la creciente economía de servicios. La entrega a domicilio se multiplicó y se convierte en un nicho de negocio que despierta expectativas. Así como varios productos y nuevos servicios que se han desarrollado para alivianar la carga doméstica. Sin contar con nuevos sistemas de empacado más eficientes.
Las ciudades vivieron momentos de limpieza ambiental nunca vistas. Vimos aire y ríos limpios. Y entendimos por primera vez la carga ambiental del planeta. La pandemia tuvo un efecto pedagógico para ilustrarnos el deterioro que éste sufre.
Y si bien las relaciones humanas sufrieron, y nada cambiará el contacto humano directo, las reuniones virtuales seguirán uniendo a amigos y familiares que se encuentran en distintos países.
Aceptamos el cambio porque nos vimos obligados, fuimos más creativos porque no tuvimos otra opción que reinventarnos. Y pudimos aprender a improvisar y adaptarnos, a pesar de los desastres políticos cotidianos que tiñen nuestra historia reciente.
¡Eso también nos deja el 2020!
Nada tuvo de bueno este año y si somos objetivos el 2021 sera igual o peor y las vacunas solo aimanaran el temporal, para realmente ser efectivas deberian reducir la tasa de contagio a menos de 1 y eso solo se lograra vacunando al 90% de la poblacion lo cual implica el 2021 y parte del 2022, solo a finales del 2022 podremos ver la luz al final tunel.
Todo eso y mucho más nos ha traído este 2020. O más bien, todo lo que detalla este artículo yo lo pondría, con el permiso de su autora, en segundo plano y encabezaría como hecho relevante de este año el despertar de las conciencias en relación con el Todopoderoso. En efecto, la sensación de impotencia y pequeñez que hemos experimentado nos ha llevado (a muchos, aunque no en un número anhelado) a redefinir nuestra situación espiritual, y una muestra de ello es que el rezo del Rosario se ha multiplicado exponencialmente. Paralelamente, y no menos importante, hemos adquirido conciencia de lo que parecen ser los estertores de nuestra Iglesia Católica. Sí, estamos conscientes ahora de la inminente caída de Roma.