Una Corte británica ayer dictaminó que, tras casi dos años de estar detenido, el programador australiano, Julian Assange, no sería extraditado a Estados Unidos. ¿Las razones? Sus serios problemas de salud física y mental. La jueza distrital Vanessa Baraitser citó en el fallo los riesgos de que Assange se suicide de ser procesado en Estados Unidos pero tuvo muchísimo cuidado de no rechazar los argumentos estadounidenses para la extradición. Baraitser se fue por otro lado, uno lejano al de los argumentos clásicos y más mediáticos de la defensa de Assange: “La impresión general -dijo en su fallo- es de un hombre deprimido y algunas veces desesperado, que teme por su futuro”. En ese sentido, el dictamen fue un cortocircuito para las narrativas tradicionales sobre el programador: niega la extradición a pesar de dar la razón a quienes la impulsaban. Assange se salvó, por el momento, pero no ganó.
El fundador de Wikileaks, Julián Assange, es un personaje radioactivo desde que publicó filtraciones de abusos perpetrados por el ejército estadounidense en Afganistán e Irak. Entonces se convirtió en héroe en ojos de muchos y en una suerte de sicario informático para otros por su cercanía al gobierno de Vladimir Putin, su simpatía a Trump y sus vínculos con empresarios catalanes independentistas, entre otras variopintas figuras. En Ecuador, el australiano alborotó el avispero desde 2012, cuando Rafael Correa le ofreció asilo político en la embajada ecuatoriana en Londres e hizo suya la leyenda de ese momento: el programador se encontraba en Londres cuando fue acusado de violación en Suecia. Él aseguraba que sería extraditado a los Estados Unidos por publicar en su página web abusos del ejército estadounidense que habían sido hackeados. Coordinó entonces una operación secreta con el correísmo para llegar a la embajada, conseguir asilo y convertirse en el salvoconducto simbólico que el expresidente necesitaba para mostrarse como defensor de la libertad de prensa. Fue una movida política que de todas maneras mantendría al australiano encerrado en la embajada -sin solución posible en el horizonte- durante siete años.
Esos siete años le pasaron factura. Cuando Lenín Moreno dio fin al asilo de Assange en abril de 2019, explicó -y esta fue de las pocas menciones de la jueza al asilo- que el australiano había “violado las condiciones de su asilo, en particular, la constante intervención en los asuntos de otros estados”. Entonces en Ecuador también se mencionó el comportamiento errático y agresivo de Assange dentro de la Embajada, así como sus hábitos higiénicos. Ya era un personaje para el morbo, pero el programador se convirtió en imagen de libro de historia cuando -pálido, cubierto por una gruesa y desgreñada barba blanca y gritando- fue arrastrado fuera de la embajada por la policía londinense. Al salir fue sentenciado a 50 semanas en prisión por violar las condiciones de su libertad condicional (por la acusación sueca de violación) al buscar refugio en la embajada ecuatoriana. Desde entonces era evidente que Assange no estaba bien.
Esa fragilidad fue determinante en el dictamen de Baraitser. Nada más. Tras años de aislamiento, explicó ella: “Estoy convencida de que los procedimientos descritos por EE.UU. no evitarán que el señor Assange encuentre una manera de suicidarse y por esa razón he decidido que la extradición sería opresiva por causa de daño mental”. La jueza admitió además que, dado su perfil mediático y político, Assange estaría sujeto a “medidas administrativas especiales” que él no estaría en condiciones de aguantar. Por otro lado, la jueza enfatizó que, contrariamente a lo que alega la defensa, no existe suficiente evidencia de que el juicio en Estados Unidos no hubiera sido justo ni que las motivaciones para la extradición fueran políticas y no penales. Citó, por ejemplo, la opinión abiertamente favorable que Trump tuvo hacia Assange durante su campaña presidencial. “Aunque la inteligencia [estadounidense] ha hablado con hostilidad sobre el Sr. Assange y Wikileaks, los miembros de la inteligencia no representan a la administración”. Baraitser así también minimizó las razones por las que en 2012 se le otorgó el asilo en la embajada ecuatoriana: al decir que no había evidencias de una persecución política del gobierno estadounidense, ella no parecía tomar al asilo como algo más aparte de una “forma para saltarse la ley británica”.
Aunque la jueza topó los temas más mediáticos del caso Assange, como la persecución de los Estados Unidos por su trabajo periodístico o sus intervenciones en asuntos de otros estados, su decisión no alimentó el mito del héroe o del mártir. Ni de Assange ni de la justicia estadounidense, cuyas garantías puso en duda al mencionar a Chelsea Manning -quien fue condenada a confinamiento solitario y luego a prisión por sus relaciones con Wikileaks- y quien ha intentado suicidarse al menos dos veces desde 2016. Baraitser no lanzó huesos a ningún bando, pero le dio más tiempo a Assange.
Foto: Facebook Assange
El Ecuador violó los procedimientos legales al otorgarle la ciudadanía ecuatoriana a Assange. Luego los volvió a violar cuando retiró la ciudadanía.
En realidad, lo que le pase o no al sujeto ” insignificante ” ese, no es de interés
No he conocido que los presos en prisiones de alta seguridad en USA se suiciden porque la vigilancia y los controles en estos recintos son muy estrictos. No son cárceles de Ecuador u otros países latinoamericanos, seguro. Por ejemplo, no he conocido que los condenados a muerte, que deben pasar por situaciones altamente desesperadas, se suiciden en las cárceles norteamericanas. Creo que con esa decisión y argumentación de “salud mental, depresión, etc” la jueza británica no quiso comprometerse ni comprometer a Gran Bretaña y se lavó bien las manos…