La Ley Orgánica Electoral prohíbe la recepción de aportes, contribuciones o entrega de cualquier tipo de recurso de origen ilícito para financiar una campaña electoral. Y si se comprueba que ha recibido dolosamente contribuciones ilícitas, el candidato perderá el cargo si hubiera sido elegido.
En este contexto electoral, cobra vital importancia la publicación de la revista colombiana Semana que denuncia que un candidato habría recibido 80 000 dólares del ELN para su campaña electoral, según los correos, chats y grabaciones que encontraron en los computadores decomisados de alias “Uriel”, caído en una operación militar de octubre de 2020. Y son precisamente esos documentos y recaudos, los que ha venido a dejar personalmente a la fiscal Diana Salazar, su homólogo colombiano Francisco Barbosa el pasado viernes 12.
La velocidad con la que se estaría llevando a cabo esta investigación, podría tener un efecto en los resultados electorales del próximo 11 de abril, pues de comprobarse esa acusada vinculación- tras investigación, juicio y sentencia condenatoria-, eventualmente el candidato electo podría perder el cargo. Sin embargo, es una posibilidad remota, demorada y sujeta a presiones gubernamentales, y por tanto, ningún candidato debería esperar la descalificación del otro como mecanismo para llegar al poder.
Lo que le queda a quien dispute la contienda en segunda vuelta, es armar una estrategia para intentar ganar, pese a lo polarizado del tablero electoral y pese a que, sea cual sea el segundo, parte de una desventaja de más de 10 puntos con el primero.
Muchos sectores piden una coalición del segundo, tercero y cuarto. ¿Será esto posible? Numéricamente sí, pues la suma de los porcentajes que obtuvo cada uno permite ganar sobradamente la segunda vuelta. En las democracias maduras estas coaliciones son sumamente frecuentes. De hecho, actualmente solamente 5 de los 27 países miembros de la Unión Europea tienen gobiernos de monopartidistas. En todos los demás varios grupos comparten poder (Bélgica y España: 7 partidos; Letonia y Finlandia: 5 partidos, etc.)
Es decir, la regla en esas monarquías o repúblicas parlamentarias está siendo que ninguna fuerza política obtenga la mayoría necesaria y suficiente para gobernar, y lo tengan que hacer llegando a consensos. El mismo fenómeno está ocurriendo en las repúblicas semipresidencialistas como la francesa (6 partidos) o la Rumana (4 partidos).
En las democracias presidencialistas latinoamericanas como la nuestra, esto es inusual. Primero, porque cuanto más concentradas están las facultades en la silueta presidencial, menos estímulos existen para cooperar en una fórmula consensuada, y más bien lo que se promociona es la figura del caudillo-salvador. Segundo, porque son los electores directamente y no los partidos, los que tienen la opción de otorgar su voto a los candidatos de segunda vuelta, independientemente de las alianzas y acuerdos que hayan alcanzado los políticos por quienes votaron en la primera.
Por lo tanto, el político que quiere llegar al poder mediante una coalición porque sus votos no le fueron suficientes, tiene que, por un lado, hacer concesiones de gobierno y convencer a los otros partidos que le apoyen; y por otro, tiene que lograr conquistar al electorado que en un inicio no lo escogió.
Aun así, es posible. Según Juan Gabriel Tokatlian, en América Latina sí han existido alianzas; unas meramente electorales que “aspiran a ganar las elecciones y surgen como expresión de una oposición que pretende doblegar a un partido (o a un régimen) que ha estado en el gobierno por un período relativamente prolongado (…) no importando tanto el cariz ideológico que tenga”; y otras gubernamentales, que “implican una coalición que no sólo pretende una victoria electoral, sino también asumir los compromisos, las responsabilidades y los desafíos de la gestión administrativa”.
Lo que hay que preguntar entonces al candidato que quede segundo es: si va a luchar por ganar, sabiendo que tiene dos meses para conceder y conquistar, o si va a pelearse con sus potenciales aliados mientras espera el resultado de una investigación en contra de quien compite.
Bárbara Terán es abogada y catedrática Universitaria.
Si Yaku se queda fuera de la segunda vuelta, deberá ser muy hábil para asegurar que su movimiento y sus votantes sean protagonistas durante los próximos cuatro años. No ha llegado hasta aquí para arrinconarse en la oposición y presionar al nuevo gobierno desde la asamblea -al estilo bucaramista y socialcristiano- o desde las calles -al estilo Vargas-Iza. Sería una barbaridad!
Una opción mucho más apropiada sería…. formar parte del nuevo gobierno. Podría seguir el ejemplo de Bernie Sanders en Estados Unidos, es decir buscar un acuerdo pragmático que le permita cumplir algunos elementos importantes de su plan de gobierno y atender las aspiraciones de sus votantes.
¿Con quién le conviene aliarse y formar gobierno? ¿Con Lasso o Arauz?
Con Lasso coinciden en el rechazo al autoritarismo y a la corrupción del correísmo. Y difieren en todo lo demás: el rol del Estado en la economía, participación ciudadana en la toma de decisiones, petróleo, minería, educación, etc. Yaku es claramente un político de izquierda… bastante a la izquierda. Lasso es un político de derecha: conservador en temas sociales, y neoliberal en asuntos económicos.
Si Yaku decidiera aliarse con Lasso, muchos de sus votantes le considerarían un traidor, vendido a las élites, y seguramente le abandonarían.
Entonces… ¿con Arauz?
En el papel, sería mucho más lógico que Yaku forme gobierno con Arauz, pues representan a partidos de izquierda, ideológicamente cercanos. De hecho, los indígenas fueron parte del gobierno de Correa: tuvieron ministros, lograron poner algunas de sus ideas en la Constitución. Y terminaron enojados. Yaku fue opositor al correísmo, y sufrió personalmente la persecución.
Para que Yaku se alíe con Arauz sin duda pondría como condición que Correa no vuelva al Ecuador, y que las sentencias a los correístas condenados por corrupción se mantengan en firme.
¿Se atrevería Arauz a desafiar a su jefe? ¿Arriesgar el voto duro del correísmo… a cambio de una alianza de gobernabilidad con la izquierda?
¿Podría Yaku confiar en Arauz?
Todo puede pasar.