Se viene el Acuerdo Nacional y, con él, la posibilidad de reescribir la historia del Ecuador desde el consenso y la inclusión. Los resultados de las elecciones pasadas muestran una realidad con la que el país debe lidiar: la polarización que debe ser vista como una oportunidad para trabajar por la unidad, pues sobran los elementos para que sea así.
Pero, ¿a qué se llama polarización y cuáles son sus elementos más importantes? Ensayando una conceptualización sencilla, la polarización es la distancia entre dos posturas, -que pueden ser polos ideológicos- que separan los puntos de vista de un sector de la sociedad de otro. Por tanto, lograr puntos de encuentro entre ellos suele volverse difícil.
En términos políticos la polarización puede ser útil ya que, para intereses antidemocráticos, populistas y autoritarios, es muy conveniente conservar el statu quo de diferencia y separación irreconciliable para mantener la sociedad entrampada y distraída en posiciones recalcitrantes, mientras se toman decisiones a espaldas de ella.
En América Latina hay ejemplos de lo que este fenómeno provoca, especialmente cuando se usa como estrategia política de división. Basta echar una mirada a varios regímenes donde el diálogo es casi una mala palabra y el consenso ya ni siquiera es una opción. En todos ellos, el único ganador de esa estrategia es el autoritarismo, y la gran perdedora la democracia.
Quizás convenga recordar que el Ecuador estuvo transitando por la misma senda. Durante una década el país vivió partido por la mitad. Se generaron bandos de buenos y malos según su funcionalidad al poder. En esos tiempos aciagos de la democracia ecuatoriana, la polarización reinaba y se erguía como el mayor pilar de un régimen decadente, porque los populismos se alimentan de la polarización, la necesitan para germinar en ella y presentarse como los salvadores de situaciones que ellos mismos crean. Saben que no van a solucionar nada, pero usan la separación entre buenos y malos para usufructuar en pro de sus más bajos fines.
Por todo esto, persistir en esa lógica de división sería no haber aprendido nada. Significaría dar gusto a grupos políticos que durante años han vivido del fraccionamiento y han lucrado de él.
Es tiempo de entender y estar de acuerdo en que la divergencia es sana, útil y necesaria y, a veces, la misma polarización ideológica, si es canalizada mediante formas democráticas, como el debate respetuoso y el disenso honesto, sirve mucho para la consolidación de la pluralidad en la sociedad. En esa línea, la primacía de los valores éticos sin duda debe ser la luz rectora y no deberán ser traspasados.
Por lo tanto, es necesario volver natural al diálogo y enfocar los esfuerzos para salir de los extremos. Si los diversos actores han abrazado la idea del Acuerdo Nacional, se entiende que están de acuerdo en que el país necesita un cambio. En esa lógica, hay que evitar que el debate se atrinchere en los extremos porque si es así, el centro se va vaciando y es allí justamente donde los encuentros se producen.
Nuevos aires se respiran, nuevos espacios se abren. Pareciera que la historia nos está dando una nueva oportunidad para construir un país de consensos. El fuego que encienda la mecha del diálogo tiene que ser la voluntad de todos los actores. El inicio de un nuevo gobierno podría ser el terreno fértil para sembrar una democracia de acuerdos, que se presente como una propuesta casi antisistema frente a la polarización que ha reinado durante años. No cabe dudas de que hoy más que nunca urge iniciar un diálogo entre extremos.
Ruth Hidalgo es directora de Participación Ciudadana y decana de la Escuela de Ciencias Internacionales de la UDLA.
Concuerdo con Ruth. Si los americanos (para incluir a todos continentalmente) lograsen separar las “cosas de Estado” de las “cosas de coyuntura” y, en esa distinción acordasen convertir a las primeras en conceptos inviolables, se daría pasos enormes en la reconstrucción (¿”re”?) de nuestras sociedades. En Europa, por ejemplo, las rencillas políticas son, en general, de naturaleza aldeana, localista; las cosas de Estado son respetadas por la gran mayoría.
Ojalá esta “nueva oportunidad” que parece darnos la historia no sea desaprovechada…
“El país requiere un diálogo entre extremos”. No concuerdo. Un diálogo abierto y concreto se realiza siempre y cuando los contendores abandonan los EXTREMOS. Los llamados deben hacerse hacia el abandono de los EXTREMOS. Un diálogo, sin el abandono de los puntos de vista extremos, no pueden —ni deben— incluirse en un diálogo nacional. Así ha vivido Colombia por décadas, “dialogando” con los asesinos. Los extremos son absurdos intentos, y no conducen nunca a la paz y a la concordia de todo el pueblo: no de ciertas clases que se privilegian y se atienden por encima de otras; clases populares, clases medias y altas. Los extremos siempre están privilegiando alguna de ellas. O se abandonan los exclusivismos o el “diálogo” es un simple teatro pseudo democrático.