Como nunca antes en estos meses de pandemia las ciudades lucen vacías. Y conforme ha regresado la actividad se ha podido ver a las calles poco a poco llenarse de automóviles y personas en esa cuidadosa tarea del traslado entre un punto y otro. Evitando al máximo el contacto e inclusive esquivando miradas, escondidos tras estas nuevas máscaras que por hoy brindan seguridad. Sin duda deseando regresar pronto al sitio seguro en el que se ha convertido el hogar en cualquier lugar que esté. El encierro ha convertido a los ciudadanos en meros transeúntes, que distantes entre sí, ocupan los espacios públicos con escaso sentido de apropiación.
Sin embargo, lo que ocurre con la ocupación física en los barrios urbanos y en las ciudades se observa también cuando se trata de la cosa pública, de las políticas públicas, y del Estado. De lo que es de todos. Ese fenómeno de abandono ocurre en los conceptos y ocurre en lo físico y material también.
Se conoce que cuando los barrios se degradan y vacían, al poco tiempo del abandono, pasan a ser usados por otros individuos que repentinamente los ocupan para su beneficio y los destruyen. Algunas veces lo hacen por necesidad, pero la mayoría de veces estas personas y grupos ocupan casas abandonadas para vivir gratuitamente, y las convierten en escondites o guaridas. A menudo terminan convirtiéndose en centros de encuentro de los que se esconden de la ley. Al poco tiempo se afean, se ensucian, se llenan de grafitis y, con marcada apropiación delictual. se convierten en zonas peligrosas. Las casas o barrios abandonados lucen sombríos, y difíciles de transitar.
La teoría criminológica de “La ventana rota” nos habla de los signos visibles del crimen, de las conductas antisociales y de cómo la anarquía se va paulatinamente creando en los ambientes urbanos cuando estos son abandonados al desorden y a la transgresión. Esta teoría, que los cientistas políticos y criminólogos George Kelling y James Q. Wilson introdujeron en 1982, se refiere a que el aspecto físico y la seguridad están correlacionados, no porque en los barrios bonitos o bien arreglados no hayan crímenes, sino porque la percepción de orden genera un fuerte elemento disuasivo hacia las conductas antisociales y refuerza los conceptos de vida en comunidad y paz. Allí al crimen le cuesta más trabajo tener éxito. Es decir, el crimen se asienta donde le es más fácil florecer.
Así, cuando la cosa pública, llámese instituciones nacionales o locales son abandonadas por aquellos ciudadanos que tienen la capacidad de incidir en su buen manejo y que pueden liderar procesos transformadores de beneficio colectivo, sucede el mismo efecto. Enseguida, ante el abandono de sus ocupantes naturales, esas instancias son capturadas por individuos que haciéndose con su manejo, las cooptan para su beneficio de forma sistemática. En ese ambiente de abandono será más fácil tener éxito en la apropiación de recursos que son de todos y de nadie.
Sin embargo las historias sobre cómo algunas ciudades vencieron la tugurización de ciertos barrios y espacios, de cómo se recuperaron y crearon entornos de inversión y buen manejo, abundan respecto de las grandes ciudades en el mundo. La respuesta y la estrategia ha sido en todos los casos la de regresar a los espacios abandonados. Volver a apropiarse de la ciudad; de esos barrios, de esas calles. Dar sentido a los conceptos de ciudadanía activa que se define como la implicación de los ciudadanos en todos los aspectos de la sociedad, mediante la toma de decisiones y participación, alejándose de la cómoda ciudadanía pasiva o crítica, que todo cuestiona pero que no propone alternativas de cambio.
Mientras más solas se queden las calles, los barrios y las ciudades, más éxito tendrán aquellos que las usarán para convertirlas en refugio de grupos delictivos que, como se ha visto en los últimos años, no siempre se esconden en casas abandonadas. A menudo pululan por instituciones en las que muy pocos ciudadanos se involucran. Si se quieren cambios reales en la ciudad, no queda otra opción que involucrarse. Habrá que tomarse la ciudad!
María Amparo Albán es abogada y catedrática universitaria.
Muy de acuerdo con su artículo. Pero como hacer para que volvamos a apropiarnos de nuestro entorno, cuando el ciudadano de a pie, el común y corriente no cuenta con el respaldo o el apoyo de quienes están en la obligación de hacerlo?. Veo por ejemplo como a los emprendedores, en vez de brindarles apoyo se empecinan en ponerles trabas como si el objetivo fuera el torpedearlos.