La reciente elección de Pedro Castillo en Perú, ha sido una sorpresa a varios niveles para muchos en el vecino país. Pero esta sorpresa viene acompañada con una propuesta nada sorpresiva para los ecuatorianos que ya atravesaron un proceso similar en el 2007: el de “cambiar todo” a partir de una Constituyente que tenga facultades para dictar una nueva constitución. Una que corrija todo lo que esta mal. Una Constitución que arregle lo desarreglado y nos proteja de todo mal, presente y futuro. Una constitución pues, como ninguna otra, que ahora si produzca como resultado un país mejor.
Tal y como sucede en Chile, que a un mes de instalada, la constituyente ha dedicado enorme energía a debatir los simbolismos y retórica a ser usada para graficar esos cambios que aún no producen y esas discusiones que aún no se tienen para este gran cambio de época que se espera. La agenda de la Convención Constitucional como se denomina en Chile, no ha podido cuajar su agenda de forma clara. Y la verdad no hay nada de malo con los simbolismos y la retórica política mientras no se quede solo en ello, ni sea eso solo lo que se busca.
Lograr una asamblea constituyente parecería ser hoy el presupuesto aspiracional detrás de muchos políticos; dilecto grupo al que se une el candidato Petro en Colombia con ofrecimientos previos de campaña. Pareciera que los fervores revolucionarios de antaño, convertidos hoy en fervores constituyentes son la puerta de entrada de cualquier político que quiera captar el favor de las masas.
Pero como lo sabe el Ecuador por experiencia propia, una nueva constitución no resuelve nada, que las propias personas y las instituciones no quieran resolver. Como la calentura no esta en las sábanas, se conoce que si no se establecen procesos de largo aliento dedicados a cambiar mediante la educación los presupuestos culturales y sociales que estancan a la sociedad, y que tienden a producir, de tanto en tanto, proyectos mesiánicos fraudulentos, no habrá ningún cambio por más que se cambie la constitución cada cierto tiempo.
Y este mensaje clave para lo que sucede hoy en los países vecinos en la región es importante procesarlo. Las constituyentes son parte del reemplazo revolucionario. El Foro de Sao Paulo lo pudo anticipar y adoptar bien. El romanticismo de levantarse en armas para luchar contra la injusticia, ha sido reemplazado por el romanticismo de pensar que con una nueva constitución terminan los problemas de nuestros pueblos.
Pensar que los correctivos que requiere cualquier pacto social, expresado mediante el sistema jurídico, no pueda venir de forma civilizada vía consenso en el legislativo es un síntoma de ingobernalidad; defecto que ninguna constitución puede corregir. Es más, la expectativa de que tras una nueva constitución, los viejos defectos de la democracia o partidocracia como se llamó, y la incesante corrupción finalicen tras una nueva constitución, fueron descartados en los primeros años de su vigencia, pues la nueva estructura solo facilitó más atropellos. Nuevamente la calentura no estuvo en las sábanas.
La postal del presidente socialista Lagos en Chile, terminando su periodo entre el 2000 y el 2006 con una altísima popularidad, ilustró durante años que el nivel de institucionalidad política y la construcción de procesos lo hacen las personas. Y no letras en un papel. El gobernó con una constitución que heredó de la dictadura a la que solo le hizo algunos cambios.
Latinoamérica, fraccionada históricamente y con una gran necesidad de integración, social y económica no encontrará progreso ni equidad mientras no se sienten todos sus actores y aprendan a dialogar. Que bajen las armas de la ideología y dejen de polarizar a la sociedad, pues en esa gestión de polarización solo gana el fraude mesiánico que ha probado siempre dejar más pobres y más divididos a los países.
Los fervores constituyentes dejarán huella solo si son capaces de iniciar procesos de largo aliento hacia una menor confrontación social, que hoy es el signo de los tiempos.
María Amparo Albán es abogada y catedrática universitaria.
Buena interpretación de lo que pasa en América Latina que no mira los rábanos sino sus hojas. Octavio Paz decía que a los latinoamericanos nos gusta mentirnos hasta constitucionalmente. Constituciones repletas de derechos sociales pero al mismo tiempo que frenan la creación de la riqueza, empleo y progreso. Y en este ejercicio permanente de alcanzar quimeras escritas, vamos postergando lo verdaderamente importante. Hay tantos vacíos en la comprensión y solución de los problemas que el desconcierto tiene un largo camino todavía.
Las constituciones en Latinoamérica no son más que un papel lleno de promesas. Lo que finalmente sucede es parecido a lo que pasa cuando pones el despertador a las 6 el domingo para ir a hacer ejercicio, te quedas dormido. Lo peor es que lo que escriben es como poner el despertador a las 6 pero para querer levantar 90 kg mientras corres 20 km siendo que nunca supiste que es una pesa. Hay que agregar que la mafia política que promueve constituciones es además descarada y mentirosa, vende que va a poder levantar todo ese peso y correr todo ese tramo como si se tratara de calentar agua. Al final el propósito de todo es que les dejen los familiares de quienes proponen hacer tal proeza salir a las 6 para chumarse, haciéndoles creer que van a hacer ejercicio.