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Llori o los escándalos de la casta

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Cuando no hay agenda, alguien se encarga de ponerla: Guadalupe Llori se ha convertido, desde su llegada a la cabeza de la Asamblea Nacional, en el centro de escándalos. Unos producidos por ella; otros generados por asambleístas incluso ajenos a su movimiento, pero que ella no ha sabido procesar.

Llori es hoy el affaire-Llori. Ella es sinónimos de una Asamblea sin norte. De un legislativo que, por sus escándalos, se traga su escasa popularidad al ritmo de marea montante. Llori contiene, o convoca, todas las claves de la disonancia existente entre los ciudadanos de a pie y gran parte de la sociedad política (siempre hay excepciones) incapaz de delicadeza alguna en el manejo de la cosa pública.

  1. Los escándalos: por ahí empieza el problema. Porque robos, contratos chuecos, chanchullos o indelicadezas que aparecen son cosas normales para aquellos, que como Guadalupe Llori, detentan el poder (siempre hay excepciones). En claro: el poder es concebido (también por la señora Llori) como un espacio de aprovechamiento de recursos públicos para que les paguen los lujos y canonjías sin los cuales no conciben su autoridad. La función pública no es un servicio: es un estatus que debe ser exhibido (¿y si no para qué el poder?) y financiado por los contribuyentes. Ellos se ven como parte de una pequeña casta destinada a gozar de privilegios especiales.
  2. Las explicaciones: el escándalo no se produce, en el caso de la señora Llori, porque ella, mujer modesta supuestamente (lo cual es falso), compara su nivel de vida y su visión contra los gastos y el estilo de vida que le proponen aquellos administradores de los centros de poder. Así se debió producir el desfase. Pero no: los escándalos llegaron por las revelaciones de la prensa. Y, ante aquello, Llori en vez de admitir su desajuste, fabricó explicaciones. Que no sabía. Que piensa averiguar. Que los carros en que viaja son bombas de tiempo. Que su vida corre peligro. Que ella no quería gastar esa plata. O que no firmó (y sí lo hizo) el contrato de servicios para los eventos sociales de la Asamblea. Que de eso se ocupan los administradores. Que va a revisar…
  3. Las coartadas: revelado el escándalo y elaboradas las reacciones (que todos saben insuficientes), llegan los subterfugios. En ese espacio no se ubica la presidenta Llori, pero sí sus defensores. Salvador Quishpe o Darwin Pereira, por ejemplo; dos asambleístas dechados de virtudes a pesar de denuncias por gestión de cargos públicos que pesa sobre su asesor o las 20 glosas en caso de Quishpe. A ellos se unieron tres administrativos de la Asamblea que, en una rueda de prensa, se esforzaron para que los periodistas avalaran algunas ruedas de molino. A ninguno de ellos interesa poner el sentido común al servicio de la administración delicada de la cosa pública. ¿Qué hacen, entonces? Tergiversar los hechos y pedir al país que mire hacia otro lado. Carondelet, por ejemplo. U otras instituciones del Estado. El ejercicio es viejo y consiste en probar que dos errores forjan un acierto. O empatan el partido.

¿Una empanada seis dólares? Un escándalo. No para los empleados de la Asamblea. Lo justifican agregando el transporte, el montaje… Como si el precio del proveedor no debiera ser el más competitivo incluyendo sus costos. Y en vez de responder por esos gastos absurdos en plena escasez, se descuelgan por lianas de lugares comunes insufribles: así ha sido siempre; otros gastan más que nosotros…

En claro, su papel no es reducir costos y racionalizar gastos: es justificarlos a como dé lugar. Y por parte del dúo virtuoso de Quishpe y Pereira señalar con el dedo – sin ni siquiera desglosar y precisar de qué hablan- a otras instituciones. Su problema no es ahorrar o responder por malos manejos: es esconder a Llori, justificarla, protegerla. Como si una de las obligaciones de Llori, como presidenta de la función legislativa, no fuera responder por el manejo transparente y sensato de los recursos que le han confiado.

Así Pachakutik muestra que no es ninguna reserva moral, como pretende hacerlo creer. Muchos de sus miembros conciben el poder y lo ejercen sin la menor delicadeza, como lo hacen muchos otros políticos en otras tiendas (siempre hay excepciones). Ellos hacen parte de la casta que disfruta a pleno pulmón de privilegios que conciben como incuestionables. El poder no es un servicio: es una tarima en la cual pasean su ego y los lujos. Lujos deben ser realidades para ellos -los escogidos- sin importar si hay crisis y ejércitos de pobres.

Foto: Asamblea Nacional.

21 Comments

  1. La señora Llori “lloriquea” y se rasga las vestiduras, pero es evidente su falta de delicadeza al gastar a costa del dinero del pueblo.

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