Las noticias sobre desapariciones de personas se han convertido en algo común. Casi a diario se tiene noticias de la desaparición de hombres y mujeres, adolescentes, niños y niñas en el Ecuador. Casi siempre se relaciona con la creciente delincuencia, pero no siempre es así.
Si bien la visibilización y difusión rápida de las desapariciones es posible gracias a la existencia de un sistema público, a la posibilidad de realizar la denuncia antes de las 24 horas y difundirlo por redes sociales, es alarmante que en el Ecuador desaparezcan, anualmente, más de diez mil personas. Y la cifra no parece bajar. Entre 2014 y 2017 se vio un incremento de 10,235 a 10,894 denuncias. En lo que va del 2021, solo de enero a agosto, se reportan 5,208 casos. De ese universo de desapariciones se afirma que el 55,6% corresponde a mujeres y el 44,4% a hombres.
Este tema tiene causas sociales, económicas, psicológicas y de seguridad ciudadana y el maltrato a niñas, niños, adolecentes y mujeres ocupa el lugar más importante. Según la Dinased, el 45% de las desapariciones se da por problemas familiares. Es decir, el 45% escapan de sus hogares.
Afirmar que el mayor porcentaje se debe a problemas familiares no desvincula, sin embargo, al Estado de la responsabilidad de contribuir en la prevención y manejo de esta creciente problemática social. En especial cuando se trata de generar un sistema de alertas tempranas para brindar ayuda a quienes sufren maltrato físico, psicológico o sexual en sus hogares; por lo que finalmente los abandonan para enfrentarse a toda suerte de riesgos en la calle.
Este tema no puede ser visto únicamente desde la cifra fría de la estadística o desde la política pública por construir. Esa cifra es una instantánea de lo que se vive en el país tras esos muros altamente vulnerables que constituyen muchos hogares ecuatorianos. Ese problema no hay que leerlo solamente en su relación con la violencia doméstica sino desde la impostergable discusión sobre la salud mental de los ecuatorianos. Desde esas profundas causas psicológicas, morales, y filosóficas del ser humano.
¿Cómo ha afectado esta crisis social, económica, sanitaria y de seguridad, la salud mental de los ecuatorianos? ¿Qué entornos familiares se están gestando hoy en Ecuador a luz de estas dificultades? ¿Está manejándose adecuadamente la ansiedad, la depresión, las conductas violentas en los hogares?
La línea que divide lo público de lo privado está marcada y queda en evidencia que el Estado tiene limitaciones para incidir en los entornos familiares de forma directa, aunque sí puede ayudar a construir fuertes entornos comunitarios si se genera un sistema adecuado de incentivos. Los nuevos paradigmas modernos, la atomización urbana, las redes sociales y el mundo virtual han cambiado los sistemas de contención social tradicional. Allí donde antes familiares cercanos, vecinos, amigos o la comunidad religiosa eran vistos como un sistema de apoyo permanente, hoy, en las grandes urbes, pocos acompañan a las familias vulnerables y los niños, niñas y adolecentes pasan cada vez más tiempo solos. Su vulnerabilidad es cada vez mayor.
Los problemas económicos y sociales inciden en el abandono de los hogares, pero ¿qué hay de las estructuras familiares? ¿Son un sistema adecuado de soporte y protección? O, ¿se están tornando en escenarios conflictivos donde se replican a escala los problemas de la sociedad?
Las crisis están dejando impactos en la salud mental de los ecuatorianos, esto es innegable. Y el 45% de las desapariciones se debe al abandono de los hogares. Es un síntoma que debe ser atendido. Pocos quieren hablar de ello, pero pareciera que es hora de hacerlo.
María Amparo Albán es abogada y catedrática universitaria.
Desde mucho antes de la actual crisis sanitaria era evidente el grado de descomposición moral de la sociedad. Una de las causas de ello es la familia ecuatoriana o, mejor dicho, la cada vez más creciente cantidad de familias disfuncionales que lejos de crear un entorno de acogida, amor, desarrollo y seguridad de los niños y los jóvenes, produce exactamente lo contrario. En efecto, la pandemia ha exacerbado aquello. ¡Qué ilusos quiénes pensaron que después de esta crisis la gente se volvería más sensible y humana! Todo lo contrario, así como la muerte es el signo distintivo de una pandemia, la psicopatología de las masas es su equivalente en el orden psicosocial y comunitario.
Es la verdad Amparo, una verdad con muchas facetas, como la que indica César De Larrea.
Se presentan no solamente las desapariciones por escape, sino las ideas suicidas y en muchos casos lamentables su ejecución. Todo esto exacerbado por el encierro mayor debido a la pandemia.
Pandemia que debió sacar lo mejor de nosotros, pero que en muchos casos ha causado lo contrario. Se debe reconocer todo el sacrificio y riesgo que tuvieron y siguen teniendo quienes trabajan en diferentes actividades, en especial el personal de salud. Pero esto no ha mejorado las actitudes de una buena parte de ellos, por ejemplo personal de salud pública y del IESS, que tratan a los pacientes de la peor manera o sin ninguna consideración de empatía.
Por declaración directa de las mismas personas, se conocen casos en que el paciente ha acudido a profesionales psiquiatras y psicólogos del sistema público de salud o del IESS y les han expresado su inmenso dolor interno junto con sus deseos de escapar de su núcleo familiar o de escapar de esta vida y que han recibido como mejor consejo el que llamen al 911 o al teléfono de ayuda. Es decir que reciban asistencia virtual o a distancia y no su apoyo directo y presencial. Los suicidas, las personas con enfermedad de angustia o con necesidad de apoyo y guía sicológica no son merecedores de sus tratamientos. Ha cundido el ejemplo de buena parte de la clase política, sin ética y que sólo busca el beneficio propio.
Tan grave como la violencia intrafamiliar física, es la psicológica. Si bien, la primera puede ser probada fácilmente, la segunda igualmente puede ser probada y es más frecuente de lo que se supone.
Un fuerte abrazo, Amparo.
La principal causa de los problemas de salud mental en niños, jóvenes, y adultos mayores es el CONFINAMIENTO.
Estar encerrados entre cuatro paredes provoca todo tipo de desórdenes: aburrimiento, adicción a los artefactos digitales, miedo enfermizo a otras personas, cansancio físico y mental, dolores de todo el cuerpo, insomnio, sedentarismo, obesidad, pésima autoestima, depresión, pensamientos suicidas, violencia…
Han transcurrido casi dos años desde el inicio de la pandemia. Muchos ecuatorianos sigue confinados. Unos, porque siguen creyendo que el virus está en el aire y se van a contagiar si salen a la vereda. Otros, por miedo a la delincuencia. Millones de niños y jóvenes (y sus madres)… porque el gobierno mantiene cerradas las escuelas y los colegios!!!
Será que nadie en el gobierno puede ver lo evidente?
Del COE no se puede esperar nada coherente, pero…
Será que la ministra de salud solo vive enfocada en las vacunas de Covid, y no le importan los demás aspectos de la salud de los ecuatorianos?
Será que la ministra de educación está pintada en la pared?
Será que el MIES sigue en acefalia después de que descabezaron a Mae Montaño?
Alguien ha visto al Vicepresidente? Se supone que él iba a liderar los temas de salud…