Inquietud, desazón, temor, histeria: la inseguridad en Guayaquil se mide ahora por el número diario de muertos. Y entre más sube, más se incrementa el estrés emocional. Y cuando ese estrés suma en la conversación pública, en redes sociales, medios de comunicación y en el discurso político; cuando esas percepciones y discursos se retroalimentan, solo puede ocurrir una cosa: que el país se instale en ritos, exorcismos y autoengaño.
El primer rito, al que más se recurre, es pedir al gobierno que termine en horas con esas olas de violencia. Y el gobierno, para aplacar la histeria (legítima por supuesto), vuelve a las prácticas de antaño. A sacar militares a las calles, llevar centenares de policías a Guayaquil y decir a la población, porque es cierto, que en la Asamblea Nacional reposan leyes que, a sus ojos, son esenciales para combatir los delitos que generan el desasosiego. No solo el gobierno vuelve a los remedios de siempre. También los políticos de la oposición en sus discursos. Jaime Nebot dice que el gobierno debe garantizar con hechos los derechos; el primero entre ellos: la vida. Otros políticos se limitan a señalar al gobierno, al presidente, a la ministra de Gobierno, a la Policía, a las FF.AA…
En realidad, tampoco ellos saben cómo parar la ola de violencia. Ni han estudiado los casos de Colombia o México. Ni se atreven a evocar ejemplos de países que han hecho frente a amenazas terroristas. Uno porque no los conocen; dos, porque esos ejemplos (o los de Colombia y México que sufren desde hace décadas ese flagelo), sólo prueban una cosa: no es con bravuconadas -al estilo PSC- ni es con máximas -de esas que corren por las redes sociales- que se encara el peligro al cual se enfrenta Ecuador.
Ningún país serio lo afronta sin una política de Estado. Política que necesita una doctrina, un marco legal, una logística, un pacto político, un grupo especializado de fuerzas del orden y, por supuesto, un presupuesto acorde a las necesidades de acción por parte del Estado. Ecuador está desguarnecido y con un serio atraso. Y esto es responsabilidad, en grado sumo, del correísmo que, lejos de poner al país en esa vía -cuando las alertas de implantación del narcotráfico y las bandas internacionales se encendieron- acabó con los servicios de inteligencia, cerró la Base Manta y cerró los ojos ante la proliferación de pistas en Manabí.
El gobierno de Lasso tiene hoy que administrar atrasos, carencia de esa política de Estado, falta de servicios de inteligencia, escasez económica y, naturalmente, falta de experticia. El presidente Lasso ha morigerado su discurso en este tema, al parecer ha entendido su magnitud, ha pedido apoyo a Estados Unidos, Colombia, Reino Unido e Israel, ha urgido a la Asamblea a votar cuatro leyes pendientes en el capítulo de seguridad y hoy firmó el Proyecto de Ley de Seguridad Integral y Fortalecimiento de la Fuerza Pública… Eso no resuelve todo el problema, pero es parte de la solución. Sin embargo, hay un vacío inmenso en la respuesta presidencial ante la amenaza del narcotráfico: no ha convidado a los líderes políticos a Carondelet para, con su aval, trazar y anunciar las grandes líneas de una política de Estado.
Es urgente que la sociedad política entienda que las presiones y las proclamas que buscan aplausos en la galería o en las redes, exacerban los ánimos y son contraproducentes. Este es un tema de seguridad nacional que debe ser visto como responsabilidad y patrimonio de todas las tiendas políticas. Quizá el correísmo no la haga suyo, pero sin esa política compartida el país solo está destinado a multiplicar retrasos, seguir contando muertos y continuar autoengañándose.
Una política de Estado contribuiría, igualmente, al trabajo de los medios y al discurso de las redes tan impregnados de emociones y faltos de realidad y ponderación. Hay reporteros que cada día ponen a militares, policías y al gobierno contra el muro: tratan al narcotráfico y su estela de violencia como un suceso más de crónica roja. Todo eso entretiene la vana ilusión de enfrentarlo sacando más militares o más policías a las calles. Y como eso no sucede, nutren la desesperanza y la pérdida de confianza en las instituciones democráticas. Todo eso conduce, como avalancha de nieve, al mito de que solo un dictador podrá poner orden en el país.
Inquietud, desazón, temor, histeria: esas actitudes son lícitas entre los ciudadanos. Pero la inseguridad que las produce no se cura con populismo judicial, alharacas, proclamas o ironía. El país político y aquel preocupado por las políticas públicas parecen llamados a un ejercicio diferente: instalarse en la razón, aprender en forma urgente de los países que tienen experiencia en estos flagelos, unirse alrededor de una política y una estrategia y poner en la congeladora el caudal de emociones.
Foto: El Universo.
Mientras no haya un primer mandatario y un equipo de trabajo con los pantalones suficientes para combatirlo nada cambiará, podemos notar a otros paises equis que lo están logrando a base de trabajar duro y con inteligencia, no es combatir fuego con fuego, el resultado seria aún mas fuego, apaguen el fuego de manera eficiente y estrategica.
Es muy preocupante la situación del inseguridad en el país pero es más preocupante la falta de seriedad a este asunto siendo uno de los paises transitorios de narcotráfico , sin embargo es necesario que se empiece un control iniciando por las personas que entran a la Fuerza armadas o policía nacional los cuales son responsables de la seguridad del país y son las primeras personas en caer en sobornos, sabemos que el narcotráfico es un problema de años pero debería existir una mayor gestión en procesos de seguridad mucho más en las fronteras del país y hacerle frente a estas mafias no dejarse intimidar , si hablamos de hoy en día el Ecuador ha sido muy abatido por la delincuencia y se a vuelto un país muy inseguro hablando especialmente de la provincia de Guayaquil pero es porque no existe un seguimiento han dado abandono a esta provincia y no se evidencia la gestión , y quizás muchos de estos políticos hasta tengan tratos directos con el narcotráfico que ya se ha evidencio estos tratos en otros paises como México.